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Del Valle de la desgracia al paso de la esperanza

Los seres humanos somos muy propensos a tener un concepto más alto sobre nosotros mismos del que deberíamos tener. De hecho, pareciera que caminar en el equilibrio de la razón, sin elevarse demasiado en el orgullo o descender a una baja autoestima es una tarea complicada y difícil. El ego es sencillamente muy frágil y superficial; por esa razón, se infla como un globo, para luego volar en las alturas ante un poco de reconocimiento, de más saber, de logros o por la posesión de nuevas riquezas. Y tan sensible como un globo que puede desvanecerse por tan solo la acción de un pinchazo; de la misma manera, en cualquier momento podemos caernos desde las alturas por simples palabras o acciones de otros.

Necesitamos cimientos, necesitamos raíces, necesitamos nutrirnos de tal manera que nuestra valía no se fundamente en la transitoriedad de la vida. Pues, en cualquier momento podemos ser sorprendidos por lo inesperado. Nuestras vidas pueden tambalearse por acontecimientos para los que nunca hemos sido preparados de antemano. Y después de la tormenta solo los verdaderos cimientos son los que quedarán intactos. Solo lo que tenga carácter de trascendencia permanecerá.

Una nación es la sumatoria de su gente y, precisamente, de los cimientos que sustentan la vida de ese pueblo. Sus creencias, sus tradiciones, su saber, sus actitudes, y su hacer cotidiano se convierten en la semilla que se siembra hoy y se va cosechando en las generaciones del futuro. Los venezolanos tenemos muchas cosas de las cuales sentirnos orgullosos. Cosas tangibles e intangibles, regalos de la creación  y también maravillas de las mentes de nuestros creadores. 

No obstante, de la misma manera que la polilla es capaz de ir carcomiendo la madera más sólida, así cuando los cimientos de una nación se ven invadidos por ideas novedosas pero no necesariamente valiosas, por creencias que sustituyen enteramente la luz espiritual por practicas oscuras que exaltan al hombre en detrimento de la fe, por actitudes egoístas, por filosofías huecas, por promesas basadas en la mentira; entonces, al igual que la madera, aunque en apariencia robusta, puede desmoronarse en cualquier momento.

Tal como sucedió con el imperio romano y con los griegos, cuyo poder, sapiencia y gloria no pudo mantenerlos en pie. Su caída fue un proceso lento que tomó lugar en su gente y, a medida que se corrompieron en su interior, todo el imperio fue cayendo como consecuencia. Esto es una verdad histórica, naciones que alcanzaron grandeza intelectual, artística, arquitectónica así como poderío económico y militar. Naciones que fueron de la grandeza al coraje, del coraje a la libertad y de la libertad a la abundancia, luego recorrieron un camino inverso.

Como el camino que estamos recorriendo los venezolanos en la actualidad. De la libertad y la abundancia hemos llegado a la exacerbación del egoísmo de un pequeño grupo que quiere todas las riquezas del país para ellos solamente. Del egoísmo a la complacencia de todo tipo de corrupción, de esta complacencia vergonzosa hemos llegado a la apatía, la cual solo nos ha traído dependencia y la dependencia irremediablemente nos ha llevado al cautiverio.

Cuentan las Sagradas escrituras que después que el rey Salomón construyó el templo de Jerusalén y lo ofreció a Dios, entonces una noche se apareció el Señor a Salomón y le dijo que en cualquier desgracia, si ellos acudían a Dios, si ellos elevaban oración en ese templo, entonces El escucharía desde los Cielos. Vamos a citar textualmente:

“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. II Crónicas 7:14.

Siempre al leer estos versos, una esperanza nace dentro de mí; un paso, un camino de esperanza, es vislumbrado por mi alma sedienta de justicia. En un solo verso Dios nos apunta hacia el paso de la esperanza. Es un recorrido, en el cual cada paso está claramente especificado con un fin garantizado. Debemos comenzar con la humillación, pero no esa de la cual estamos hastiados. No es la humillación del hombre sobre el hombre. Se trata de humillarnos delante el único ante el cual debemos humillarnos, Dios.

Caminar humildemente delante de Dios. Y en esa actitud de humildad, orar. Mientras oramos, estamos buscando el rostro de Dios. Lo que su rostro representa: la verdad, la justicia, el coraje y la misericordia. Cuando hallamos su verdad, a través de ella podemos convertirnos de nuestros malos caminos. Porque su verdad, es luz. La luz todo lo manifiesta y lo que está oculto cuando es iluminado por la luz de Dios puede ser transformado en bien, por la propia naturaleza de la luz.

Entonces, como una onda expansiva, cuando la gente de una familia, una comunidad y una nación recorre el paso de la esperanza, sucede la transformación. Porque Dios promete oír desde los cielos, perdonarnos y sanar nuestra tierra. El perdón trae liberación y la liberación trae sanidad en todas las áreas de la vida. No hay otra manera de recibir la bendición del Cielo, el recorrido del camino comienza con la humildad, con un corazón contrito y humillado delante del creador.

No valen todas las cadenas de oración, todos los miles de rezos que se repitan una y otra vez mientras el corazón siga ensoberbecido. No es una fórmula de practicas oscuras. En la vida con Dios inexorablemente el corazón está involucrado. Todos los cambios comienzan allí, en el corazón, donde el ego se enseñorea como un rey y es nuestro deber destronarlo. Porque es allí, en el corazón, donde Dios nos da esa justa medida para amarnos sin ser soberbios, para valorarnos sin minimizarnos.

“Así dice el Señor: No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el poderoso se gloríe en su poder, ni el rico se gloríe en sus riquezas. Si alguien ha de gloriarse que se gloríe de conocerme y de comprender que Yo Soy el Señor, que actúo en la tierra con amor, con derecho y justicia porque esto es lo que quiero, lo que me agrada afirma el Señor”.

Jeremías 9:23-24.

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