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Castro y Maduro

Sergio Muñoz Riveros

Luis Almagro, secretario general de la OEA, afirmó hace pocos días que la comunidad internacional no debería aceptar la presencia de dictadores en reuniones como la Cumbre de las Américas, que se realizará en Lima en abril. Y podríamos agregar que tampoco en el acto de transmisión del mando que tendrá lugar en Chile el 11 de marzo. Ni Raúl Castro ni Nicolás Maduro tienen derecho a participar en ceremonias que exaltan lo que ellos niegan: las garantías individuales, las libertades de expresión y asociación, la división de poderes, las elecciones libres y con plenas garantías.

La dictadura cubana aprovecha hoy el hecho de que nadie la presiona. Se trata del despotismo institucionalizado, frente al cual la mayoría de los gobiernos latinoamericanos ha actuado con indulgencia, o con abierta simpatía, como es el caso del gobierno de Bachelet. Castro ha dicho que pronto dejará el poder que heredó de su hermano, por lo cual sería lógico que el pueblo cubano eligiera a un nuevo gobernante; sin embargo, la oligarquía que controla la isla sigue considerando que los cubanos son menores de edad, no calificados para votar. Castro ya indicó quien será su sucesor: un tal Díaz-Canel, miembro del aparato del PC. Tiene razón Almagro al sostener que no se puede aceptar una sucesión no democrática en Cuba, donde existe un régimen “que ha privado de los derechos básicos al pueblo cubano por seis décadas”. Señaló, además, que la dictadura de Maduro es un intento de replicar la experiencia cubana, incluso estimulando el éxodo de miles de venezolanos para “liberar la presión interna”.

Los regímenes de La Habana y Caracas protegen oscuros intereses comunes y están unidos por la voluntad de tapar sus muchos crímenes y latrocinios. Venezuela ha sido prácticamente colonizada por Cuba, al punto de que muchos militares cubanos ocupan puestos de mando en el aparato estatal venezolano. Fue Chávez quien sacrificó la independencia de su país en nombre de ese delirio al que llamó “socialismo del siglo XXI”. Y si dejó a Maduro en el poder fue porque éste, tosco y de poco seso, era enteramente leal al castrismo.

Raúl Castro ha firmado numerosas declaraciones regionales de adhesión a los principios democráticos que luego ha pisoteado desvergonzadamente, mientras los gobiernos de la región miraban hacia otro lado. Deben terminar la hipocresía y la contemporización. El pueblo cubano tiene derecho a autogobernarse.

Hay que valorar que, respecto de Venezuela, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos coincidan en reclamar el respeto a la Constitución, la liberación de los presos políticos, el cese de la represión y la realización de elecciones limpias. La farsa electoral que pretende consumar Maduro revela su descaro, pero también la conciencia de que tiene a la mayoría del pueblo en contra.

Tenemos el deber de solidarizar con quienes, en difíciles condiciones, luchan por la democracia en Cuba y Venezuela.

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