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Colombia votó

Hubert Gehring

A partir del 7 de agosto, la sede presidencial colombiana Casa de Nariño tendrá un nuevo residente: Iván Duque, quien consiguió 53,97 % de los votos emitidos el 17 de junio de 2018, con lo cual derrotó en la segunda vuelta electoral a su contrincante, Gustavo Petro (41,81 %). El resultado indica una clara victoria del conservador Duque; sin embargo, tiene que quedar constancia de que hasta el día de hoy Petro ha sido el político de izquierda que mejores resultados ha obtenido en unas elecciones presidenciales.

En las semanas previas a las elecciones en Colombia, el ambiente era tenso. En la primera vuelta electoral, el 27 de mayo, se dividieron los 19 millones de los votos emitidos entre las diferentes corrientes que representan el espectro político en Colombia. Contrario a la polarización que comúnmente se plasmaba en los medios de comunicación, los votantes demostraron que en Colombia domina una diversidad ideológica, que va desde la derecha política hasta los partidos y movimientos del centro y los partidos más izquierdistas. Sin embargo, bajo la presión de la nueva situación, el panorama cambió de manera fundamental en la segunda vuelta electoral. Después de los resultados muy diversificados de mayo, los ciudadanos tuvieron que elegir solo entre dos extremos políticos: Iván Duque en el lado derecho y Gustavo Petro en el izquierdo. La decisión salió a favor de la derecha.

Sin embargo, los partidarios del centro político se vieron en un fuerte dilema, que tuvo como resultado que muchos de ellos no fueran a las urnas o que hayan hecho uso de su derecho al voto en blanco, que se encontraba como tercera alternativa en la papeleta electoral. Parecido al porcentaje de la primera vuelta, la participación en la votación de junio fue del 53 %, una cifra muy buena para Colombia. Hubo un 4,2 % de votos en blanco.

Observaciones sobre les elecciones

En general, las elecciones presidenciales de 2018 muestran que la democracia en Colombia funciona bien, a pesar de algunos defectos. Por un lado, la maquinaria política (estructura extraoficial y no ideológica que practica la compra de votos del electorado a cambio de efectivo, concesión de beneficios económicos o asignación de cargos, etc.) no jugó un papel muy importante en estas elecciones. Por el contrario, lo que prevaleció fue el voto de opinión, que refleja la verdadera preferencia personal. Una prueba de esto es el hecho de que el candidato de la clase política tradicional, quien tiene acceso a la maquinaria (Germán Vargas Lleras, de Cambio Radical), solo consiguió 7,3 % de los votos.

Pero ¿por qué la maquinaria no funcionó o no influyó en las elecciones presidenciales de este año? Hay que mencionar tres razones: primero, evidentemente ya en las elecciones parlamentarias del 11 de marzo de este año se agotaron los recursos económicos y la logística correspondiente para la compra de votos. Además, los controles institucionales se intensificaron y los observadores electorales estaban alarmados por la revelación de algunos casos espectaculares de fraude. Con esto se limitó el accionar de la maquinaria. Segundo, por primera vez subió el porcentaje de personas que fueron a las elecciones en primera vuelta (53,36 %), que en Colombia hasta ahora siempre estuvo debajo del 50 %. Meses antes de las elecciones se inscribieron más de un millón de votantes primerizos en las diferentes juntas receptoras del voto. La participación electoral creció. Por otro lado, el electorado del centro político fue una excepción en la segunda vuelta, debido a que no se sintió representado por ninguno de los dos candidatos y muchos prefirieron no acudir a las urnas.

Una prueba más del buen funcionamiento de la democracia en Colombia fue la sorprendente votación del candidato del centro político en primera vuelta, Sergio Fajardo. Él consiguió casi 4,6 millones de votos y sólo por muy poco no pasó a la segunda vuelta. Esto evidencia que los ciudadanos colombianos dudaron y que buscaron alternativas políticas y nuevas propuestas para poder incluir más al pueblo. Un punto débil de todas las votaciones de este año en Colombia fue el rol disminuido de los partidos, sobre todo de los tradicionales. En este sentido, el Partido Conservador no propuso ningún candidato y sus referentes políticos anunciaron públicamente su apoyo a diferentes candidatos de otros partidos; esto significa que no rige una disciplina partidaria y que no existían posiciones compartidas. A pesar de que el Partido Liberal tenía su propio candidato, Humberto de la Calle, un político experimentado y exnegociador de las conversaciones de paz, su partido, sin embargo, no lo apoyó lo suficiente y por esa razón recibió solo el 2,06 % de los votos emitidos en la primera vuelta. También en esta ocasión se dividieron los votos de los liberales tradicionales en otros dos candidatos, sin mantener, de este modo, la necesaria disciplina partidaria.

El debilitamiento del sistema partidario es evidente y se refleja en el hecho de que la mayoría de los candidatos no fueron presentados por un partido en concreto, sino que obtuvieron su candidatura a través de la recolección de firmas de adhesión en la población.

Los primeros días de Iván Duque como nuevo presidente. ¿Cómo sigue esto?

Ya en la batalla electoral Iván Duque había anunciado una serie de reformas y medidas que tomaría al convertirse en presidente. Su partido, Centro Democrático, puede ya preparar algunas de estas medidas, después del establecimiento del nuevo Parlamento el 20 de julio, unas semanas antes de su propia asunción en el cargo, el 7 de agosto.

Una de las propuestas de reforma de Duque refiere al tratado de paz con la guerrilla de las FARC y todas las disposiciones jurídicas vinculadas a este que se efectuaron en el gobierno de Santos. Con esto pretende, según el propio Duque, garantizar más verdad, justicia y la compensación de las víctimas del conflicto armado. Al mismo tiempo deberán ser impuestos castigos más justos para delitos graves de la guerrilla, para de este modo combatir la impunidad denunciada por él.

Dos semanas antes de la segunda vuelta, sin embargo, Duque enfatizó en una entrevista que él no quiere derogar completamente el tratado de paz, sino que quiere hacer algunas modificaciones y adaptaciones. De esta manera quiere conseguir «una paz creíble y duradera» que «esté anclada firmemente a la justicia». Veremos qué significará esto en la práctica. Por un lado, se puede presuponer que Duque tiene que satisfacer a su clientela pero, por otro lado, él no va ser tan poco astuto y poner en verdadero riesgo el tratado de paz.

Otra reforma que Duque quiere llevar a cabo durante su mandato es la de la justicia. Como para esto él depende de un debate de largo alcance y del apoyo de otras representaciones parlamentarias en el Congreso, los primeros pasos podrían concretarse ya en los próximos días. Por el momento, el Poder Judicial en Colombia se compone de cuatro altas cortes: la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de Estado, la Corte Constitucional y el Consejo Superior de la Judicatura, que en conjunto comprenden 75 jueces de dedicación exclusiva. En los últimos años, las cortes estuvieron envueltas en varios escándalos de corrupción y conflictos de competencia, por lo que una solución rápida y eficiente de la crisis en el sector es de significado vital para el país.

La propuesta de Centro Democrático, bajo la dirección del nuevo presidente, es la sustitución de las cortes actuales por una corte única con las correspondientes salas especializadas. Con esta reforma estructural se podría, entre otros, reducir el gran número de jueces superiores. Otros temas de la agenda del nuevo presidente son, por ejemplo, la decisión sobre la continuación de las conversaciones de paz con el otro grupo guerrillero, el ELN (Ejército de Liberación Nacional), o la solución de las emergencias como los daños en la represa de Ituango en el departamento de Antioquía, donde el agua amenaza con inundar numerosas comunidades. También la migración sin control desde la vecina Venezuela está en la agenda política.

¿Qué queda de la campaña electoral? ¡La democracia en Colombia funciona!

Aunque las elecciones presidenciales dejaron en evidencia la polarización de la ciudadanía colombiana, los mecanismos democráticos de participación funcionaron y la ciudadanía efectivamente los utilizó. Desde la perspectiva política se puede afirmar que el nuevo presidente dispone de una sólida mayoría en el Congreso: las representaciones parlamentarias del Centro Democrático, el Partido Conservador, Cambio Radical, el Partido Liberal y el Partido de la U, que se unieron a su campaña en el balotaje, quieren apoyarlo también en el gobierno. Habrá que esperar a ver cómo funcionará esto en la política del día a día. Por ejemplo, el Partido Liberal puso claras condiciones a su apoyo en la campaña electoral. Una importante era la defensa del tratado de paz y de los compromisos vinculados con este, como el de una reforma agraria para impulsar la productividad del campo colombiano. Posiblemente, después de la campaña las cosas se enfríen considerablemente. Muestra de esto es que los partidos que apoyaron hasta ahora la coalición de Santos, expresen su deseo de participar en el gobierno de Duque.

Otra señal clara es el resultado muy bueno del político de izquierda Petro. Cada vez más colombianos rechazan el vaivén después de las elecciones y la entrada más o menos colectiva en el gobierno del presidente electo. Es de esperar entonces que el nuevo presidente haya reconocido los signos de su tiempo y que trate efectivamente de unir su país y que coloque en el centro de su agenda temas como la disminución de la desigualdad, la justicia en cuanto a oportunidades para todos y el combate a la pobreza. Si esto no fuera así, tal vez ya en 2022 también en Colombia llegue la hora de los populistas.

 

Traducción: Nicole Rubio, Manfred Steffen

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