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Caos en Chile: el arte de hacer ruinas

¿Es posible una explicación satisfactoria a la destrucción ciega y a los gritos de satisfacción cuando se quema el transporte público o un local comercial?

Habana: el nuevo arte de hacer ruinas (2007) es un documental escrito y dirigido por el alemán Florian Borchmeyer. La tesis del documental es que la destrucción del patrimonio arquitectónico de la capital cubana no es solo producto de la devastación económica producida por el comunismo, ni del cacareado bloqueo comercial de los Estados Unidos (es más preciso llamarlo embargo comercial). El escritor cubano Antonio José Ponte, entrevistado en el documental, lo explica como un planificado y sistemático procedimiento para destruir edificaciones por medio de la negligencia voluntaria del régimen encabezado por Fidel Castro, con el fin de probar que el país habría sido objeto de una especie de bombardeo imaginario del poder imperial. Este arte de hacer ruinas sería una forma de reforzar la victimización de los cubanos de mano de los Estados Unidos, incluso si esto implica que la gente viva en condiciones miserables y corra peligro en edificaciones que se pueden desplomar sobre ellos.

He tratado de buscar explicaciones al caos que están provocando los agitadores chilenos. Han destruido parte del metro de Santiago, iglesias, instalaciones de gobierno, edificios de universidades, han saqueado comercios. ¿Por qué? Más allá de los análisis socioeconómicos sobre la desigualdad, la falta de acceso a servicios públicos, las difíciles condiciones de vida de una parte de la población chilena a pesar del crecimiento económico, las aspiraciones de la clase media, no he encontrado una explicación satisfactoria a la destrucción ciega y a los gritos de satisfacción de jóvenes revoltosos cuando queman el transporte público o un local comercial.

Pienso que la tesis del documental sobre el nuevo arte de hacer ruinas nos puede dar algunas pistas. Y creo que esta tesis sirve para explicar algunos fenómenos disímiles en apariencia, como la destrucción de la infraestructura y de las industrias en la Venezuela chavista y la pulsión violenta de los sectores más radicales del independentismo catalán.

Los agitadores chilenos no solo quieren derrocar a Sebastián Piñera, presidente electo democráticamente. Quieren también probar que la estabilidad política y el crecimiento económico que Chile logró después de la transición de la dictadura a la democracia han sido un espejismo. Y para demostrar su punto quieren producir la máxima devastación material para al final tener razón. Los ideólogos de la revuelta (la crisis social la llaman en Chile) se distancian de la violencia, pero en el fondo aspiran a lo mismo que los agitadores anarquizantes: destruir el sistema para cambiarlo. ¿Cambiarlo para qué? ¿Cuál es la alternativa? No está muy claro, pero cuando vemos sus referentes, que incluyen al Che Guevara y Hugo Chávez, podemos imaginarnos que quieren un sistema comunista que realice el paraíso en la Tierra. Ya sabemos cómo terminan estos paraísos: basta ver a Cuba y Venezuela para confirmarlo.

En el caso catalán, los recientes bloqueos de las carreteras que conectan España con Francia son un adelanto de lo que significaría una hipotética Cataluña independiente. Una pequeña región en medio de la Unión Europea con pasos fronterizos controlados por autoridades francesas y españolas, lo que pondría obstáculos a la circulación de personas y bienes, afectaría el comercio, impactaría en la economía catalana y generaría tensiones con sus vecinos. Sin embargo, desde el ala más radical del soberanismo, de inspiración anarcocomunista, esta disrupción que provocaría la minúscula nueva república catalana sería el inicio de una revolución a mayor escala, de la que la Rusia de Putin y el fundamentalismo islámico (aliados de la causa catalana) sacarían provecho. El pensamiento de estos radicales es simple: mientras peor se ponga, mejor.

En Venezuela también vale la tesis del nuevo arte de hacer ruinas. Basta viajar por la anterior relativamente próspera ciudad de Maracaibo, corazón de lo que fue alguna vez una industria petrolera pujante, hoy sometida a apagones masivos, a la emigración de una población que huye hacia Colombia por las penurias relacionadas con la falta de acceso a comida, medicamentos y servicios médicos. O ir a lo que fue el corazón de la industrialización del país en los años sesenta y setenta del siglo XX, la región de Guayana, donde alguna vez hubo productivas empresas siderúrgicas y de aluminio y uno de los más grandes complejos hidroeléctricos del mundo. O tomar el metro en Caracas, que fuera orgullo de los venezolanos, ahora disminuido en sus operaciones e infraestructura, y con múltiples obras incompletas que se habían contratado con la brasilera Odebrecht, contrataciones marcadas por la sombra de la corrupción.

En el documental sobre la Habana se explica que el arte de construir ruinas nació en el Reino Unido. Aristócratas británicos construían falsas ruinas al estilo griego o romano en sus grandes extensiones de tierra con el fin de darles un carácter más noble. Pensaban que esas falsas ruinas de inspiración grecolatina eran una forma de conectar sus propiedades con la historia antigua del mundo occidental. El nuevo arte de hacer ruinas no busca ennoblecer sino degradar, con el fin de probar una tesis ideológica, un delirio utópico que contiene la semilla del caos.

Diálogo Político es una plataforma de difusión de ideas del Programa Regional Partidos Políticos y Democracia en América Latina de la Fundación Konrad Adenauer

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