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Como en Venezuela: Anarquía

Peor que una dictadura, peor que el mando de una oligarquía o que el imperio de la demagogia, es la anarquía.

El Libertador le tenía terror, no solo porque como gran conocedor de la Política sabía lo que ella significaba, en la teoría y en la práctica, sino por haberla padecido. La pérdida de Venezuela en 1.814 no se debió a otra cosa. Como todos querían mandar, no mandaba nadie y llegó la tragedia.

La Venezuela de este tiempo es el ejemplo trágico de la anarquía. Que no manda Maduro, pobre pelele tirado por mil cuerdas a la vez, se da por descontado. Cabello roba más que los otros, pero no manda más que ninguno. Los cubanos disponen a su antojo, pero apenas en lo que les importa. Los matones armados hacen lo que les da la gana, todos les temen, pero nadie les obedece. Ni siquiera se sabe quién responde por la debacle económica que sufre el país.

El resultado de la anarquía venezolana se expresa muy dolorosamente, de mil maneras. Escogemos las más visibles de todas: el más alto índice de homicidios del mundo; la inflación mayor que se conoce; millones de infelices encuentran su ración de comida en las basuras; y lo peor, Cáritas estima en 300.000, con tendencia irrefrenable al alza, los niños que por desnutrición padecen irreversible insuficiencia física e insuperable retraso mental.

Aquí tampoco manda nadie, porque mandan muchos y al final todos hacen lo que les da la gana.

Santos es un pobre diablo, lleno de doctorados honorarios, con Premio Nobel encima, banda presidencial en el pecho, telepronter siempre disponible, ínfulas de bueno y de sabio, cuando no es lo uno ni lo otro. Y cómo será su incapacidad de gobernar, que lo notamos más cuando anda por el mundo diciendo majaderías, que cuando se queda por acá, diciéndolas y haciéndolas.

En ausencia de Santos, no manda el Congreso. Una colección de sinvergüenzas, en la que destacaban Ñoño y Musa, los grandes electores de Santos, que han dejado de mandar porque los tienen sembrando lechugas en La Picota. No mandan los jueces, porque cada Corte le obedece a su clientela, cada una más podrida que las demás. Pregúntese, lector querido, si el nivel moral e intelectual de la Constitucional pudiera ser más bajo. Pero tal vez sí. Porque la Corte que viene, la de la JEP, está todavía peor formada. Y nadie sabe, ni puede saber, si instalada será ella, o las maltrechas viejas cortes, o los jueces con tutelas o sin ellas, o el Fiscal con sus aspavientos o el Procurador con su reclinatorio, los que vayan a impartir justicia.

Dijérase que mandan las FARC. Pues tampoco. Para empezar, porque no se sabe quiénes de verdad integran y ordenan esa caterva de bandidos: ¿los barrigones que se quedaron dictando conferencias (y no esconda la carcajada, amigo) perorando sobre democracia y economía y organizando su partido político, el único del mundo conformado por delincuentes? ¿O los que llaman disidentes, la flor y nata de los ladrones de niños, narcotraficantes y asesinos de ese grupo maldito? O los “intelectuales” de izquierda que se aprovechan de sus millones y su capacidad intimidatoria, como Enrique Santos, el “big brother” o el etarra Santiago, o el tal García Sayán, que odia a Colombia sobre toda consideración, o el pobrecito Álvaro Leyva, que ya recibió parte de su premio con la Embajada de su hijo, que brincó de Il Pomeriggio a Oslo sin tocar la vara? ¿O los socios ELN, EPL, BACRIM y compañía, que están negociando con los mequetrefes del Gobierno la parcela de poder que les tocará?

Las consecuencias de la anarquía ya saltan a la vista.

Este largo fin de semana, los indígenas han demostrado que mandan y paran el país cuando les da la gana. ¿No es para desternillarse de la risa el cuadro de Riverita, el Ministro del Interior, dando cuenta del avance de las negociaciones, con medio país en manos de los revoltosos?

La economía es una calamidad. Contracción demoledora, inversión en cero, petróleo arruinado, industria en vías de cierre total, campo extorsionado, crecimiento paupérrimo, recaudos tributarios a la baja, cartera de los bancos en refinanciación universal, deudores ahogados.

Y la más viva imagen de la anarquía es el triunfo total y rotundo del narcotráfico. Es lo único que tiene signo positivo en Colombia. Pasamos de largo las doscientas cincuenta mil hectáreas sembradas, las mil toneladas producidas, el pleno empleo en las zonas cocaleras, las “ollas” instaladas en todos los pueblos de Colombia y la permisividad de la Ley, la Policía, el Ejército, los jueces, con estos bandidos.

No se ha dicho todo sobre la anarquía, porque teóricos como Faure y Bobbio no conocían el caso de Colombia. Aquí no manda sino el crimen.

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