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Ciudadanos que no parecen ser

Antonio José Monagas

 

Aunque la expresión que intitula esta disertación pareciera un eufemismo o un absurdo, su sentido evidencia una cruda realidad. Y es que si bien los seres humanos disponen de derechos y libertades los cuales fungen como vehículos de alcance de proyectos de vida o de realización y desarrollo personal, igualmente pueden verse impedidos de lograrse. Particularmente, en medio de situaciones donde se conjugan pretensiones ideológicas con esquemas políticos impositivos capaces de reducir garantías a quienes por razones circunstanciales no terminan de cuadrar con exigencias gubernamentales asumidas en el juego de poder en el que se ve atrapado o se siente imperioso el personaje sobre quien recaen las responsabilidades  de avanzar entre las correspondientes realidades. Siempre dominadas por un gobernante cualquiera.

Pero habrá que dar cuenta que en el centro de tan enmarañados escenarios políticos, económicos y sociales, está el hombre, el habitante, el vecino, el poblador o el ciudadano. Su condición, ha de depender de las relaciones que guarde no sólo con el Estado bajo el cual la persona circunscribe sus intereses y necesidades. Sino también, con el ámbito del cual dependa su función social, económica, política, laboral o cultural. De ahí no luce por igual o semejante hablar indistintamente de cualquiera de las condiciones que marcan a la persona en medio de las circunstancias en la que se sitúa, moviliza, relaciona, evidencia, forja y evalúa sus capacidades y habilidades.

La figura del ciudadano difiere de la del habitante, del vecino, del residente por cuanto en su esencia se fusionan consideraciones que devienen en condiciones políticas que no tienen parangón con las que pueden caracterizar a otra en contextos afines de tiempo histórico y espacio público. Además, es fundamental asentir con argumentos válidos dicha diferencia. Su caracterización dialéctica permitiría centrar discursos y orientaciones epistémicas con la fuerza semántica para comprender cada realidad apegada a su momento de afianzamiento o de diatriba. De entender el concepto de ciudadano desde esta perspectiva, será posible su análisis en relación con conceptos igualmente procedentes del ámbito funcional pautado por la política y su praxis.

De ahí que estas líneas buscan dejar en claro lo que encubre o descubre el término “ciudadano”. Su identidad ha sido groseramente manipulada. El discurso populista lo ha tomado como razón de agitación y exacerbación dado el valor de uso y de cambio político que consigue al hacerlo elemento común de un vulgarizado proselitismo. Por consiguiente, el concepto de “ciudadano” es objeto de tanto zarandeo que cualquier divagación que tenga lugar en un ambiente de desesperada demagogia.

En consecuencia, el concepto de “ciudadano” se ha venido a menos toda vez que las libertades han sido condicionadas a instancia de manejos político-partidistas en la dirección de beneficiar vicios que han servido a gobiernos cuasi democráticos de razones para movilizar y afianzar ejercicios clientelares apoyados en prácticas de corrupción política. La conciencia política sobre la cual se depara la actitud del ciudadano, se ha extraviado entre problemas de moralidad, ética social, profesional y pública, tanto como entre las carencias de una educación cívica, de cultura política, y hasta de urbanidad y convivencia vecinal.

Desde la perspectiva del civismo, el concepto de “ciudadano” se ha visto afectado en su esencia como resultado de la pobreza ideológica sobre la cual el partidismo en el subdesarrollo, fijó pautas de movilización política ajustadas a coyunturas y condiciones marcadas por el carácter efímero del individualismo que opera como motivador de indiferencia. Pero de la misma forma, el concepto de “ciudadano” se vio en merma cuando el vecino, el habitante o el poblador se ve inmerso en dificultades que no logra superar. Es entonces cuando sólo se vale de sus potencialidades para hacer su vida rentable sin que pueda importarle todo lo que acontece a su alrededor pues lo único que persigue es beneficios egoístamente.

Así que la celeridad bajo la cual transcurren los tiempos, ha generado un ciudadano que solamente vive en función de lo que sus dogmas le inducen. Así ha venido desenvolviéndose indistintamente de reflexiones que lo hacen valerse de las realidades contiguas y cercanas para así crecer en función de consideraciones plurales.

En tanto la vida pública se debata entre “ciudadanos” que no comprendan su papel en medio de hiper-conversaciones que consoliden relaciones políticas, sociales, culturales y económicas, la democracia se reducirá a ser escasamente un artificio con capacidad para avivar contravalores. No valores. Porque más allá de lo que pueda incitar una democracia en todo su sentido, cabe el concepto de “ciudadano” en toda sus dimensiones. Mientras estas realidades sigan promoviendo razones que tiendan a confundir razones con obligaciones, se tendrán ciudadanos que no son ciudadanos. O que pudieran lucirse como ciudadanos que no parecen ser.

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