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¡Deme acá esa planilla!

El mismo día del firmazo por el revocatorio comenzaron a circular tuits de representantes de la cúpula gobiernera que decían cosas como: “Lloraste a Chávez, Tienes Una Misión Vivienda, Taxi Del Gobierno, Tú Familia Está Pensionada, y Tus Hijos Tienen Canaima y Vas a Firmar?” (sic). La verdad es que es perverso sacar en cara esas cosas, sobre todo cuando la revolución supuestamente venía a “corregir” las fallas del populismo de la IV. A “dar” lo que la IV negaba. Pero la lengua es castigo del cuerpo. La gente firmó, a pesar de todo. Y es que la realidad es tan agobiante que no importa cuánto hayan llorado a Chávez. No importa la Misión Vivienda (a fin de cuentas -y mientras no se ponga en marcha la Ley de Propiedad aprobada por la AN- sólo son adjudicaciones). No importa el taxi porque es propiedad del gobierno. Tampoco importan las pensiones, porque si las pagan, ya no alcanzan para nada. Lo único que queda es la Canaimita, y por una Canaimita, nadie va a dejar de firmar.

Una Canaimita, o dos, o tres, o cuatro, no arreglan la inseguridad ni resucitan a los parientes asesinados. Tampoco compran comida, que cuando se consigue es impagable. Mucho menos medicinas, y Dios libre que se tenga que ir a un hospital. En los hospitales la gente muere de mengua. Una Canaimita no funciona si se le acaba la carga y no hay electricidad. Una Canaimita no sirve de nada si no hay agua para tomar, para bañarse, para limpiar, para lavar ropa. Porque se puede sobrevivir sin la Canaimita, pero sin agua, no.

Yo estoy convencida de que las cosas en la vida son como un boomerang: lo mismo que uno lanza, se devuelve. El gobierno de Chávez y su apéndice, el gobierno de Maduro, en vez de invertir la marejada de dinero que entró cuando los precios del petróleo estaban altos en desarrollar el capital social, lo que hizo fue repartir limosnas. Y las limosnas resuelven una coyuntura, pero no crean riquezas, mucho menos lealtades.

Recuerdo algo que presencié cuando yo vivía en Maracay, por allá en el año 2005: una señora que yo conocía estaba pagando su casa en la modalidad de ahorro habitacional. Una noche me llamó desesperada a pedirme que le prestara Bs. 500.000 que tenía que pagar al día siguiente, porque si no perdía la casa. Yo no tenía esa cantidad en el banco, mucho menos en mi casa. Pero le ofrecí hacer algo para ayudarla. Llamé entonces a mi amiga Marietta Marraoui de Bolívar, esposa de Didalco Bolívar, gobernador de Aragua. Le expliqué el asunto. Ella habló con Didalco y a la mañana siguiente le entregaron a la señora la cantidad que necesitaba, billete sobre billete. Regalada.

Como cinco años después, un día que me la encontré, me preguntó por Marietta y Didalco, Le dije que hacía rato no los veía. Me dijo entonces que “a Didalco lo vamos a revocar”. Yo me quedé de una pieza. “No seas malagradecida”, le dije. “Tú tienes tu casa gracias a él”. Pero ella me replicó “eso no es verdad; yo tengo casa gracias a usted. Y aunque eso fuera verdad, eso fue hace cinco años, y desde entonces no me ha regalado más nada”.

Un limosnero siempre espera que le den. El día que no le dan, se convierte en enemigo. No importa cuántas veces antes se le haya ayudado. Y eso fue lo que pasó la semana pasada. El pueblo está pasando factura. Y encima perdió el miedo, simplemente porque ya no tiene nada que perder. ¿Les van a quitar las casas? No son propias. ¿El taxi? Es del gobierno. ¿La pensión? Es una miseria. ¿La Canaimita?… ¡Deme acá esa planilla para firmarla!

@cjaimesb

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