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De Entrada Triunfal a Crucifixión y a Resurrección

Durante la conmemoración de Semana Santa podemos ver la vida en todas sus variables, con todos sus altos y sus bajos.

Jesucristo entró en Jerusalén y lo aclamaron “grandes multitudes” (San Juan 12:12) que también habían ido a la ciudad a celebrar la fiesta de la Pascua judía. Quienes lo alabaron “tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban:  Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (San Juan 12:13).

Muchos querían verlo porque habían escuchado que había resucitado a Lázaro. Muchos de los gobernantes también creyeron en él.  Sin embargo, “…a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga.  Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (San Juan 12:42-43).

Los fariseos se dieron cuenta de que no lograban su propósito de desacreditarlo y de detenerlo.  Entre ellos comentaban:  “Mirad, el mundo se va tras él” (San Juan 12:19). Por ello hicieron un complot para prenderlo y matarlo. “Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús y matarle.  Pero decían: No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo” (San Mateo 26:3-5).

A pesar del amor brindado durante su ministerio, a pesar de todas las señales, a pesar de todos los testimonios, Jesucristo fue traicionado por uno de los suyos.  Uno de los más cercanos fue quien lo vendió por dinero. Lo interesante es que Jesucristo ya conocía la traición y, sin embargo, no la detuvo.

Sus discípulos estaban tristes, desconcertados y asustados.  Aunque Él ya les había anunciado que se iría pues había llegado su hora, no lo entendían.  Jesús les dijo que su tristeza se convertiría en gozo (San Juan 16:20).

Algunos de sus discípulos se quedaron dormidos en Getsemaní, a pesar de que Él les había pedido que velaran y oraran y aunque les había manifestado que su alma estaba muy triste. Cuando llegó la hora de que fuera entregado en manos de pecadores, así lo anunció.   Después de su arresto, Pedro lo negó tres veces.

¿Cuántas otras decepciones sufrió Jesucristo en su parte humana durante estos pocos días?. Después de haber entrado a Jerusalén triunfalmente, siendo alabado por multitudes, tan solo unos pocos días después fue juzgado y condenado injustamente, la verdad fue tergiversada y sufrió torturas y humillaciones inimaginables. Fue testigo de la hipocresía de quienes detentaban el poder. Estas son solo algunas de las terribles realidades a las que tuvo que enfrentarse. Además, se enfrentó a una muerte terrible y cruel, a la soledad, al abandono, a la tristeza, a la angustia… Así debía ser porque sólo así podía resucitar de los muertos…Sólo así podía evidenciar Su gloria más allá de la muerte que sus enemigos habían planeado.  Y Él así lo sabía.

Llegó entonces el Domingo de Resurrección: la evidencia de Su triunfo sobre la muerte.  Aún hay quienes dudan o no creen pero, como lo había indicado a sus discípulos, si el grano de trigo moría llevaría muchos frutos.  Nosotros somos esos frutos, tratando de seguir Su ejemplo y de vivir una vida en la cual logremos transformarnos. 

Recordemos la pasión de Jesucristo y entendamos la importancia de tener una vida espiritual en la que busquemos acercarnos a Él y a Su palabra.  Amemos a nuestro prójimo y perdonemos a quienes nos ofendan.  Busquemos porque la palabra dice que encontraremos. Puede ser que nos cueste entender pero Él promete que nuestra tristeza se convertirá en gozo. Al pasar Jesús por todo lo que pasó nos dio un ejemplo de templanza, de humildad, de servicio, de amor y de sacrificio. En tan solo una semana pasó de ser alabado por multitudes a ser crucificado para luego resucitar.  Sigamos Su ejemplo.  Mantengámonos centrados en lo importante. Oremos y tratemos de concentrarnos más en nuestra parte espiritual. Sólo eso nos dará la fortaleza necesaria para enfrentar los momentos más oscuros en nuestra propia vida y la sabiduría para distinguir lo importante de lo trivial y lo eterno de la alabanza pasajera.

En ese acercamiento encontraremos la paz que Él nos ofrece y sabremos que, pase lo que pase, todo estará bien.

Mientras caminamos el camino de nuestra vida que estará lleno de altos y de bajos, de cuestas y de obstáculos, recordemos: ¡Vivamos cada día como si fuera el último!… ¡Prendamos una vela y pasemos la luz!.

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