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Cortarse el pelo

Decía Coco Chanel que una mujer que se corta el pelo está a punto de cambiar su vida. Ojalá algo de eso haya en la acción que estos días realizan muchas mujeres iraníes como forma de protesta ante la muerte en una comisaría de la Policía de la Moral de una joven de 22 años. Fue detenida en la calle por dejar (o fue un descuido, qué más da) sobresalir de su velo más cabello del que la patrulla que la interceptó a la salida de una estación de metro en Teherán estimaba decente. Su familia no volvió a verla viva y las autoridades hablan de “un desafortunado incidente”. Ahora las mujeres se están cortando el pelo.

Habrá a quien esto le parezca un gesto inútil, pero tal vez cambien de opinión con este reportaje de Zahira Membrado que da voz a un grupo de artistas iraníes que detallan el ambiente opresor en el que tratan de vivir y trabajar bajo una doble sospecha: son mujeres y encima artistas. En un régimen represivo cualquier pequeño gesto es un acto de valentía, máxime cuando se produce frente a dos formidables obstáculos: una autoridad implacable y la indiferencia de todos los que observan desde fuera. Y, por favor, ahorrémonos todos los aspavientos. Esto –por su nombre: la cancelación del cuerpo de la mujer en cualquier esfera imaginable- lleva pasando desde el triunfo de la revolución islámica en 1979 y legalmente desde 1981 cuando se instauró el código que aplica la Policía de la Moral. Como destaca en su columna Najat El Hachmi «lo terriblemente absurdo es que la moral de un país entero, un Estado, una sociedad, dependan de si un trozo de tela se desliza accidentalmente o no sobre la cabeza de una mujer». Sí, lo es, pero los demás nos hemos acostumbrado a ver esta absurdez en las noticias. Acostumbrados a lo que Eva Borreguero denomina en esta tribuna dedicada a Afganistán (por lo que respecta a las mujeres, tanto monta, monta tanto) “la invisibilización social”. Claro, Irán no es Afganistán, ni los talibanes los ayatolás. Es cierto que las iraníes ¿gozan? de mayor libertad que las afganas. Pueden recibir educación, trabajan, ocupan cargos (carguillos) en la Administración, conducen… vamos, que el que las iraníes no puedan mostrar su cabeza en público o bailar en la calle, por no mencionar un régimen matrimonial leonino, parecen detalles sin importancia comparado con lo que sucede en Kabul o Herat y describe Nayera Kohistani en esta tribuna. ¿Verdad? Pues no.

Cuando de Irán se trata, todos pasamos por encima de este “detalle”. Hablamos de “reformistas” y “conservadores” como si aquello fuera el parlamento noruego, nos centramos en cuestiones estratégicas: el acuerdo nuclear, la influencia regional y ahora, por la crisis energética, la importancia de Irán como productor de petróleo. El editorial que hoy les ofrece EL PAÍS (léalo aquí: Un velo mal puesto en Irán) advierte que nada de esto debería dejar sepultada la denuncia de una situación, la de las mujeres, inasumible desde cualquier punto de vista. Ángeles Espinosa, que aquello se lo conoce bien, ya advirtió que el régimen de Teherán es un astuto, y a veces tramposo, negociador dispuesto a arriesgar para salvar su imagen. Estaría bien que esa imagen quedara arruinada por el cabello cortado de sus mujeres y que estás, como diría Coco Chanel, cambien su vida.

Además, estás son otras propuesta de desde la sección de Opinión que les ofrecemos hoy. Feliz viernes.

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