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Del Caracazo al Cumanacazo

Es posible que no imaginara Hugo Chávez, en aquellas declaraciones posteriores a su triunfo en el Referendo Revocatorio de 2004, que sus palabras serían tan despreciadas por sus propios seguidores con el pasar de los años. Decía el presidente entonces que, a su juicio, “pasada la mitad del período, siempre me ha parecido que el pueblo debe someter a sus gobernantes a una evaluación. Tres años es más que suficiente para que un pueblo sepa si ese representante está cumpliendo o le ha dado la espalda”. De igual forma, el fallecido presidente calificaba en ese entonces la activación del Revocatorio como “una victoria” para la Constitución que fue aprobada por los venezolanos en 1999.

Años más tarde, a comienzos de 2015, Nicolás Maduro afirmaba, con esa actitud retadora y jactanciosa que le caracteriza cuando intenta intimidar al oponente, que si la Oposición quería ponerle fin a su mandato antes de concluir su período constitucional, debía esperar a 2016 para recoger firmas y convocar a un Referéndum Revocatorio. Decía entonces que “la oposición venezolana tiene todos sus derechos constitucionales garantizados. Si ellos quieren, por desesperación o por lo que sea, cambiar el Gobierno, sea a nivel de un alcalde, gobernador o presidente de la República, aquí tienen los instrumentos; esperen el tiempo“, expresaba Maduro en una alocución desde el salón Néstor Kirchner del Palacio de Miraflores, mientras sostenía en su mano un ejemplar de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, esa que tantas veces ha pisoteado. Terminaba con gran firmeza: “Si ustedes recogen el porcentaje de firmas en el año 2016 para el presidente de la República, bueno, bienvenido el Referéndum Revocatorio, iremos al Referéndum Revocatorio”. Como la historia reciente lo ha demostrado, lo dicho fue pura farsa, le importa un bledo que su mentor político haya tenido otra opinión e intentado sembrarla para el futuro. El asunto es que al señor presidente y su camarilla de oligarcas no les da la gana de que se celebre un Referendo Revocatorio pues existe la posibilidad -absoluta certeza para la mayoría- de que pierdan esa consulta. ¿Qué importa lo que diga la Constitución y opine una gran mayoría en el país si se cuenta con las vestales del CNE y la “autonomía” del TSJ, autonomía que tiene en sus manos el propio Maduro? Por si fuera poco, además se cuenta con el respaldo absoluto de los intrépidos oficiales que conforman la alta jerarquía militar y con los héroes de las milicias y colectivos, esos trabajadores sociales que prestan todo tipo de asistencia a sus comunidades y les alivian sus tormentos cotidianos, producto de la “bonanza” que viven.

Esa falta de seriedad y consistencia que exhiben los jerarcas del régimen dictatorial que soportamos ya sería causa más que suficiente para revocarles el mandato. Pero lo que vemos hoy en día de manera cotidiana -otro 27 de febrero pero ahora en capítulos diarios, como una serie televisiva, con protestas de todo tipo ante las carencias básicas que sufre el amado pueblo de Maduro-, ya hace imperiosa la necesidad de un cambio de gobierno pues de otra forma aquí no quedará piedra sobre piedra, sino una enorme devastación, jamás vista en los anales de la historia de los últimos cien años en un país con enormes recursos económicos y sin que haya sufrido una guerra.

Han transcurrido 27 años desde aquel Caracazo del 27F y aparece ahora el auténtico Cumanacazo del 14J. A la par de éste, en innumerables poblaciones del país el pueblo se lanza a la calle a levantar su voz de protesta ante la carencia de productos básicos para la alimentación y la salud. El pasado martes, Catia también fue a la calle. Y nada de esto parece conmover a Maduro o a sus secuaces; la respuesta es la única posible en un régimen absolutamente fascista, reprimir como sea, como han hecho en Cariaco mediante actos auténticamente criminales.

Ante semejante cuadro, la intervención del embajador Bernardo Álvarez es una vergüenza ante los ojos del mundo entero. Por supuesto que él no necesita ayuda humanitaria, luce no sé si rebosante de salud pero sí muy bien alimentado y, sin duda, ignorante o indiferente ante las caras de desesperación de buena parte de la población del país. Para él y el régimen, es preferible que niños y ancianos fallezcan por falta de medicamentos a que se acepte que esta revolución es una verdadera farsa, lo que el Gobierno sabe que ocurriría si se aceptara una ayuda humanitaria. Estos incapaces no se dan cuenta de que los pueblos de casi todos los países ya conocen la realidad y comienzan a tomar iniciativas como la del gobierno brasilero que ha propuesto un “corredor humanitario” para enviar medicinas a Venezuela. Continuar negándose a recibir la ayuda siquiera -ya que tampoco se cambian las políticas de hambruna y represión- también es un crimen de lesa humanidad y en algún momento sus responsables serán juzgados por semejante atrocidad. Maduro y sus ministros, los “autónomos” magistrados del TSJ, las vestales del CNE y demás jerarcas de los poderes públicos habrán de asumir su responsabilidad en un futuro que no está ya muy lejano. Además, siempre es bueno recordarles que estos delitos son imprescriptibles.

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