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De las adversidades de un año “cruel”

Toda vivencia lleva a una moraleja. El problema es que su lectura no es fácil. Sólo logra leerse apoyándose en un alfabeto bastante especial. Un alfabeto estructurado en la vida misma. Luego de pasearse por los errores cometidos. Además, sin advertir que los errores son meras verdades controvertidas. 

Es ahí cuando se habla de la experiencia adquirida. Pero entendida, como el escarmiento que se deduce de lo que sobreviene a todo ser humano en un lapso determinado. Y si tan importante tiempo se lee en términos de los días que suma cada vuelta del planeta alrededor del Sol, habrá que hablar de un año por cada ciclo consumado. 

Esta explicación, vale para referir lo que aconteció en la sumatoria de los últimos 365 días. Estos, dieron sentido a lo que constituyó el año 2020. Y que según el calendario chino, fue el año de la rata (de metal) 

La disertación que estas líneas esboza, intenta aludir a lo que significó el discurrir de un año. Pero tal como fue 2020, puede inferirse que resultó caótico en casi todos los sentidos y aspectos. Particularmente, en lo que corresponde a lo económico, lo social y lo político.

No obstante, caben excepciones. Sobre todo, al revertir, excluir o descartar una consideración o un acto de facto propio de una situación sujeta a una normativa. Incluso,  impuesta a costa de la represión. O a consecuencia de una tendencia manipulada bajo intereses comunicacionales e informativos. Acá vale apuntar aquel aforismo que expresa que “toda realidad consigue la excepción que preserva, al menos, una de sus partes”.

Puede entonces comenzar señalando la retahíla de problemas que marcaron a 2020 como un tiempo plagado de serias complicaciones. Paradójicamente, todo lo acontecido pareció remedar  el comportamiento de una tosca “rata”. Roedor éste que si bien es capaz de cautivar casi a cualquiera, por su habilidad y agilidad, igualmente causa repulsión por sus hábitos de alimentación y de sobrevivencia. Particularmente, luego de reconocer que produce cierta reacción de pánico instantánea por su rápida forma de escabullirse. Y esto, sin duda, aviva la aversión o respuesta hereditaria que marca el referido rechazo.

El problema que de todo esto es posible destacar, tiene que ver con lo que se esconde detrás de toda crisis de amplio rango o generalizada. En ellas, los errores se socializan. Es ahí cuando adquieren la fuerza de una verdad que, paradójicamente, se somatiza. 

En efecto, es lo que sucede cuando los errores se mezclan entre las contingencias suscitadas. Entonces, se hacen más peligrosas cuantas más verdades contengan los errores que además, son remarcados repetidas veces.

Esta situación se acusa de “complicada”. Indudablemente, fue la que caracterizó la cruda cotidianidad que casi por completo rayó a Venezuela en 2020. 

En principio, a esta situación podrían achacarse calificativos que dan cuenta del desastre que se vivió en 2020. Fueron tiempos catastróficos en aspectos que tocaron la familia, proyectos personales e institucionales, la economía nacional y regional, la empresa, la producción en todas sus fases, la sociedad en su más amplia manifestación y la salud de la población, entre otros ámbitos de singular importancia.

Habrá que sumar la administración pública y al régimen, toda vez que se vieron en incursos en tan apretadas condiciones. Aunque según algunos, la cuarentena impuesta a consecuencia de la pandemia declarada por la espasmódica incidencia del coronavirus, favoreció planes de contención política. De los mismos que se ha valido el régimen para aplicar su carga de oprobiosos y condenables propósitos.

El régimen forzó al país a ajustarse a un nuevo esquema de distribución de poder en el que la represión sirvió para solapar o encubrir actos que atropellaron la institucionalidad y la constitucionalidad. Parte de sus resultados, fueron los que se dieron con la inflexible y sediciosa decisión de convocar elecciones parlamentarias para el 6-D. Asimismo, la consabida extensión (cada 60 días) del Decreto de Emergencia Económica Nacional. Así el régimen acentuó la fuerza que su conveniencia determinara. Esto profundizó el cuadro de mediocridad que infundió con decisiones que se valieron de amenazas y violencia militar, policial y de colectivos armados pro-régimen para lograr refutados objetivos. 

2020 terminó siendo un año de gruesas pérdidas en no pocos sentidos de lo que ello implica. El miedo salpicó a toda la población. El Producto Interno Bruto, PIB, se redujo a niveles impúdicos. La desvergüenza fue el criterio asumido por el régimen para seguir, indolente y descaradamente, controlando al venezolano. La vulnerabilidad del hombre y la mujer, tocó su límite. Aunque la resistencia no falló. A pesar de verse apaleada por la narrativa de muerte utilizada por el régimen para cundir al país de más resquemores que los padecidos durante los anteriores 20 años de dictadura.

Sin embargo, vale preguntarse si acaso tan rudos momentos vividos en 2020 aleccionaron al venezolano en lo político, lo social y lo económico. Tal vez, la respuesta sea negativa. Ojalá no. Aunque quizás en aspectos que palpan los afectos y sentimientos, se vivieron situaciones que obligaron al venezolano a reaprender formas de superar las debilidades propias de la naturaleza humana. Pero no fue así en todo.

Los gobernantes, en contrario a lo que las crisis propendieron, se crecieron en desfachatez, en soberbia, en tramposería, en odio, en corrupción, en avaricia y en mediocridad. Sin embargo, tal caóticos resultados no van a amilanar lo que otras circunstancias no han podido evitar. El problema que sigue presentando el venezolano mostrándose impávido ante crudos escenarios como los ocasionado en 2020, está en la genética heredada de una mezcla de razas bastante reñida en términos de sus distintas cargas de valores y antivalores.

Si bien no hay que descartar las excepciones de tantos venezolanos que aprendieron a revalorarse en el plano de actitudes inteligentes y emocionales, tampoco hay que retirar la verdad de que son muchos los que nada les prodigó la mala racha de 2020. 

Seguramente vieron divertido, relajado y agraciado dejar de trabajar a sabiendas que su salario y otros ingresos, no habrían de faltar. Aunque estos, abatidos por la inflación que no sufrió percance alguno pues el virus ni la rozó. Para muchos, fueron vacaciones. El ocio improductivo no causó en ellos más que retraimiento y apatía ante la crisis política, económica y la sanitaria que tocaron fondo. También, generaron una gordura insana quienes vieron en el caos el momento de pasar los días “en contemplación”. Otros tantos, en el plazo de 2020, ni siquiera sintieron la urgencia de recomponer, remozar o renovar sus vidas. No vieron que sus problemas fluctuaban peligrosamente entre “tres y dos”. Siguieron igual o peor.

2020, devino en muy escasas victorias. Referir a 2020 con la discreción de un pensamiento apacible, hay que hacerlo de cara a la apesadumbre que signó cada pesado y duro día. Sin clases, reservados socialmente, a distancia obligada, cerrando empresas y oficinas. Eso sí, muchos aprovechándose del comercio inesperado y raudo para reivindicar la usura y el abuso en toda transacción posible. 

De 2020 no puede hablarse a mandíbula batiente. Significó un cambio tan radical que no fue del todo entendido como oportunidad para crecer. Hubo separaciones intempestivas de amigos, familiares y compañeros que por adelantarse, no pudieron despedirse como la tradición acostumbra. 2020, fue tiempo de desgracia para muchos. Tal vez, de nimia felicidad para algunos. Quizás, porque fue un año “rata”. O porque las realidades se prestaron para convertirse en encubridor silente de las adversidades de un año “cruel”.

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