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Burocracia y producción

La actividad económica, hoy y antes, aquí y más allá, supone la confluencia de una diversidad infinita de variables. Desde la obtención de la materia prima, su costo, su transporte, su calidad, hasta la terminación de un producto, su precio, su distribución y su comercialización, pasando por el complejísimo proceso de producción que incluye los medios de producción (desde su adquisición y puesta a punto hasta su regular mantenimiento), la contratación de la fuerza de trabajo (especializada o no, intelectual o manual) y su regular relación con ella, energía para la producción, establecimientos adecuados, y un larguísimo etc que no viene al caso listar.  En fin, una pluralidad de circunstancias a la que podríamos dedicar mil columnas como ésta.

Nadie discute hoy que el mercado, es decir, el libre encuentro de vendedores y compradores de mercancías, es el más eficiente mecanismo social para la asignación de los recursos económicos pues se trata de privados cada uno de los cuales procura velar por lo suyo y, a un tiempo, obtener el máximo beneficio de su actividad. Así mismo, que si a esta fuerza privada no se la regula hasta cierto punto, su energía sin control puede ser tal que arrollaría al conjunto social con altos costos (humanos, ecológicos, urbanísticos, etc.).

De modo que ya sabemos la vieja conseja que sirve de poco como dogma y que sólo nos conduce al análisis concreto de la situación concreta, allí donde los errores y los aciertos tienen lugar: tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario. Tanto mercado como sea posible porque de él depende el desarrollo de las fuerzas productivas y la creación incesante de nueva riqueza. Tanto Estado como sea necesario porque, aún cuando añoraríamos una sociedad sin Estado (como aquélla que soñaron los viejos marxistas y anarquistas de todo pelaje), está claro que se trata de un mal necesario para evitar los excesos de aquél.

Pero resulta que cierta trasnochada ideología comunistoide parecería adelantar una tesis inversa: tanto Estado como sea posible y tanto mercado como sea necesario. Es entonces cuando, partiendo de una desconfianza cerval hacia todo lo que constituya empresa privada, y de una condena moral (presente en Marx pero ajena al propósito del marxismo) al instinto de beneficio que está detrás de ella y que es causa de la creación de riqueza desde que el hombre puso sus pies sobre el planeta en su relación de intercambio con la naturaleza y con sus prójimos, se pretende encorsetar todo el complejísimo proceso de producción a que hemos hecho referencia, dentro del estrecho, complicado, retorcido e ineficiente alambique de los procedimientos burocráticos. Si usted quiere producir no importa qué cosa, vaya y pida permiso, traiga papeles, explique sus propósitos, asegure que ese bien no se produce en el país, pídale las divisas que necesita al gobierno, jure que serán usadas como dice, mírele la cara a los burócratas con los que se tope, intuya si ese señor le está o no pidiendo una tajada, decida si cae en la tentación a ver si agiliza el trámite, vea si llega a tiempo al puerto de Shanghai o Rotterdam por el insumo o la mercancía que necesita, y al final del laberinto, saque cuentas a ver si su producto se puede o no vender al precio que usted requiere para recuperar y pagar el esfuerzo. Todo sin contar las amenazas de multas y de expropiación de su empresa o comercio, por pequeño que sea. Se imponen controles, y cuando las aguas humanas los desbordan, la respuesta es inventar una nueva instancia burocrática para ¡controlar el control!… instancia que será desbordada (y burlada) a su vez. Controles y más controles. Burocracia y más burocracia.

¿Puede, en medio de este lodazal burocrático que lo ralentiza todo, extrañar la escasez, la baja producción, y la inflación acelerada que padecemos? ¿Está en capacidad el Estado venezolano, además de sus inmensos compromisos en materia de salud, educación, seguridad e infraestructura, suplir a la empresa privada? ¿Tiene algún sentido que se agobie a sí mismo produciendo o pretendiendo producir, además de petróleo, hierro y energía eléctrica, también café, azúcar, harina, leche, aceite, cemento, envases, motos, cacao, celulares, papel, etc., etc., etc., sin contar la multiplicidad de empresas estatales en áreas como turismo, transporte, comunicación…? Y una pregunta final: ¿Puede extrañar que no estén disponibles las divisas que la economía requiere para alcanzar el desarrollo (cien veces las que actualmente consume) si sólo el Estado las administra?

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