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“Cuadernismo”, economía y construcción política

Jorge Raventos

¿Qué país quedará cuando terminen de desenvolverse todas las consecuencias de la compleja situación actual? En medio del paisaje inflacionario y recesivo, de la “tormenta cambiaria” y la conflictividad creciente, ¿cómo jugará la poderosa ola anticorrupción que agita la opinión pública en la destartalada economía argentina y en la definición electoral del año próximo?

Debilidad K y premio consuelo

La historia que se va desplegando tras las primeras estridencias del cuadernogate todavía no tiene género político definido. La interpretación del kirchnerismo militante (un ejemplo es el diputado Andrés Cuervo Larroque, para no mencionar a la mismísima senadora Kirchner) es puerilmente simplificadora: estaríamos ante  una conspiración “elaborada en los laboratorios de la CIA” porque “hay un objetivo que tiene el poder trasnacional de extranjerizar la Argentina”. ¿Las confesiones de “arrepentidos” ex funcionarios y contratistas del Estado? “Son declaraciones falsas, inducidas por la extorsión judicial”.

Ese tipo de relato sólo puede servir para apuntalar la credulidad de la propia feligresía; responde a hechos con conjeturas y reclama un acto de fe improbable: que se confíe más en la palabra de estos acusados que se victimizan  ( y que todavía se amparan tras sus fueros) que en la de personajes que, sometidos a los tribunales,  arriesgan sentencias agravadas y sanciones económicas si se probara  falsedad en sus confesiones.

La debilidad de la defensa K -que tuvo que resignarse, así sea tardíamente, al allanamiento de los domicilios de dos ex presidentes- no indica, sin embargo, que la cruzada moralizadora desatada tras la aparición de los escritos del sargento Centeno haya hecho descarrillar al cristinismo.

La saga de los cuadernos, que puede apasionar al electorado de Cambiemos, no cuenta con audiencia en aquellas barriadas en las que la señora de Kirchner asentó su vigoroso segundo puesto en la última elección. No se trata de que allí se celebre el saqueo al Estado, sino, más bien,  de que se da por sentado que la política, en cualquiera de sus manifestaciones, incluye esos menesteres. Y, en todo caso, se califica a sus distintas expresiones por los beneficios directos que llegan allí abajo mientras se supone que las enfermedades del poder se resuelven allá arriba, entre los que se turnan en su ejercicio y quienes los cortejan.

Así, el cuadernogate y su secuela de arrepentimientos sirve para fijar (y, si se quiere, para bajar un poco) el techo electoral de la señora de Kirchner, aislándola más de la amplia franja del electorado independiente, de las clases medias. Pero por sí solo el fenómeno no erosiona su base electoral principal. Puede, así, garantizar que a  la señora de Kirchner no le dé para ganar un ballotage, pero por el momento no asegura que esté ausente en el ballotage, si se presenta.

Si consiguiera ese objetivo se consolidaría como segunda fuerza y contrafigura del sistema político. Eso sería más que un premio consuelo

El núcleo duro oficialista

Aunque su base electoral no tiene la solidez y asentamiento de la que en el conurbano por ahora desagua en el kirchnerismo, el oficialismo de Cambiemos cuenta también con un núcleo de seguidores (el centro duro de su electorado) que se caracteriza, si no por sus amores, por sus odios previsibles: un listado que va más allá del kirchnerismo e incluye al conjunto de la cultura peronista, con parada principal en el sindicalismo y los movimientos sociales. En los últimos años, este sector ha acentuado su despecho por el mismísimo Papa Bergoglio, vehementemente sospechado de “populismo”.

Este sector observa la realidad con cierto aire de superioridad moral que le nubla la mirada y le impide apreciar su propio sesgo, inverso simétrico del  sesgo K: el mal siempre es el otro, la culpa siempre es del otro. Las políticas se evalúan de acuerdo al daño que pueden producir al adversario y no por los efectos que causan a la comunidad nacional.

Por ejemplo:el reclamo de  desaforar legisladores sin previa sentencia firme se ha convertido en un lugar común que no considera el hecho de que allanarse a esa medida sería abrir la puerta a potenciales arbitrariedades  (un gobierno de tendencia autoritaria con fuerza legislativa podría deshacerse de opositores por el simple expediente de impulsar denuncias judiciales); tampoco reconoce que los fueros, tal como están, no impiden que los legisladores sean juzgados, que estén obligados a responder a las citaciones judiciales ni que sean eventualmente condenados y deban en tal caso cumplir su condena.

Sumidos en su nube de sofismas autocomplacientes y convertidos en jueces vocacionales, estos sectores duros quieren condenas urgentes, prisiones anteriores al juicio, etc. ¡Y muchos de ellos se consideran liberales!

El gobierno tiene garantizado el apoyo de estos sectores si hace suyo ese discurso. Pero ni con el núcleo duro ni con el acolchado que lo recubre hasta completar el tercio del electorado favorable (un número que se encoge con las dificultades) el oficialismo tiene garantizada una victoria el año próximo.

Porque el otro lado de la luna (o del cuadernogate, si se desea) es la situación económica, donde el gobierno no da demasiado pie con bola. El dólar sigue su serrucho ascendente, la balanza comercial duplica en los primeros seis meses de este año el déficit del primer semestre del año anterior. La paulatina devaluación del peso eleva la incidencia de la deuda como porcentaje del producto: con unos 400.000 millones de dólares, a fines de año equivaldrá al 65 por ciento del PBI. Un amigo del gobierno, Martín Lousteau, admitió que a fin de 2019 el gobierno estará entregando un país con números peores a los que recibió en 2015: más inflación, más pobreza. Más deuda.

Si en el conurbano los cuadernos de Centeno no tienen audiencia, en el núcleo duro de Cambiemos hay poca atención a los números. Pero los números son los que ponen techo al gobierno.

Los números y la sensación (que inquieta a los inversores) de que el país no termina de componer un sistema político estable, que pueda impulsar y mantener reformas básicas.

Construir sistema

En tal sentido, el verdadero interrogante político  de 2019 no es tanto quién va a ganar la presidencia, sino qué fuerzas definirán en el ballotage.

Dicho de otra manera, la pregunta es por la segunda fuerza:  si será el panperonismo federal o el kirchnerismo el que disputará con Cambiemos la presidencia. Porque eso define si se construye o no un sistema estable.

En Cambiemos empieza a analizarse el tema más allá del interés -obvio y al mismo tiempo simplificador- de alcanzar la victoria. La clave del dilema reside en conseguirla y lograr al mismo tiempo que la sombra K, que obstruye la atracción a los inversores porque oscurece el largo plazo, sea desviada a boxes y, de allí, al desguace.

Un camino que -consideran sus impulsores- contribuiría al triunfo oficialista y a la construcción de sistema, consistiría en disociar al cristinismo del respaldo de los intendentes peronistas del conurbano. La mayoría de estos no terminan de divorciarse de la señora de Kirchner menos porque coincidan con ella o porque ignoren cuánto peso negativo les impone en las clases medias de sus distritos, sino porque no quieren perder una cabeza de boleta que es muy atractiva en el seno de su electorado más afín.

Este último atractivo perdería valor para ellos si las elecciones municipales bonaerenses ocurrieran disociadas de las elecciones nacionales.

La llave la tiene María Eugenia Vidal: ella podría adelantar las elecciones en la provincia, separándolas de la elección nacional. La figura de la gobernadora sería la claramente dominante en la elección de distrito y los intendentes tendrían que repartir sus boletas municipales junto a la de Vidal si quieren salir fortalecidos. Cambiemos podría ganar tranquilo la provincia y desarticularía así el voto municipal de apoyo a la señora de Kirchner. Sería un favor a Macri y también un favor al peronismo nokirchnerista, ya que los intendentes, liberados del matrimonio de interés con el cristinismo, podrían respaldar a un peronismo con menos lastres del pasado.

Claro está, para eso el peronismo federal debe existir como una alternativa genuina, con candidaturas y  propuestas sólidas. Si bien se mira, la existencia activa del peronismo federal es el eslabón más necesario en la cadena de valor del sistema en construcción.

Un peronismo “racional” consolidado puede representar para el gobierno un competidor electoral más difícil que el cristinismo, enclaustrado en una representatividad todavía amplia, pero crepuscular. Aquella jugada que algunos sectores del Pro le han sugerido a su conducción es una apuesta arriesgada, pero una apuesta a ganador, porque  está pensada sistémicamente,  desde la conciencia de que el mundo mira simultáneamente al gobierno y a la oposición cuando quiere calcular el futuro.

En ese sentido, ganarle un ballotage a Cristina Kirchner sería una derrota.

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