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Consejos de Dios ante la maldad

Una de las cosas más retadoras a la fe es la injusticia del hombre. Cuando damos una mirada a nuestro mundo, lo malo, lo cruel, lo injusto abunda como una cosecha en pleno esplendor, entonces nuestra primera reacción es sentirnos desesperanzados. Jesucristo les advirtió a sus discípulos que el amor de muchos se enfriaría a causa del recrudecimiento de la  maldad en el mundo. Sin embargo, al recorrer las páginas de la historia comprobamos que no son los tiempos actuales los que son malos; siempre donde ha estado el hombre, la huella del mal ha quedado marcada.

Desde el interior del ser humano proviene la paz, el progreso, el respeto y la solidaridad; pero del mismo corazón proviene la guerra, la pobreza, las violaciones a los derechos y la enemistad. ¡Es el mundo en el que vivimos! A pesar de esta realidad existe una verdad en la que pocos creen, son principios que trascienden al concepto que tenemos de la justicia y de la vida. Los hombres juzgamos según las apariencias y la verdad es que debajo de un rostro se esconden mil historias de las que Dios es testigo.

Cuenta la Biblia que el rey David vivió un reinado de grandes confrontaciones. En medio de su vida de luchas, de pecado y de la búsqueda de Dios escribió una gran cantidad de salmos; es decir, oraciones expresadas en forma de cantos. Muchos de estos salmos relatan momentos cumbres de la vida del pueblo de Israel, otros son análisis de las diferentes circunstancias que atravesaron los israelitas en su caminar, mientras otros, muestran la verdad intrínseca del ser humano y el pensamiento de Dios.

Uno de mis favoritos es el Salmo 37, su título es “El camino de los malos”, aunque desde mi perspectiva Cristo céntrica lo hubiera titulado algo así como “La bendición de los que confían en Dios.” Desde esta visión hay dos maneras en las que podemos vivir nuestras vidas. Por un lado, podemos concentrarnos en todo el mal que nos rodea, analizarlo para quedar más consternados aún, perder nuestra fe y más terriblemente, perder nuestro amor. 

Por otro lado, sin ignorar la maldad que nos rodea, podemos concentrarnos en Dios, en su amor, en su poder y confiar en El. Existe un gran misterio en mantener nuestra fe; no solo en creer que Dios existe sino en creerle a El, en creer en sus palabras, en creer que es galardonador de aquellos que le buscan de corazón. De nuevo, nos encontramos ante el conocimiento de que las armas de Dios no son, ni serán nunca las del hombre, pues en la justicia del hombre no obra la justicia de Dios. 

Por eso, no te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que practican el mal porque como la hierba serán pronto cortados y como la hierba verde se secarán. Solo Dios sabe el fin que le espera a cada hombre. El poder y el dinero les nublan el discernimiento; se creen dueños y señores pero pronto pueden ser sorprendidos por lo inesperado. Pueden pretender imponer sus ideas a la fuerza, pero cuando venga sobre ellos la fuerza del Todopoderoso serán arrasados como por aguas impetuosas. 

¡Confía en el Señor y haz el bien! No te canses de dar la bondad que está en tus manos, no le des cabida en tu corazón a la venganza, no seas vencido por el mal sino vence a las tinieblas con la luz de Dios. Deléitate en El, entrégate a su amor así como un niño confiado en el regazo de su madre. No dejes de abrir la puerta de la oración cada día. Aunque la maldad se multiplique a tu alrededor, tu tendrás la paz que sobrepasa todo entendimiento. Aunque quieran quebrar tu voluntad con sus fuerzas, recuerda que su espada entrará en su corazón y su arco será quebrado, como dice el Salmo.

Recuerda que siempre hay una posibilidad de bien en el ser humano; así como el ladrón que reconoció en Cristo el poder de Dios y le pidió que se acordara de él cuando estuviera en el Paraíso; así, a través de tu proceder podría llegar la luz de la vida a un esclavo de las tinieblas. Recuerda que cuando has caído Dios no te ha dejado postrado. ¡El ha sostenido tu mano! El Señor no te dejará ser condenado, tu salvación vendrá de El y será tu fortaleza en el tiempo de la angustia.

“Encomienda al Señor tu camino, confía en El y El hará. Exhibirá tu justicia como la luz y tu derecho como el mediodía”. Salmo 37: 5-6.

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