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¿Cómo se armó el caos (rojo)?

Todo se transformó. Todo fue alterado bajo la premisa (cívico-militar) del “desarreglo organizado”. Todo fue descompuesto de forma intensa y rápida. La Venezuela de finales del siglo XX, había fenecido. Su ahogo fue el resultado de la aplicación de un proyecto ideológico-político canalizado por una élite militar indecente, sórdida y nefasta. Aunque la eficacia propia de resentidos, indolentes y vengativos, no desdeñó en ningún momento el trazado estratégico del proyecto en cuestión. 

Fue el corolario de la operación política que obtuvo el triunfo del rencoroso candidato militar, en diciembre de 1998. De esa manera, el ejercicio de la política, a la usanza tradicional, pautada sobre el principio político de la alternancia, se vio afectado por el empuje de una fuerza inercial montada sobre el clamor de una población que vio en la antipolítica la razón que debía direccionar múltiples cambios en positivo. Pero el afán dominado por el famélico inmediatismo, condujo a fraguar lo que luego se denominó: “el último fraude político del siglo XX”.

Aquel Estado venezolano del cual mucho se habló como cabal referente de la democracia latinoamericana, había firmado su sentencia de muerte. Las relaciones básicas de una economía en boga, comenzaron a desvirtuarse de la senda delineada por criterios, preceptos y axiomas puntales de la teoría económica. 

Luego de haber alcanzado el Estado venezolano un significativo tope de ingresos derivados de holgados precios establecidos por el avasallante mercado petrolero del momento, irrumpió en franca picada. Al punto que entrada la segunda década del siglo XXI, ni siquiera el ajado socialismo, ni tampoco la engañosa revolución bolivariana, sirvieron como sendos mecanismos administrativos suficientes y expeditos para resarcir las desventuras fiscales que se desataron. Particularmente, en el colofón de un proceso político en declarada decadencia tal como está viéndose por estos tiempos del ocaso de al referida segunda década de la presente centuria. 

El tamaño del Estado, ha presumido ser una fuerza económica. Pero que no ha podido estructurarse a los fines de contener el desaliento financiero en curso. Dicha fuerza, fue motivo para que la temeridad del alto gobierno, reconocido ya como régimen de facto, comenzara a jugar con la ignorancia y la candidez de venezolanos que siguieron sometidos por las migajas que vienen repartiéndose desde que se formalizó la rasgadura de PDVSA convirtiéndola en una empresa distribuidora de alimentos. En ese momento, surgió PDVAL y sus equivocadas derivaciones comerciales que no fueron otra cosa que la expresión de su enflaquecimiento institucional pues el petróleo entraba en receso en cuanto a su producción.

Fue entonces, cuando esos mismos gobernantes inventaron excusas tan ridículas y carentes de toda consistencia, como lo de la “guerra económica”. Alegato éste tan iluso, como si acaso el Estado no había alcanzado el tamaño que la concentración administrativa, por su parte, le había conseguido. Ni porqué la aberrante revolución, en complicidad con la campante corrupción y la desvergonzada malversación y sustracción  de ingentes sumas de divisas del tesoro nacional, no hubiera extraído tan gruesos fondos por todas las vías posibles. Y hasta imposibles. 

Todo esto determinó que la cúpula del régimen, se viera desesperada por enquistarse más aún al poder político. Sólo que el camino escogido para adelantar sus planes de conspiración y de traición (a la patria), se volvió difícil de allanarse por completo. Aunque la alevosía con la que estos personajes de marras diseñan sus trampas, pareciera no agotarse. 

Sin embargo la actual representación de la oposición democrática, ha sabido dar la pelea política que cada ocasión permite y valora. Además, el apoyo internacional ha sido firme y determinante a la hora de sumarse a la defensa de la democracia venezolana. 

Ya la ingenuidad del venezolano, no será más nunca justificación de corrillo por la cual el régimen (o cualquier facción violenta) podrá servirse para ganar el espacio político que mejor convenga a simuladas y ficticias fachadas manifiestas de libertad y de derechos. Ya el tiempo comenzó a descontar las oportunidades de las cuales se aprovechó el régimen para convalidar su desespero y así seguir argumentando su absurda y restringida razón de afianzarse en el poder. Ya llegó la hora de decirle al régimen que su tiempo concluyó. No hay espacio para más artimañas de orilla. Ya el país advirtió ¿cómo se armó el caos (rojo)?

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