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Combatiendo al capital … rumbo al abismo

Cuando la izquierda pierde una elección, intentadestruir un país; cuando gana, lo consigue”.

Alberto Fernández se conducía reconocidamente bien en el manejo de la epidemia hasta que se coló en su discurso el gen peronista, aquél que creó la marchita que, 75 años después, el 48% de la Argentina sigue cantando con fervor militante. Eligió, como hicieron sus predecesores kirchneristas, un enemigo importante, y cargó como un toro enceguecido contra él.

Descalificó con fuertes epítetos a una de las mayores empresas industriales nacionales, presente en muchos países del mundo, olvidando que los 1.500 empleados que Techint suspendió por la paralización de las obras, pertenecen al gremio de la construcción y, consecuentemente, cuentan con un auto-seguro de desempleo (tienen para ello un fondo que se forma con aportes de quienes están trabajando) y, mucho más grave, que las empresas privadas resultarán indispensables para salir del profundo pozo en que ya nos encontramos, que será peor cuando la cuarentena termine. Y no lo sabe porque jamás fue emprendedor, arriesgó su capital o generó un trabajo.

Utilizó, para demonizar a su propietario, la palabra “especulación”. Ignora, como todos los demagogos y, especialmente, los pobristas que todos, todos especulamos todo el tiempo. Cada vez que elegimos, estamos especulando; cuando compramos un producto cualquiera, cuando escogemos el colegio al que deben asistir nuestros hijos, cuando escogemos cómo ahorrar, y hasta cuando nos casamos, siempre especulamos: ponemos en una balanza los pro y los contra, y la decisión es el producto de ese resultado.

En cada empresario hay un especulador, y es fundamental que lo haya. Porque quien elige serlo sabe que está asumiendo riesgos monumentales, en especial en la Argentina: dará trabajo, deberá pagar fuertes impuestos, tendrá problemas con los bancos, con los proveedores, con los clientes, con el Estado y con el sindicato (aún cuando sea un perfecto empleador), invertirá tiempo que podría dedicar a su familia y, por si todo eso fuera poco y lo acompaña el éxito en su proyecto, será mirado con odio y envidia por una sociedad y un gobierno imbéciles.

¿Cómo imagina Alberto Fernández que nuestro país podría existir sin empresas y sin especuladores? ¿Realmente quiere seguir “combatiendo al capital” como método para “conquistar a la gran masa del pueblo”? ¿Piensa que el empleo público puede reemplazar al privado? Sin empresas, ¿cómo sostendrá el Estado su fenomenal estructura improductiva? ¿Cree, como quieren algunos de sus adláteres, que hay que acabar con los productores agropecuarios para entregar la tierra a los desocupados?; en ese caso, ¿de dónde saldrían los alimentos y las exportaciones que necesitamos como el aire? Sus dichos recientes nos invitan así, a un gran suicidio nacional.

Más allá de mi paupérrima opinión acerca de la moral del Presidente, tan groucho-marxista él, lo considero un tipo inteligente. De allí que me pregunte, retóricamente por cierto, por qué está haciendo cosas como las desmesuradas ponderaciones a Hugo Moyano, un sindicalista a quien comparé en otra nota con Jimmy Hoffa (https://tinyurl.com/wtu58mx), el líder de los camioneros estadounidenses que tanto incidió en la historia económica y criminal de su país y tan mal terminó; a raíz de los halagos de Fernández, se ha viralizado por WhatsApp un pequeño fragmento de la película “El Irlandés”, con Robert de Niro y Al Pacino, que recuerda su vida.

El personaje tan exaltado por el Presidente ha cometido todos los delitos, desde contratar a sus propias empresas familiares para emprendimientos del gremio que conduce hasta lavar dinero y defraudar al club de fútbol que dirige; y a él debemos que traer una carga desde Salta a Buenos Aires resulte más caro que llevarla desde aquí a Shanghai, con todo lo que eso implica en materia de inflación.

Y digo que la pregunta es retórica porque la respuesta sólo puede ser una: ha decidido dejar de intentar alguna forma de independencia para plegarse sumisamente a los deseos de Cristina Fernández. A ésta, que mantiene un más que prudente silencio desde que regresó de Cuba con su falsamente enferma hija, le ha entregado el comando de todos los organismos de control, de las principales embajadas y de la posición geopolítica de la Argentina; y su mandante, a cambio, le ha dejado la conducción de la economía, con la esperanza de que fracase, y la defensa de su peregrina teoría del lawfare, con la cual busca impunidad.

Hay otros claros signos que ratifican esa afirmación: la llegada de médicos cubanos, la decisión –sólo momentáneamente postergada- de expropiar todo el sistema privado de salud, la derivación de multimillonarios recursos -indispensables para la lucha contra el virus- a demenciales destinos (la feria de Tecnópolis, la inactiva mina de Río Turbio y el pequeño hospital del Calafate) en manos de sus fieles, la identificación con el eje cubano-venezolano-ruso-iraní, etc.

Es probable que la viuda de Kirchner –que intenta llevarnos a una situación similar a la que ha generado Nicolás Maduro en su país- sentada atrás en el automóvil y con Alberto Fernández como chofer, pueda lograr su objetivo ya que el coronavirus, por el control social que implican las draconianas medidas adoptadas, la resultará útil.

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