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Breve aproximación al charlatán

“El mejor medio de causar hastío es el decir cuánto se sabe.”  VOLTAIRE

Charlatán viene de charlar. Son seres con habilidades naturales para el discurso, desprovistos de miedos, en particular el escénico y el social, agudos, astutos, pícaros desde sus edades más tiernas, en muchos casos motivados por necesidades de gran alcance que los llevaron a una tosca puesta en práctica de esa manida palabra actual: reinventarse. En algunos casos gente de éxito venida a menos que resurgía de sus fallos, en cualquier caso, habilidoso. El charlatán no necesita tener una base académica para su pseudo ejercicio profesional y si la tiene tomará una fracción suficiente para que los frutos crezcan y maduren. Busca con mínimo esfuerzo lo suficiente y más, para vivir holgadamente. Una característica importante del charlatán, para algunos la más importante, es el profundo desprecio a quienes lo escuchan, a quienes le van a comprar su producto, en contraste con el “enorme afecto” que, en sus chácharas expresa por sus compradores, los detesta ya que los considera inferiores y estúpidos porque caen en sus trampas y le compran. Los creen ignorantes porque si no lo fuesen también serían charlatanes como él, maestro de la sugestión y de la trampa donde quedan sus escuchas absortos y desembolsando el dinero con prontitud. El charlatán es un extraordinario y habilidoso vendedor, lo que no quiere decir que los vendedores sean charlatanes, sin embargo, utilizan técnicas de sugestión que pudiesen funcionar en ambos casos, por cierto, no las mejores técnicas de ventas, no aquellas neurocientíficamente probadas, sino aquellas improvisadas y sacadas de la caza y de la pesca, de la experiencia. ¿Sinónimos?: embaucador, estafador. La mentira es la piedra angular del discurso del charlatán, esa mentira que se va madurando con las repeticiones y se vuelve creíble junto con las prácticas de la “efectividad del producto”, también falsas y, en los charlatanes de gama alta, las imágenes, la televisión y las redes que potencian y amplifican el mal mensaje. Hubo un tiempo en que la frontera entre la medicina y la charlatanería era muy difusa, hasta el punto en que médicos y charlatanes trabajaban juntos. Un tiempo de curanderos que se hacían pasar por científicos y de científicos que se asombraban por los conocimientos de los charlatanes. En aquellos siglos, entre el XVII y el XIX, se consolidó esta tradición de hombres que iban de pueblo en pueblo engañando a sus habitantes con remedios inútiles y que todavía sigue vigente, aunque sea con medios más sofisticados. El fenómeno del charlatán es viejísimo. El hombre que va de plaza en plaza, ahora en televisión, ofreciendo remedios curalotodo, ha existido siempre. Es curioso que muchos de los remedios que ofrecían eran de la medicina académica de la época, del siglo XVII o del XVIII, recomendados por doctores y universitarios y que nadie hoy tomaría en serio: si se ven los recetarios de la época son remedios de curandero. Pero en aquel momento, los charlatanes los popularizan, los sacan de los entornos aristocráticos a la plaza del mercado. Como profesión, la charlatanería y la venta de mentiras o de cosas que no son lo que dicen ser, es viejísima. Por eso, los charlatanes desafían ese refrán que dice «la mentira tiene las patas cortas» porque ellos parecen tenerlas muy largas y sobreviven por todos lados. Y también desafían el concepto de experiencia: ¿cómo es posible que, si los charlatanes son un fenómeno tan viejo, y han vendido por siglos remedios que no curan, la gente los siga comprando? Hay una diferencia fundamental: los charlatanes lo saben todo. Son infalibles, mientras que los científicos y los divulgadores a veces dicen «no sé, no te lo puedo explicar». Es más fácil decir que se sabe todo que señalar los límites del propio conocimiento. Un científico y un divulgador te señalan que las cosas no son ni blanco ni negro, que hay matices… Pero es más fácil decir: aquí están los buenos y aquí están los malos. ¿Algo para inmunizar a la sociedad frente a los charlatanes? Lo que hay es la regulación de la medicina, que empieza en Francia en el siglo XIX, que comienza a limitar quién puede curar y con qué remedios. Esa legislación francesa fue bastante estricta: perseguían a los charlatanes, difundían sus nombres en los periódicos con nombre y apellidos, les ponían multas, iban presos, tenían juicios y demás. Pero eso no significa que se hayan acabado, es cierto que, con legislaciones y tribunales médicos bien establecidos, la práctica de la charlatanería empieza a restringirse, pero eso no ocurre al mismo tiempo en todo el mundo: en esa época, están permitidos en Italia, por ejemplo. Allí son una profesión, la más baja categoría de los médicos, como podían ser los barberos y más arriba los cirujanos. Los charlatanes estaban habilitados para hacer algún tipo de operaciones, como extirpar verrugas, y para vender remedios que estuviesen aprobados por los tribunales de medicina locales. Es un tipo de medicina que se realiza en espacios públicos, en la plaza. Ellos trabajaban con médicos y por lo general viajan con ellos, que son quienes les firman las recetas. Fue una asociación entre médicos y charlatanes que prosperó y hasta incluso cuando la charlatanería estaba arrinconada. Los charlatanes fueron los primeros que aprovecharon la imprenta, gracias a ella empiezan a difundir su presencia, redactando sus anuncios y pegándolos en las ciudades. Hay trabajos sobre la historia de los instrumentos científicos, por ejemplo, el telescopio, que primero se usa en la plaza pública como elemento de distracción. En aquella época, no siempre la innovación tecnológica se adoptó primero en el ámbito de lo que hoy denominamos ciencia. ¿Qué instrumentos tiene la gente para saber si la teoría del Big Bang es más cierta que la que le cuente un charlatán? En determinados asuntos científicos, la mayoría de la gente lo único que puede hacer es creer lo que se les cuenta. Muchas veces la gente no elige lo que va a creer, y elige otras cosas, no las que se quiere que crean. Se encuentra la figura del charlatán ya en la Edad Media, este “médico” que va de plaza en plaza, que hace operaciones pequeñas y vende determinados ungüentos apelando a cierto origen exótico de los remedios que ofrece, ya sea de África, Asia o América. Un remedio que les ha llegado a través de un intermediario que les ha revelado su secreto. Además, el teatro era la gran estrategia para vender, apelar a los saltimbanquis, a la música: congregar a la gente en la plaza a través de un espectáculo. Estas dos estrategias, lo exótico y lo teatral, son bastante antiguas y se prolongan hasta el siglo XIX. Resulta fabulosa la capacidad para el marketing que tenían estos individuos. Se podía vender en Italia una crema que estaba patentada como crema del Ejército, con una composición conocida para varias dolencias. Cuando el charlatán llega, por ejemplo, a América, en este proceso de adaptación de sus productos, él empieza a promocionarla como «crema incásica» y asegura, en la promoción, que la encontró excavando en unas cavernas bolivianas en la que encontró la momia. Allí encontró unas ánforas repletas de este remedio que tendría unos remedios curativos extraordinarios. Un secreto que vendría de una cultura milenaria desaparecida. Es una buena muestra de esta práctica que todavía se mantiene hoy, el atribuir poderes curativos a lo exótico, transformando una crema que traía de Italia en un remedio para todo aprovechando el prestigio que empezaban a tener las antigüedades incaicas en el siglo XIX tanto en América como en Europa. En tiempos actuales, la charlatanería sigue campeando y tiene variables que la potencian: las crisis personales o sociales, las legislaciones sobre la libertad de culto y desempeño. Una persona, tras una debacle económica personal, una desgracia familiar, una situación límite de cualquier índole, puede incursionar en el engaño como aparente técnica de mercadeo para vender y convertirse en alguien exitoso, éxito medido sólo por el dinero y la fama y no por el bienestar personal y el altruismo. En disciplinas científicas donde “lo blanco y lo negro” están bien definidos, los casos de charlatanería siguen existiendo, pero son más obvios, por ejemplo, una fractura tiene su lado científico en manos del traumatólogo y el fisiatra y su lado charlatán en el “sobador” y en el “ron de culebra”, una bebida simple, aguardiente y una culebra perteneciente a una especie que carece, en apariencia, de sensores oculares. La culebra se macera en el alcohol por mucho tiempo y, de acuerdo a la creencia popular, se bebe para “pegar” los huesos, y es sorprendente la cantidad de clientes que tienen. Sin embargo, en las disciplinas donde los contrastes son menos definidos, como la psicoterapia, en manos de psiquiatras y psicólogos, el charlatán cobra una importante tajada. Es impresionante la cantidad de individuos sin formación en el área que ofrecen terapias de distintos tipos incluyendo autismo, depresión y ansiedad, haciéndole a quien lo solicita, ejercicios grupales, poniéndolos a escuchar música y haciéndolos supuestamente respirar y meditar. El componente de ignorancia como en los embaucadores de la carreta de pueblo en pueblo, del que se agarraban era el de aquella población que los escuchaba, al igual hoy, para la sociedad es menos “hiriente” ir al “terapeuta holístico”, al que hace la terapia con ángeles, el que escribe un libro de autoayuda con diez puntos que se le ocurrieron y luego hace sesiones privadas o grupales de sanación, la terapia de renacimiento, entre miles. Es menos hiriente que se diga que fue al psiquiatra porque está “loco”, porque en el siglo XXI se sigue estigmatizando al terapeuta y al enfermo mental y de ahí es que encuentran el nicho los charlatanes para sus actividades. El gran problema es que, en la enfermedad mental no diagnosticada, el pseudo terapeuta puede hacer mucho daño en un cuadro paranoide, psicótico, obsesivo compulsivo, depresivo, disfórico Es realmente un crimen que personas de estas características engañen y empeoren cualquier caso existente y sólo el psiquiatra tenga la responsabilidad, porque es donde llega el paciente descompensado y donde estos charlatanes no tienen ningún tipo de culpabilidad. La conocida como “terapias alternativas” deben ser revisadas con lupa y además reglamentarse de manera estricta. Un caso bien documentado es la del psiquiatra Dr. Brian Weiss, autor de dos libros que en los noventas causaron furor, “Muchas vidas, muchos sabios” y “A través del tiempo”, en ellos él explica una “técnica” de su invención y donde y supuestamente bajo hipnosis inducía regresiones y llevaba al paciente a vivir vidas anteriores hasta el momento de su muerte. Vidas como guerreros egipcios, príncipes árabes, romanos, lo que al momento de volver a la realidad el paciente estaba curado de todos sus males porque se averiguó el origen de la enfermedad en un daño ocurrido muchas generaciones en el pasado. El caso es que el Dr. Weiss aplicaba en su consultorio en el hospital este tipo de terapias regresivas, a raíz de lo cual le fue suspendida su licencia de ejercicio médico y expulsado de la Sociedad Americana de Psiquiatría, aun así, siguió ejerciendo y teniendo sus cupos llenos y con costos altísimos por consulta. Supuestos “terapeutas” en materia de autismo que están formados en disciplinas distintas a la psicoterapia, se anuncian y ejercen aplicando “técnicas” que no hacen que evolucione el cuadro y además con costos muy grandes para la familia del paciente. Es necesario dejar muy claro que estas terapias no científicas, deben estar claramente identificados sus propósitos y, en cualquier caso, sólo para personas sanas. Otro caso interesante es el del coaching. Esta rama es inherente al mejoramiento personal en negocios, a nivel familiar, pareja, social, y es muy útil cuando se circunscribe a estas áreas, sin embargo, aquellos coach dedicados a empresas han empezado, hace tiempo, a incursionar en la mezcla del coaching y la psicoterapia, aplicando técnicas anticientíficas y haciendo una mezcla difícil de definir. Entre las cosas terribles que ocurren con estos supuestos “sanadores” es que suspenden cualquier medicación que el paciente pueda tener y les inculcan que la sanación está en ellos mismo, ello derivado de su profunda ignorancia en el tema y causando descompensaciones en el paciente que lo pueden llevar a la muerte. Curiosamente y casi de manera inexplicable hay psiquiatras que forman alianzas con otros profesionales y establecen centros de terapia y coaching donde los pacientes pueden ser “evaluados” por cualquier profesional distinto a la psiquiatría o la psicología y donde la farmacoterapia de apoyo, por supuesto, no existe y si existe es eliminada como fue mencionado. Otro tipo de charlatán en el ámbito médico ocurre en individuos con trayectorias enormes como docentes o investigadores pero que nunca vieron un paciente, entonces y de repente instalan un centro donde se hacen paquetes de consultas con aparentes precios ópticos imposibles de rechazar y donde en su publicidad aseguran que “tratan y curan” enfermedades degenerativas como la esclerosis múltiple y la esquizofrenia, cáncer y, por supuesto, depresión y ansiedad. Para facilitar el enganche del paciente se toma una muestra de sangre donde se determinan sustancias que “informan” si tiene tal o cual enfermedad, una técnica donde el paciente ve que hay un elemento tangible en el diagnóstico. La realidad es que los supuestos exámenes realizados que entre otros son: dopamina, serotonina, noradrenalina, ácido gamma amino butírico, glutamato, no son sustancias disponibles en sangre periférica que es la muestra donde supuestamente se hacen los exámenes, sino en el cerebro in situ , pero el examen igual se hace y luego de un rato aparece una persona, generalmente médico, con unos resultados en papel donde informe al paciente que tal examen está alto o bajo y que eso significa depresión y/o ansiedad o cualquiera otra condición y luego se le indican unas sustancias para ser tomadas que vienen en frascos con números y sin ningún otro rótulo. Se paga de entrada por un paquete de consultas que la más larga quizás dure 15 minutos y a las que un 50 % no acude, pero los honorarios ya han sido pagados. El problema grave de la charlatanería es el enriquecimiento a partir de la ignorancia de la víctima, de otra forma el charlatán no es tan problemático. Este es el caso de las sectas y comunidades religiosas distintas a las formales, en este sentido hay que decir en todas las corrientes religiosas hay charlatanes, pero las estadísticas dicen que en las comunidades protestantes es mayor esta actividad. Existen en todos los credos, estudiosos de cada una de sus escrituras sagradas, personas que se entregan al estudio y a la fe y donde la interpretación de las mismas, de la Biblia, la Torá y el Corán, amén de los Sutras de Buda, los Vedas y muchos otros, son reservadas a los estudiosos investidos del conocimiento para esas interpretaciones, sin embargo en esas comunidades religiosas recién creadas con unos pocos de seguidores, amparándose en las leyes de libertades de cultos, se presenta la charlatanería en dos aspectos: la interpretación no autorizada de los textos es decir una interpretación privada y personal pero que es difundida como una verdad a través de un discurso propio y manipula torio, y por otro lado la obtención de beneficios económicos a través de conceptos como el desprendimiento, el diezmo y el dar como forma de alcanzar favores ante Dios. Por otro lado, están los que no tienen una congregación formada ni pertenecen a una y encontraron en la religión una forma de obtener recursos y de manera independiente, “predican” y se aprovechan de la fe de aquellas personas poco versadas en el tema. Para cerrar el artículo, no puede quedar por fuera la charlatanería política, quizás la peor de todas, la más infame, la suma de todos los males. El charlatán generalmente es uno entre muchos y tiende a ser un ente singular, pero en política esta realidad se trastoca para que la mayoría de los integrantes de la congregación política, se conviertan en un inmenso conjunto de charlatanes, embaucadores que de igual manera que el charlatán de la carreta, se aparecen una y otra vez estafando y siempre encontrando quienes le compren su producto. En general el charlatán político ha evolucionado de una manera quizás inesperada. Lejos de aprender que el discurso tiene que estar cada vez más aferrado a la verdad y hacerse merecedores de la confianza de los electores, se perfeccionan en el arte de estafar lo que no pareciese seguir una lógica. Los políticos históricos estaban mucho más aferrados a la verdad y la consonancia con su pueblo que aquellos que protagonizan desde hace quizás veinte o treinta años. En la actualidad y más que nunca, el ejercicio del político se tiende a ver en las grandes mayorías de a pie, como algo denigrante, poco confiable, digno de burla y al mismo tiempo de rabia y como una especie de mal necesario, generaciones de políticos jóvenes que aprenden la charlatanería de los viejos políticos dirigentes, quizás porque la honradez no tiene cabida en la política del siglo XXI.

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