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Cuba: la dictadura invisible

Alfredo Michelena

Por más de medio siglo, en La Habana se sienta una familia de dictadores que nadie quiere calificar como tales. O lo que es peor, que le perdonan ese “detallito” que en últimas es un sometimiento total del pueblo cubano por vía de la represión,  por ser la quintaesencia de un supuesto talante antiimperialista latinoamericano y europeo.

Los latinoamericanos, en mucho, heredamos de los europeos un antiamericanismo visceral. Claro que existen razones para pensar que los EE.UU. han cometido actos de soberbia imperialista en la región. La lista es larga, en especial en el caribe -aunque hay que señalar que en cuanto a Venezuela muy por el contrario sus brabuconas fueron para defendernos contra imperios extracontinentales. Pero quiero dejar claro, como dice J. F. Revel que “Hay una gran diferencia entre ser antiamericano y criticar a los EE.UU.”

Desde el “Ariel” de  Rodó, que postulaba la superioridad de nuestra cultura amigable y humana frente a la despiadada búsqueda de la riqueza material de los anglosajones; pasando por tratar de entender nuestro atraso frente a ellos en una derivación leninista del papel de los imperios en lo que se llamó “la teoría de la dependencia”, donde los malos son ellos que no explotan; y por último el complejo de culpa de los europeos que muy bien explica nuestro Carlos Rangel en su libro “Del buen salvaje al buen revolucionario” donde frente a nuestra desdicha, iniciada por los conquistadores surge un redentor: el buen revolucionario, que se encarna en Fidel Castro.

Criticar a Fidel y la Cuba de los Castro es como criticar a ese “buen revolucionario” que se enfrentó al imperio y lo derrotó. La épica y distorsionada historia que los Castro han mercadeado muy bien, incluso creando la figura heroica del Che Guevara ha calado en todas partes de la región, además de en EE.UU. y Europa. Una Europa que según Revel también envidia a los EE.UU. y que la acusa de ser fascista cuando realmente el fascismo y el comunismo son inventos de europeos. Monstruos de los que ella fue salvada por los EE.UU.

En Europa y Latinoamérica, al menos sus élites gobernantes e ilustradas han protegido a la Cuba de los Castro por 60 años, por ese complejo de culpa (el buen salvaje) y ese antiamericanismo (el buen revolucionario) que no les permite traspasar la neblina que oculta un pueblo sometido. Lo más que han dicho es que no hay libertades pero hay salud, educación y vivienda, como si esto se pudiera intercambiar. Es aceptar que es  éticamente bueno someter a un pueblo por abrigo y comida –que por cierto no abunda– siempre que el dictador sea antiamericano.

Cuando Fidel agonizaba, todos los líderes latinoamericanos salieron a despedirse. Y le cantaron odas. Hasta el Papa se ha acercado a los dictadores isleños soslayando el tema de la dictadura. Todos se alegraron cuando Obama normalizó las relaciones con la isla, pues durante varias décadas habían criticado el embargo impuesto por los EE.UU., a una isla que expulsó a la mitad de su población al mar y quiso jugar a la guerra apoyado en Rusia. Recientemente criticaron sottovoce a Trump por endurecer la política internacional frente a una Cuba que conversa y promete pero no cumple.

Incluso ahora, cuando un grupo de países demócratas en la región (Grupo de Lima) y en Europa (Unión y Parlamento Europeo) han tomado el caso de Venezuela en sus manos y no han tenido empacho en denunciar al régimen dictatorial de Venezuela y la violación masiva de los derechos humanos, cuando además algunos gobiernos han llevado al régimen ante la Corte Penal Internacional por delitos contra la humanidad, nadie se atreve a decir que en Cuba hay una férrea dictadura  o que la isla es un campo de concentración –aunque sí se llevan las manos a la cabeza con los de Guantánamo porque son los yanquis.

Con Cuba, todos mantienen relaciones diplomáticas cordiales e invierten. Incluso la han convertido, como criticaban en el pasado, en sitio de diversión barato. Claro que para esa época se hablaba de la mafia y de que Cuba era un burdel. Ahora la mafia es el partido comunista de los Castro y la existencia del turismo sexual es algo harto conocido.

Pero se avizora un cambio. Los gobiernos latinoamericanos están comenzando a ver que los cubanos son los responsables del mantenimiento de la dictadura venezolana y, podríamos ir más allá, de su instalación y desarrollo.

Pocos como Rómulo Betancourt entendieron que en Cuba se estaba instalando una dictadura de la peor calaña -con el “Idi Amin del Caribe” al frente, es decir, Fidel Castro- además de que vivió en carne propia sus proyectos expansionistas, como fue denunciado con pruebas sólidas en la OEA.

Muy pocos políticos se atreven a decir públicamente que Cuba es una dictadura y que los Castro y sus herederos tienen sometido al pueblo cubano. Por eso hay que destacar que hay un avance en la región cuando el Grupo de Lima pide que Cuba se salga de Venezuela por ser una mala influencia.

Liberar primero a Venezuela y luego a Cuba era el plan de nuestros libertadores y eso es lo que Bolívar quería plantear en el Congreso Anfictiónico de Panamá. Ojalá podamos hacerlo pronto.

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