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Cuando esto termine…

…porque ha de terminar —y ojalá sea más pronto que tarde—, desde el mismo día siguiente habrá que tomar medidas heroicas que aseguren el regreso de Venezuela a la senda de las naciones serias, generadoras de progreso, con instituciones que demuestren un profundo respeto al ciudadano.  Ese retorno a la civilidad, al buen orden societario, al Estado de Derecho, no será fácil.  Implicará sacrificios de parte de todos.  Y nadie podrá decir: “Señor, aparta de mí este cáliz”.  El amor a la patria (en el correcto sentido de una palabra que ha sido prostituida por este régimen) nos exigirá que traguemos grueso, sigamos con el cinturón apretado hasta el último huequito y todos empujemos en un solo sentido.  Eso lo sabemos todos.  También sabemos que las primeras medidas del nuevo gobierno serán solo parches para solucionar lo urgente, no lo verdaderamente importante.

El acometimiento de lo que en verdad es crucial para el progreso de la república es el siguiente paso.  Pero para eso se requiere un basamento en verdades no fácilmente aprehensibles; implica el desbrozar la hojarasca y llegar al meollo de lo verdaderamente importante.  Y para eso, no basta con agarrar un puño de estadísticas demoscópicas que, en la mayoría de los casos, tienden a mostrar lo que la gente quiere —casi siempre orientadas por lo que los griegos clásicos llamaban deseos concupiscentes—, no lo que de veras es necesario.  De esas “verdades” estadísticas, de diagnósticos que se quedan en solo eso: en meras definiciones del problema, los tenemos por centenas.

Pero ya no existe en el país un grupo formado por personas instruidas, honorables, con destrezas gerenciales y sin afanes de lucro personal que se dedique a pensar el futuro posible y el sendero crítico que ha de seguirse para llegar a él.  Algo así como la Comisión para la Reforma del Estado (Copre) que funcionó en los 80 y los 90 y que logró hacerle ver a los partidos (aunque tuvieron que torcerles el brazo) qué era lo esencial para el progreso.  De ahí se lograron adelantos como la descentralización de competencias, que la toma de decisiones estuviese más cerca del punto de aplicación de la fuerza (para emplear una frase medio ingenieril, medio militar), como la elección directa de alcaldes y gobernadores.  Y el país dio un salto adelante; la provincia avanzó, se saneó a muchas de las instituciones.  Eso no puede negarlo nadie, ni el más sectario de los maduristas.

Pero, parodiando la letra de una trova cubana, “llegó el comandante y mandó a parar”.  Todo regresó a la primera mitad del siglo XX, cuando todo se decidía en Caracas.  Nada se movía sin que un burócrata de tercera, desde un escritorito gris en alguna oficina del Centro Simón Bolívar, lo autorizara.  Cuando un funcionarito de medio pelo era quien decidía que —pongo un ejemplo tomado de la realidad— se comprara grúas porta-contenedores para un puerto como el de Güiria, que no las necesita porque es uno eminentemente pesquero y que no mueve carga contenerizada.  Cosas como esas acontecen de nuevo desde hace veinte años y tiene trancado todo en Venezuela.  Un Estado que tiene que preocuparse, indebidamente, hasta de que las camareras (que ahora son empleadas públicas) cambien las sábanas de los hoteles estatizados con abuso de poder.  Lo que hay hoy es un centralismo emasculador de las iniciativas y la pujanza interiorana.  Hoy los gobernadores y los alcaldes, sin importar cuán cercanos al solio ciliaflorino sean, no son sino meros pagadores de nómina.  Y sisadores del presupuesto en la mayoría de los casos, claro…

Regreso de la digresión: para la toma de decisiones trascendentales para el futuro del país se requerirá de un grupo humano muy calificado —parecido a la Copre en eso de que había más independientes que gente de partidos y en que todos tenían conocimientos profundos, buenas intenciones y mucha sensatez— que defina tanto los objetivos a ser logrados a cinco y diez años como la ruta para su consecución.  Entiendo que algunos partidos de la oposición tienen algunos trabajos en ese sentido, pero sufren de un pecado original: son visiones teñidas de la conveniencia partidista (o de los planificadores).  No por eso son desechables; pueden ser aportes sobre los cuales discutir, pero fuera de los conciliábulos partidistas, en el seno de esa nueva Copre.  En ese acervo deben estar, como contribución importantísima, los hallazgos obtenidos por una magnífica iniciativa de la Universidad Católica Andrés Bello que se denomina “Reto País”.  Las personas que componen ese grupo, liderado por el padre Virtuoso y contando con el concurso de diferentes entes interioranos —representantes de la academia, el empresariado, los estudiantes y las asociaciones de vecinos, por mencionar solo los más conspicuos— se mueve por todo el territorio nacional acopiando información que va más allá de lo meramente demoscópico.  A esta, después, se le aplicará técnicas muy nuevas de análisis para concluir en cómo sería la Venezuela deseable y posible para el 2030.

Cuando esto termine, todos deberemos pasar de la esperanza hacia la acción productiva de logros.  Y eso se logrará solo mediante el compromiso pundonoroso de la mayoría de los venezolanos.  ¡Sí se puede!

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