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Creer

Al pensar en este verbo, creer, muchos piensan casi inmediatamente en religión; sin embargo, la mayoría de las acciones y relaciones en la vida están basadas en la acción de este verbo. Creemos cuando consumimos cualquier tipo de alimento, creemos que va a hacernos bien, que nadie nos va a envenenar. Creemos cuando vamos a un médico y nos prescribe un tratamiento. Creemos que es para nuestro bien. Creemos en cada transacción que hacemos, creemos en todo intercambio de conocimientos. Para poder tener una relación, necesitamos creer en la otra persona. En fin, toda nuestra existencia está basada en el creer.

Necesitamos creer en lo que no vemos, en lo que está supuesto, en lo que cada quien debe dar en su posición. El creer denota esa confianza sujeta a la buena voluntad que esperamos de cada uno y de todos. Como cuando nos montamos en un avión con la confianza de que llegaremos a nuestro destino. No se nos ocurre dudar de la habilidad del piloto para volar la aeronave. 

Creer, confiar, vivir con la tranquilidad interior que produce el creer significa vivir en paz. Cuando el actuar de otros en el ejercicio de sus funciones nos produce duda e inseguridad comienza un conflicto en nuestro ser interior; esa lucha interna que se debate entre la desconfianza y la fe. De esta manera, nos afianzamos en la confianza y la fe o decidimos seguir la senda de la duda y no creer.

En el proceso del creer hay espacios que son como caminar a ciegas. Hay espacios de entrega del alma, de incondicionalidad, Hay espacios que solo tienen lugar, precisamente, debido a esa entrega de nuestra confianza a la integridad y veracidad del otro.

De la misma manera, se desarrolla la fe en Dios. El primer paso es una decisión personal, muchas veces acompañada de esa gracia derramada que envuelve nuestras emociones produciendo en nosotros un inmenso sentimiento de apego. Al dar el primer paso el alma se entrega. Se cree en el corazón, se confiesa con la boca el creer, entonces se produce la confianza que conlleva a esa sensación de paz y de seguridad que es tan apreciada por nuestra mente, nuestra alma y nuestro cuerpo.

Creer nos libra de vivir bajo la sombra de la incertidumbre; porque cuando creemos en Dios sabemos que todo en nuestra vida tiene un propósito que es más elevado que los mejores planes en nuestros pensamientos. Cuando creemos adquirimos la identidad de hijos, dejamos de ser parte del producto del azar del Universo. Cuando creemos nos convertimos en hijos del Dios del Universo.

Nos cuentan las Sagradas escrituras en Marcos 9 la historia del muchacho atormentado por un demonio, cuyo padre pidió a Jesús que lo ayudara en su incredulidad. Una de las expresiones más genuinas entre estas historias de los evangelios.

“Cuando llegó a donde estaban los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos. Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a él, le saludaron. Él les preguntó: ¿Qué disputáis con ellos? Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti a mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron. Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? 

Traédmelo. Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó.”

Creo, sin lugar a dudas, que es parte del ejercicio de la fe, elevar este clamor a Dios para que nos ayude en nuestra incredulidad. Después del milagro de cada respuesta ciertamente nuestra fe irá en ascenso. Por esa razón, CREE, al que cree todo le es posible.

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Twitter: RosaliaMorosB

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