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Chavismo/Madurismo: Más que un problema regional

El régimen que por más de 20 años han encabezado Hugo Chávez y Nicolás Maduro, uno de los más nefastos de nuestra historia republicana, no sólo ha sido una tragedia para los venezolanos, sino que también ha creado graves y preocupantes problemas en la región. Igualmente, del otro lado del Atlántico se oyen voces de alarma y no son ajenos al aleteo de la crisis que ocurre en Venezuela.  La globalización es una realidad en la que se recogen y registran las ondas expansivas de lo bueno y de lo malo que el mundo de ahora nos ofrece.

Por la garganta de nuestro país han pasado los tragos amargos de una recesión económica que va para su séptimo año, de la hiperinflación que arrastramos desde noviembre de 2017 y ha vuelto “polvo cósmico” el poder de compra del bolívar. La Iglesia,a través de la Conferencia Episcopal Venezolana, en comunicado público, ha denunciado el infortunio que aflige a los venezolanos: “La crisis se sigue agudizando: el hambre, la falta de medicinas y de servicios públicos, el empobrecimiento, el altísimo costo de la vida, continúan en aumento, así como el elevado número de hermanos que migran huyendo de la agobiante situación del país”, y, como implorando el auxilio divino, plantea que ya “es hora para que las autoridades militares y policiales, de una vez por todas, honren su juramento de defender el pueblo y sus derechos”. No es la oposición, ni el “imperio”, quien hace el pedido, sino la Iglesia, en este tiempo de adviento en que se espera la Navidad.  

El problema venezolano se ha convertido en un problema regional, y, hay que decirlo, en algo más que un problema regional, con impacto que trasciende el escenario latinoamericano. Estamos protagonizando una emergencia migratoria con la salida diaria de entre 4.000 y 5.000 compatriotas que se van a otros países en busca de mejores condiciones de vida y/o por ser objeto de la represión política y quieren vivir en democracia y libertad. La crisis los ha aventado a varios países, en cifras que impresionan: en Colombia, el principal destino, hay más de 1,5 millones (se ha estimado que su atención tiene un costo equivalente al 0,3% de su Producto Interno Bruto), en Perú 860.000, en Chile 371.000, en Ecuador 330.000, según reportan los medios de comunicación. Son países que, como  sabemos, tienen sus propios problemas y, al ser sorprendidos por inesperadas avalanchas migratorias, ven desbordadas sus infraestructuras públicas de salud, de educación y de capacidad de empleo. Eso ha impulsado a países y organismos multilaterales de la comunidad internacional a entregar importantes ayudas financieras a los pueblos amigos que reciben y acogen la diáspora forzada de venezolanos.  El representante especial para Venezuela de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Eduardo Stein, hizo, el día 28 del pasado mes de noviembre, la siguiente declaración:  “Si los flujos (de migrantes venezolanos) siguen como van, podríamoa llegar a finales de 2020 a cerca de 6,4 millones de personas. O sea, se superaría las cifras del fenómeno sirio. Con dos diferencias importantes. La gente  está saliendo de un país que no está en guerra y de un país que tiene las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo”.

Pero las peligrosas implicaciones  del que se ha llamado “efecto Venezuela” van más allá de las situaciones críticas que el éxodo masivo de los habitantes provoca en países vecinos. Es que la dictadura imperante se ha mutado en un narcoestado que ha hecho de nuestro país una  prominente vía de tránsito de las drogas hacia Estados Unidos y Europa, que participa en el lavado  de capitales, que se asocia con mafias para explotar una minería ilegal, que tiene nexos y vinculaciones con organizaciones del terrorismo internacional, y que desde el Foro de Sao Paulo es un factor que contribuye a la perturbación de la seguridad y la paz del continente.

Sobran argumentos y razones para sostener que casi tienen connotación existencial la necesidad y la urgencia de cambiar a los que actualmente usurpan el poder y ponen en grave riesgo el destino nacional.

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