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De Eisenhower a Obama

Cuando se hizo con el poder en la isla antillana, en la Casa Blanca estaba Dwight Eisenhower, el viejo héroe de la Segunda Guerra Mundial. De entonces para acá, por la casona de la avenida Pennsylvania han pasado los presidentes John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George Bush, Bill Clinton, George W. Bush, y desde el 2009, Barack Obama. Y él sigue con el supremo poder de la isla, aunque el hermano ocupe sus antiguos cargos.

En esos comienzos de 1959, en los que empezó a imperar con mano de hierro en la isla antillana, en el Kremlin se encontraba mandando Nikita Kruschov, el sucesor de José Stalin. De aquella época hasta el presente, esos palacios moscovitas han albergado a los jefes soviéticos Leonid Brezhnev, Yuri Andropov, Konstantin Chernenko y Mijail Gorbachov; y a los presidentes rusos Boris Yeltsin, Valdimir Putin, Dimitri Medvedev, y de nuevo Putin.

Al iniciar su longeva dictadura, en 1959, el Papa era Pio XII, sucedido por Juan XXIII, sucedido por Paulo VI, sucedido por Juan Pablo I, sucedido por Juan Pablo II, sucedido por Benedicto XVI, sucedido por Francisco. Y él sigue en lo suyo. Maquinando y disponiendo para seguir conservando el poder que lleva ejerciendo a lo largo de más de 56 años. Dos y medio más de los que tiene Obama en este mundo…

Todo ello significa que su sapiencia del poder no le viene sólo por diablo sino por viejo. Nadie en el mundo sabe tanto como él de las mañas para la sobrevivencia política. Nadie. Sin un ápice de escrúpulos en sus entendederas y con una voluntad despiadada contra los que supongan una amenaza real o potencial a su poder, lleva ya todo el siglo XXI dedicado a desplegar un proyecto de dominación en un país que siempre apeteció, pero que no pudo conquistar mientras la democracia estuvo defendida por los estadistas que concibieron y establecieron la República Civil.

La oportunidad histórica, siempre tan codiciada, se le presentó con un demagogo veleidoso que encontró quilla en sus consejos de diablo viejo. Y le ha sacado tanto provecho a la oportunidad, que se ha servido a sus anchas de los recursos de ese país, depredándolo sin demasiado disimulo y facilitando que otros también lo depreden, para que la complicidad se haga bisagra de la dominación.

El truco, por así decirlo, es que esa dominación despótica tenga una fachada democrática. Porque mejor que un despotismo con cara de dictadura, es un despotismo con fachada de democracia. Es la fórmula perfecta. Tanto que muchos de los oponentes del despotismo, son de los que más se empeñan en mantener esa fachada. Y mientras ésta esté en pie, la dominación puede seguir su curso, así sea cada vez más destructivo.

El largo tiempo que ha transcurrido de Eisenhower a Obama, no ha pasado en vano para la habilidosa experiencia del mandamás de la isla antillana y también, desde 1999, del país siempre codiciado. Es él quien está al otro lado del tablero. No las figuras que truenan sus consignas y ejecutan sus dictados. Por eso las cosas se hacen tan difíciles. No es que lo parezcan, es que lo son. Pero difíciles no significa imposibles. Superar esta tragedia es posible y para ello es necesario apreciar y encarar la realidad como es, no como la telaraña de Fidel la pretende hacer ver.

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