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Cataratas de corrupción

Comienzo estas líneas con una afirmación, no una hipótesis, sino una afirmación: la hegemonía que impera en Venezuela es el régimen más corrupto del mundo. Sí del mundo. Del planeta tierra. Y acaso el más corrupto de los anales documentados de la corrupción.

En verdad, esta afirmación se desprende, en gran medida, de las acusaciones y denuncias reciprocas que se hacen personeros principales de la hegemonía. Sus señalamientos también son fuente de mi afirmación. ¿Por qué debo creer en esas acusaciones y denuncias? Pues porque se trata de gente que se conoce muy bien, que han formado parte o forman parte del denso entramado de lo ilícito, que han depredado conjuntamente los recursos del país. Cuando se incordian entre sí, por las razones que sean, se “sacan los trapos al sol”, como se dice coloquialmente, o exponen a la luz pública las trapacerías que caracterizan el ejercicio envilecido del poder.

El más importante ministro de la economía en el siglo XXI denunció penalmente que se había perpetrado una estafa cambiaria por el orden de 250 mil millones de dólares, en los comienzos del período de Maduro. Un alto funcionario en materia petrolera y presupuestaria, por cierto que respetable en mi modesta opinión, señaló que había un faltante de 450 mil millones de dólares entre los ingresos y egresos registrados en los instrumentos presupuestarios, a lo largo de la presente centuria.

Hay investigaciones en curso en fiscalías y tribunales de América Latina, Estados Unidos y Europa, sobre presuntos hechos de corrupción de dimensiones colosales que habrían sido cometidos por poderosos personeros de la hegemonía venezolana, y por sus asociados en los negocios turbios, es decir los integrantes de una boli-plutocracia que probablemente no tenga par en el globo, en cuanto a su voracidad en el saqueo de una nación entera.

Es de dominio público que nuestro país ha sido convertido en un santuario de la delincuencia organizada, sobre todo del narcotráfico, y nada de ello habría podido ocurrir sin la complicidad o la participación directa de la jefatura del poder, tanto en su dimensión civil como militar. Eso no implica que todos los miembros de la jerarquía del régimen bolivarista sean cortados por la misma tijera de la masiva y descarada corrupción, o que no haya ni un solo hueso sano en ese sistema vertebral. No pienso que eso sea así. Pero sí pienso que lo es en cuanto a los factores decisivos, muchas veces operando en entramados tan opacos como eficaces para trasvasar los recursos nacionales a sus patrimonios particulares.

Y esos entramados no necesariamente son unicolores. Algunos son como policromías de la corrupción, de la cual se benefician algunos que se presentan como contrarios entre sí, pero que a la hora de sacar las cuentas, cambian algunas o muchas cosas. Por lo demás, la incompetencia o el desfase ideológico no pueden ser las únicas excusas que expliquen el que Venezuela se encuentre sumida en una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera. Si se coloca en la ecuación el factor de la corrupción, entonces el resultado, trágicamente, no puede ser otro.

Cataratas de corrupción, hasta ahora incontenibles, tienen enriquecidos a los mandones y a los aprovechadores de la hegemonía y la boli-plutocracia, mientras el conjunto del pueblo venezolano se empobrece a niveles sub-saharianos, y cuidado… Por eso, todo el mundo se pregunta: ¿hasta cuando?

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