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Bolsonaro: la Copa, el «mito» y el piso

Denise Mota

En seis meses de gobierno, Jair Bolsonaro ya tiene dos conquistas para adjudicarse: el noveno título de Brasil en la Copa América y, pocos días antes, la conclusión del acuerdo Mercosur-Unión Europea, que llevó dos décadas de negociaciones. Aunque no hayan sido logros propios, su administración es la que lleva el sello de la victoria.

Si bien al cierre de la histórica negociación de libre comercio la Administración actual pareció un poco desnorteada —la antiglobalización está entre las banderas más defendidas por el canciller Ernesto Araújo, y la salida del Mercosur llegó a ventilarse durante la campaña presidencial y al inicio de la gestión—, el triunfo contra Perú en un Maracaná a tope mostró un potencial mayor de capitalización.

Rápidamente, imágenes del presidente y los jugadores sonrientes, al lado del trofeo y al final de la competencia, inundaron las redes oficiales acompañadas de relatos de prensa que señalaban que los atletas trataron al mandatario como mito, su principal apodo desde siempre entre sus partidarios más fervientes.

Hasta Sergio Moro —ministro de Justicia que se volvió blanco principal de una serie de filtraciones del periódico digital The Intercept (las conversaciones, si son auténticas, muestran graves desvíos de conducta del magistrado cuando era juez del Lava Jato en Curitiba)— aprovechó el galardón: al retuitear una foto de Bolsonaro con la selección brasileña, comentó que Brasil obtenía victorias «dentro y fuera del campo».

Pero lo que se vio objetivamente dentro y fuera del campo fue un retrato con trazos bastante más indefinidos, una mezcla de reacciones desencontradas de los brasileños.

La polarización política que ya se detectaba claramente desde las elecciones de 2014 cuando Dilma Rousseff, del PT, fue electa con 51,64 %, y su rival, Aécio Neves, del PSDB, quedó en segundo lugar con 48,36 % —y que escaló en progresión geométrica hacia el antipetismo incondicional y la ascensión de Bolsonaro— ganó color, volumen y sonido en el Maracaná de esta final del torneo de la Conmebol. Una parte de los espectadores aplaudía al mandatario y otra parte lo abucheaba.

El aplauso-abucheo traducido en números

Dos días después de la conquista del campeonato sudamericano, «el más antiguo torneo de selecciones del mundo», como a la FIFA le gusta remarcar, una encuesta de Datafolha presentó lo que se puede entender como una fotografía más detallada del raro salón de espejos que se volvió Brasil, cuando —después de 12 años y entre eufórico y apático— pudo triunfar en una de sus principales arenas de identidad nacional, el fútbol.

En números semejantes a los que ya aparecían en la encuesta de abril del instituto brasileño, la aprobación del presidente a sus seis meses de gobierno muestra un consolidado 33 % de personas que consideran su administración buena o muy buena. Para otro 31 %, la gestión es regular. Y para otro 33%, mala o muy mala.

Es interesante observar que la cristalización del apoyo a Bolsonaro en el entorno del 30 % tiene un correlato de porcentaje similar atribuido a su archienemigo, el PT, en elecciones. Es decir que en este momento tanto el bolsonarismo como el petismo, espectros absolutamente antagónicos de la política nacional, se encuentran con el mismo piso de apoyo, aparentemente inamovibles sin importar las circunstancias.

Bolsonaro registra el peor nivel de aprobación para un mandatario brasileño a la mitad de su primer año de gobierno. Sus cifras son peores incluso que las de Fernando Collor de Mello (presidente entre 1990 y 1992), que en 1990 tenía una aprobación similar (34 %) pero un rechazo sensiblemente más bajo (20 %).

El perfil de quienes mantienen el apoyo más fuerte a la gestión actual repite las características de los principales votantes de Bolsonaro: brasileños blancos (42 %, más que el 31 % de mulatos y el 25 % de negros que expresan opinión semejante) y hombres (38 %, frente a un 29 % de mujeres). También expresan mayor confianza en su gestión los más ricos, los que tienen mayor nivel educativo y los que habitan la región sur de Brasil (Rio Grande do Sul, Paraná y Santa Catarina).

Cae la preocupación por la corrupción

Entre los muchos datos señalados por la encuesta, un aspecto lateral pero llamativo es que los encuestados muestran una disminución sensible en relación con sus preocupaciones por la corrupción.

Entre diciembre y julio cayó de 20 % a 7 % la percepción de brasileños que decían que este es un tema prioritario para el gobierno. En las respuestas espontáneas (cuando el encuestado no recibe un abanico de posibilidades de antemano y contesta lo que le parece), el tema seguridad/violencia aparece ahora como primer asunto central, para 19 % de los encuestados (pero mantiene un nivel semejante al de diciembre, cuando registró 18 %); después vienen la salud, citado por un 18 % (en comparación con el 22 % registrado en diciembre), y educación, que sube entre las inquietudes y surge en un 15% de las respuestas (antes 10 %).

De ahí que, aunque el gobierno sea ya el menos apreciado de los últimos 30 años, la fuerza de haber llegado a Brasilia como una expresión de la lucha contra la falta de ética en la política sigue mostrando vigencia y se retroalimenta en la figura del ministro de Justicia, Sergio Moro, el principal personaje anticorrupción de la operación Lava Jato.

También se articula con el aura de mito de Bolsonaro entre sus seguidores, del hombre elegido por el pueblo que toma las riendas del sistema político para limpiarlo. Esa percepción popular de que se está combatiendo la corrupción con el cambio de gobierno sigue siendo su principal apelación moral y salvoconducto.

Datafolha entrevistó a 2086 personas en 130 ciudades los días 4 y 5 de julio. El margen de error de esta encuesta es de ± 2 %, con un nivel de confianza de de 95 %. El estudio completo puede consultarse aquí.

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