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Collage décimo noveno sobre Rómulo Betancourt

(La sucesión presidencial de 1946)

El gran error del Presidente Medina Angarita y de su gobierno, al final de su mandato, fue haber negado, en la reforma constitucional de 1945, la inclusión del sufragio universal, directo y secreto, para que fuesen los venezolanos, y no él y los que le rodeaban, los que decidieran sobre la cuestión fundamental de la verdadera democracia: la elección popular, en ejercicio de soberanía, del presidente de la república y de los miembros de los cuerpos legislativos. Pensaron que así como López Contreras había escogido a su sucesor, también podían hacer lo mismo, sin darse cuenta que, como señaló Ramón J. Velásquez, “la Venezuela de 1945 ya no era el país que en abril de 1941 se conformó con enterarse de la elección de un nuevo Presidente de la República y con agolparse en las avenidas que rodean el Capitolio Nacional para ver entrar y salir al nuevo mandatario a una reunión de representantes del pueblo que el pueblo no ha elegido” (1). Pensaron que nuevamente, mediante una elección de tercer grado, se podía seguir escogiendo, como presidente de la república, por designio del ‘gran elector’ instalado en Miraflores,  el candidato sobre cuya cabeza -decía Rómulo Betancourt- se hubiese posado “la paloma paráclita”. Por eso, pudo decir Mario Briceño Iragorry, el historiador y dirigente del partido de gobierno de entonces, que, al plantearse la candidatura presidencial, “como si se hubiera tratado de una herencia, los aspirantes menudearon y mantuvieron la tesis del ‘gran elector’ en espera de recibir el óleo de la recomendación” (2).

La realidad era que había una nueva Venezuela, en la que debatían partidos políticos ya crecidos nacionalmente, con un movimiento sindical combativo y una organización empresarial importante, y la expectativa de mayores aperturas democráticas en América Latina y el resto del planeta,  con la culminación de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del nazi-fascismo.

Acción Democrática realizó varias tentativas para buscar, a través de la vía del consenso y no de la vía revolucionaria, una salida a la crisis creada en el país por el problema de la sucesión presidencial. Veamos.

En una conferencia pronunciada el 5 de mayo de 1945, Rómulo Betancourt ratificó la solicitud, hecha anteriormente, de que el partido de gobierno, el PDV, que controlaba con abrumadora mayoría el Congreso elector, diera el nombre de su candidato presidencial, porque “debe tomar en cuenta que no va a escoger un funcionario para uso doméstico, sino a un Presidente de Venezuela”. Insistía en que “Venezuela tiene irrenunciable derecho a decir con antelación al acto de elegir, para que su palabra sea escuchada y sea atendida, si está o no de acuerdo con el hombre y con el programa que regirán la vida nacional en el quinquenio 1946-1951” (3). A comienzos  del mes de junio, el doctor Edmundo Fernández se presentó en la casa de Rómulo Betancourt, de quien era amigo desde los tiempos de la Universidad, y le manifestó que “un grupo de oficiales del Ejército, hostil a la situación imperante”, deseaba entrevistarse con él. El doctor Fernández  expresaría después que Betancourt “se mostraba escéptico y desconfiado”. Nos dice Betancourt: “La reacción mía ante la inesperada nueva no fue la del aventurero político, sino la de quien calibraba su responsabilidad como conductor de un gran movimiento popular” (4). En reunión del comando de Acción Democrática, después de un amplio debate, se acordó que Betancourt, acompañado de Raúl Leoni, asistiera a la entrevista y “se escuchara a los militares”. La entrevista inicial se efectuó la noche del 6 de julio en la casa del doctor Fernández; posteriormente se celebraron reuniones sucesivas, a las que nos referiremos más adelante cuando abordemos la acción cívico-militar que estalla el 18 de octubre de 1945.

El 10 de julio se informa públicamente que el embajador en Washington, Diógenes Escalante, había aceptado la candidatura presidencial que formalmente le había ofrecido el ´gran elector’ instalado en Miraflores, es decir, el Presidente Medina. Las conversaciones con los militares sirvieron de acicate para que Acción Democrática perseverara en la búsqueda de una salida pacífica a la crisis. Señala Betancourt: “Hasta la última hora quisimos evitar el vuelco violento en la situación del país. Nos empeñamos –desde luego con mayor audacia y más agresivamente, por saber ya bien lo que se agitaba en el subsuelo de la aparente lealtad al régimen de las Fuerzas Armadas- en lograr una solución electoral a la crisis política”; con ese propósito, por decisión de la Dirección Nacional de Acción Democrática, viajaron a los Estados Unidos Rómulo Betancourt y Raúl Leoni para entrevistarse con Escalante, al que, relata Betancourt, “le pintamos con dramáticos colores la situación de Venezuela” y “le dijimos que si no surgía en los elencos del oficialismo un presidenciable dispuesto a impulsar una reforma de la Constitución pautando el sistema de sufragio universal, directo y secreto para la elección de los personeros del poder público, resultaba inevitable el estallido de una insurrección civil-militar”; Escalante les anunció “su asentimiento y el compromiso que adquiría de propiciar una reforma democratizadora de la Carta Política y una tónica de honradez en la Administración” (5).

El 8 de agosto llega a Maiquetía el doctor Diógenes Escalante, investido con la candidatura presidencial del gobierno pedevista y con el apoyo de Acción Democrática, partido de oposición. Es necesario destacar la precisión que atinadamente hace Simón Alberto Consalvi: “Escalante llegaba como el candidato de unidad entre el sector gubernamental y el partido Acción Democrática. No se trataba, sin embargo, de un pacto político entre Gobierno y oposición, sino de un respaldo unilateral  de AD al candidato como la mejor fórmula para resolver la crisis de la sucesión presidencial” (6). Sobre Escalante, el fundador de Acción Democrática, da esta opinión: “Siempre ha sostenido Escalante que la falta de real estabilidad de los gobiernos venezolanos nace de un vicio original: el de no ser resultantes de una libre consulta a la voluntad nacional, expresada en los comicios. Es un convencido de la necesidad de que los cargos públicos de carácter representativo, comenzando por la Presidencia de la República, sean provistos mediante el sistema de sufragio universal, directo y secreto. Considera contrario a la moral política el compatibilismo entre las funciones ejecutivas y legislativas. La imparcialidad del Ejecutivo en los procesos electorales la conceptúa esencial al funcionamiento sincero de la democracia” (7). Betancourt deja claro, junto a “la actitud de aquiescencia” frente a la candidatura de Escalante, “el rechazo público por nuestra organización de toda colaboración ministerial, de tipo ejecutivo, con su gobierno” (8). Betancourt se valió de la candidatura de Escalante para que, mientras existiera la posibilidad de solventar pacíficamente la crisis, se evitara la detonación de la acción militar, así lo registra Ramón J. Velásquez: “Durante tres meses, trató el jefe político de frenar el estallido del movimiento militar utilizando el expediente de la candidatura de Diógenes Escalante” (9).

El 4 de septiembre, una junta médica anuncia sorpresivamente que una grave dolencia afectaba la salud mental del doctor Escalante, que lo incapacitaba para el desempeño de la Presidencia de la República. Quedaba así, lamentablemente, descartada su candidatura presidencial.

La candidatura del general López Contreras, para suceder a Medina, se venía planteando desde hacía algún tiempo. En un artículo de prensa, de fecha 17 de enero de 1944, Rómulo Betancourt comenta un “manifiesto-programa” del ex-presidente en el que, si bien no anuncia su aspiración sucesoral para el quinquenio 1946-1951, sí reafirma su credo doctrinario y formula consideraciones políticas vinculadas a la actualidad nacional, por lo que “podría inferirse que el general López Contreras ha querido enunciar con cierta anticipación su plataforma programática, como posible aspirante a sucesor del general Medina en la Presidencia de la República” (10). Más de un año después, el 1° de abril de 1945, Betancourt, en otro artículo de prensa, observa: “Al margen del PDV, pero con participación activa de muchos pedevistas, se está plasmando la candidatura del ex-presidente López Contreras. En círculos bien conocidos se gesta activamente esa postulación, y los agentes del abajofirmantismo recorren todos los caminos de Venezuela solicitando adhesiones indirectas para tal candidatura” (11). Y en un discurso pronunciado el 5 de mayo de 1945, Rómulo Betancourt da las razones por las que Acción Democrática se opone a la candidatura de López Contreras, “si es que en definitiva es lanzada a la consideración del país”.  Esto fue lo que, en esa ocasión, dijo: “Esas razones son, unas de ética política; las otras, enraizadas en consideraciones de interés nacional y muy vinculadas al proceso de transformaciones sociales de posguerra. La moral política de la Nación sufriría un severo golpe si a estas alturas de nuestra evolución se eleva al rango de tesis política el infantil juego de ‘la candelita’. Si en 1946 actualizáramos el pasamanos entre Páez y Soublette; o aquello de José Tadeo entregándole a José Gregorio, y de José Gregorio devolviéndole a José Tadelo, y allí paró la cosa porque José Ruperto murió bruscamente de un  cólico miserere en El Valle…las razones de conveniencia nacional las esbozaré sumariamente, tal como nosotros la apreciamos. El país necesita para el 46, año en que los cambios sociales de posguerra estarán a la orden del día, un hombre en Miraflores con un repertorio de ideas más audaces que las que forman el bagaje político del ex-Presidente. Y con mente más permeable a los aires de fronda que corren por el mundo, con  agilidad mayor para adaptarse a las situaciones cambiantes de un mundo convulsionado, con una concepción menos rígida del principio de autoridad” (12).

Rápidamente se dibuja el paisaje político-electoral para la sucesión presidencial de 1946. En reemplazo de la candidatura ya descartada de Escalante, el Presidente Medina presentó el 10 de septiembre la candidatura del doctor Angel Biaggini, cuya proclamación oficial tuvo lugar el 1° de octubre.

El 7 de octubre se inician las deliberaciones de la IV Convención Nacional de  Acción Democrática, la cual le da mandato a la Dirección Nacional del partido para dirigirse a las demás organizaciones políticas exponiéndoles los puntos de vista que tiene sobre la actual situación política e invitarlas a una discusión de ellos en mesa redonda. En cumplimiento  de ese mandato, el Comié Ejecutivo Nacional, encabezado por el presidente Rómulo Gallegos y el Secretario General Rómulo Betancourt, dirige el 13 de octubre una carta pública al PDV, la Agrupación pro-Candidatura Presidencial (lopecista), la Unión Popular Venezolana y el Partido Comunista de Venezuela, proponiéndoles una fórmula, dentro del ordenamiento constitucional, que permita la transición entre los gobiernos no nacidos de la voluntad del pueblo y uno realmente forjado en los comicios electorales, por la libre voluntad ciudadana. Esa fórmula fue la siguiente: “Nuestra fórmula consistiría en la escogencia de un ciudadano extra-Partido, de solvencia personal, en cuanto a eficacia y rectitud moral, para que electo jefe del Estado por el Congreso de 1946, cumpla dentro de fecha prefijada en disposición transitoria de la Constitución, conforme a lo acordado en mesa redonda de Partidos y de sectores responsables no organizados políticamente, la tarea de presidir una consulta electoral directa para la escogencia del Presidente de la República, realmente asistido de la confianza mayoritaria de la Nación. Esta elección debe conjugarse con la reforma constitucional, iniciable por las Asambleas Legislativas de los Estados, en sus sesiones de enero de 1946, encaminada al restablecimiento del sistema de sufragio directo, universal y secreto para la elección del Presidente de la República” (13). Todos los partidos destinatarios de la carta de Acción Democrática rechazaron la proposición. Y el mismo día 13 de octubre se reunió en el Teatro Boyacá de Caracas la Convención Nacional Pro- candidatura Presidencial del General López Contreras y lo proclamó candidato.

La suerte ya estaba echada. Estaban cerradas todas las vías de una salida pacífica. La noche del 17 de octubre se celebró en el Nuevo Circo de Caracas un mitin histórico de Acción Democrática.  En esa oportunidad, Rómulo Betancourt, prácticamente anunció o sugirió entre líneas lo que habría de suceder, sin que se le pudiera hacer algún reproche o reclamo. A mí me comentó personalmente Ramón J. Velásquez que el discurso pronunciado por el líder acciondemocratista  fue tan hábil que  dijo lo que no dijo: su inminente llegada al poder. Leamos el siguiente párrafo: “Somos un partido político que se ha organizado para que este pueblo que está aquí congregado, para que el pueblo venezolano, vaya al poder y nosotros con este pueblo a gobernar” (14). Y años después recordó: “…al salir del mitin oí a un hombre del pueblo decir, con ese lento diapasón de sílabas arrastradas que utiliza nuestra gente cuando quiere ser sentenciosa: ‘me está oliendo a pólvora’. También debió olerle al mismo explosivo material al general Medina Angarita. Porque sobre su escritorio apareció luego, subrayado con lápiz rojo, el resumen de ese discurso publicado por El País el 18 de octubre, fecha en que estalló la insurrección de ejército y pueblo” (15). Y en una nota, añade: “En ese discurso, al hacer referencia a las objeciones que se formularon a nuestra tesis de la ‘candidatura nacional’, se señaló muy claramente la posibilidad de que tuviera salida violenta el impasse nacional. Este párrafo de ese discurso no se prestaba a dudas: Otros argumentos son menos infantiles. Se plantea que nuestra proposición significa un golpe de Estado pacífico. Nosotros admitimos que aspiramos a un golpe de Estado pacífico, es decir, que procuramos encontrarle una salida evolutiva a la compleja situación política del país. Pero esta aspiración evolutiva se frustará si quienes gobiernan continúan en su actitud de insólito desdén a la opinión” (16).

Las compuertas estaban abiertas para que entrara el torrente revolucionario del 18 de octubre.

1) Ramón J. Velásquez. “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el último Medio Siglo” 1926-1976. Venezuela Moderna. Fundación Eugenio Mendoza, 1976. Página 64.

2) Mario Briceño Iragorry. Folleto “Sentido y Vigencia del 30 de noviembre”, 1953. Página 29.

3) Rómulo Betanourt. “El 18 de Octubre de 1945”. Editoril Seix Barral, 1979. Página 98.

4) Rómulo Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica, 1956. Página 188.

5) Rómulo Betancourt. Obra citada. Página 192.

6) Simón Alberto Consalvi. “La Revolución de Octubre”. Serie Antológica Historia Contemporánea de Venezuela. Fundación Rómulo Betancourt. Página 30.

7) Rómulo Betancourt. “El 18 de octubre de 1945”. Editorial Seix Barral, 1979. Página 107-108.

8) Rómulo Betancourt. “El 18 de octubre de 1945”. Editorial Seix Barral, 1979. Página 109.

9) Ramón J. Velásquez. Obra citada. Página 66.

10) Rómulo Betancourt. “El 18 de octubre de 1945”. Página 43.

11) Rómulo Betancourt. Obra citada. Página 68.

12) Rómulo Betancourt. Obra citada. Página 96.

13) Rómulo Betancourt. Obra citada. Página 138.

14) Rómulo Betancourt. Obra citada. Página 146.

15) Rómulo Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica, 1956. Páginas 196-197.

16) Rómulo Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica, 1956. Página 798.

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A la memoria de Clarisa Sanoja, venezolana ejemplar

La doctora Clarisa Sanoja, recientemente fallecida, fue una gran luchadora democrática. Durante la sombría etapa de la dictadura perezjimenista, afrontó los riesgos de la persecución política con valentía. Estuvo al lado de los conductores de Resistencia, a la cabeza de ellos Leonardo Ruiz Pineda y Alberto Carnevali, sin miedo y sin vacilar a la hora de cumplir con las responsabilidades que se le asignaban. Participó activamente no sólo en la organización del movimiento femenino en el combate por el rescate de la libertad, sino en la formación y fortaleza de las estructuras clandestinas que en todo el país libraban heroica confrontación a la tiranía opresora.

Cuando fue prisionera del régimen que despotizó al país, soportó con coraje impar las torturas que le infirieron los esbirros de la Seguridad Nacional. Sobre sus espaldas quedaron, como huellas testimoniales que no desaparecieron, las cicatrices de infames torturas. Después, el exilio. Al sur del continente, allá en Chile, compartió con otros venezolanos la nostalgia de la patria lejana, la denuncia de los crímenes y felonías que perpetraba el perezjimenismo asaltante del poder, y con la esperanza de que volverían la democracia y la libertad.

Quienes fuimos sus compañeros de lucha y militancia en las filas deAcción Democrática, y personas y sectores independientes políticamente, hemos querido rendir este tributo a su memoria.

Firman: Carlos Canache Mata, Humberto Celli, Marco Tulio Bruni Clli, Virginia Olivo de Celli, Virginia Betancourt Valverde de Castro, Luisana y Carmen Sofía Leoni, Blanca de Pérez, Natacha Ruiz Pineda, María Teresa Lusinchi de Llorens, Haidy Lusinchi de Llorens, Verónica de Lepage, Gladys Castillo Cardier, Paulina Gamus, Lilia Arvelo, Esteban García Segura, Aníbal Franquiz, Organización “Mujer y Ciudadanía”.

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