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Desideratum

Francisco J. Tovar B.

El pasado 11 de marzo se dio un proceso de elecciones parlamentarias como ningún otro en la historia de Colombia. La jornada transcurrió en paz, sin el acostumbrado sabotaje de las FARC, el ELN y otros movimientos insurgentes para los cuales históricamente ha sido lugar común empañar el voto de los colombianos con sendos actos de violencia.

No obstante, contrario a la expectativa oficial ello no tuvo mayor impacto en el ánimo del electorado, cuya abstención superó el 50%; por cuanto, de un universo de 36.493.318 electores, sólo acudieron a las urnas 17.445.129 según cifras del Consejo Nacional Electoral.

Aun así, este número superó por 4 puntos porcentuales al del año 2014. Muy probablemente, la celebración de la Gran Consulta Nacional (Primarias Presidenciales) para definir a los candidatos que se medirán en los comicios del 27 de mayo, motivó el leve incremento. Sin embargo, el proceso estuvo marcado por denuncias de fraude y públicos reclamos a la Registraduría Nacional, debido al presunto agotamiento de las boletas de los candidatos con mayores opciones Iván Duque (Centro Democrático) y Gustavo Petro (Colombia Humana) quiénes lograron imponerse en sus respectivas plataformas, acaparando el protagonismo de una jornada que culminó con una infrecuente expresión de pluralidad en la configuración de lo que será el nuevo congreso a tomar posesión el próximo 20 de julio; independientemente de la concentración de las mayorías en los polos como es tradicional en Colombia.

El Centro Democrático, Cambio Radical y el Partido Conservador aglomeran más del 40% de los escaños del congreso, lo cual teóricamente pudiera allanar el terreno para una favorable gestión del Poder Ejecutivo, por parte de Iván Duque, de resultar electo Jefe de Estado. Este deberá tomar difíciles e impopulares pero necesarias decisiones políticas y económicas que requerirán de todo el apoyo parlamentario posible, como: los ajustes a los Acuerdos de Paz La Habana, a través de los cuales el gobierno de Santos hizo exageradas concesiones a las FARC a cambio del cese de hostilidades o la reforma fiscal que permita la inclusión del criterio de progresividad tributaria en relación con la carga impositiva para las empresas (quién tenga más pague más) y no una tabula rasa, como en la actualidad, que grava a pequeños, medianos y grandes con un mismo estándar.

Igualmente, deberá ofrecer pronta solución al creciente problema que el éxodo de venezolanos plantea para Colombia en términos, económicos y sociales haciendo un delicado balance entre el interés nacional y el respeto por los derechos humanos.

En el terreno personal, Duque enfrenta el reto de desmarcarse de la omnipresente sombra de su mentor Álvaro Uribe, de quién muchos señalan no sería más que un títere. Siendo el hombre inteligente que es, seguramente comprende la importancia de imprimirle su propia impronta a la conducción de los destinos del país. ¿Será que, en su esfuerzo por cumplir tal empresa, repetirá los pasos de Juan Manuel Santos, llegando al deslinde definitivo con quién ha devenido en el senador más votado en la historia de Colombia? Todo es posible.

Por su parte, el alcance de la izquierda en el nuevo congreso colombiano demuestra una composición vario pinta y disminuida en relación con las fuerzas de la derecha y del Uribismo. Los partidos Verde, Polo y Decentes, totalizan cerca de un 20% de control en el parlamento; lo cual dibuja un escenario incierto para Petro de llegar al Palacio de Nariño. De los candidatos a la presidencia, a quién más le costará hacer alianzas será precisamente a Petro: la carga que representa su sombrío paso por la Alcaldía de Bogotá y su discurso de corte socialista no calan en la clase política dominante de Colombia, cuyos actores principales no quieren verse retratados junto a un representante de la izquierda radical como se le percibe. De allí que le tocará echar mano de sus comprobadas habilidades negociadoras para lograr aprobar iniciativas importantes en el nuevo congreso de mayoría adversa a su tendencia.

A diferencia de Duque, el mayor reto del ex-alcalde de Bogotá será generar confianza en importantes sectores, dentro y fuera del país, con profundas reservas respecto a lo que sería su gestión como presidente. En primer lugar, deberá demostrar, a la brevedad posible, su divorcio con el Populismo y el Socialismo del Siglo XXI; distanciándose de las estatizaciones o “Democratización de la propiedad”, tal como mencionara al principio de su campaña, y que pudieran generar una estampida de capitales nacionales y extranjeros. Asimismo, Petro, o cualquiera que llegue al poder, deberá tomar impostergables decisiones en materia fiscal que permitan un imperiosamente necesario impulso para la economía del país.

En relación con los Acuerdos de Paz de La Habana, sus orígenes y militancia, sugieren que el ex -guerrillero no propondrá mayores cambios, sino que simplemente continuará por la senda que marcó Santos; con quién, presuntamente, tiene marcadas diferencias políticas.

En el terreno personal, su ambigüedad y su simpatía hacia el modelo político venezolano y, en especial, su gran admiración por la figura del extinto presidente Hugo Chávez, continúan siendo un lastre del cual debe deshacerse, o por lo menos convencer que lo hace, en tanto representa un alto costo político como candidato y, ciertamente, hará mella en su probable gestión como presidente. Petro ha demostrado la suficiente astucia como para comprender que ha de marcar una distancia prudencial con el régimen de Caracas, si es que desea acercarse a sectores claves en su país.

En cuanto a los factores que pudieran inclinar la balanza a favor de uno u otro candidato, durante los meses por venir, tres resultan fundamentales:

  • Las alianzas.
  • El factor miedo.
  • Los debates presidenciales.
  • Las alianzas: Los candidatos con opción presidencial no polarizados como Germán Vargas Lleras (Movimiento Mejor Vargas – Lleras), Sergio Fajardo (Coalición Colombia: Polo Democrático Alternativo, Alianza Verde y Movimiento Compromiso Ciudadano) y Humberto de La Calle (Partido Liberal) han dejado claro su intención de no alinearse con Duque ni Petro; por lo menos por los momentos. En tal sentido, sus opciones se reducen a llegar a algún tipo de pacto entre ellos. No obstante, como bien señala el reconocido politólogo Dr. Gilberto Tobón, se trata de personajes altamente egocéntricos a quiénes les costará alcanzar un acuerdo que les obligue a transigir con respecto a sus aspiraciones presidenciales en favor del contrario. Dicho escenario ya está planteado entre Fajardo y De La Calle quiénes mutuamente esperarían que el otro se pliegue a su campaña; aspiración dramáticamente planteada por Antanas Mockus, quién literalmente de rodillas (ante las cámaras de televisión) les rogó que se uniesen como una opción a la tremenda polarización que representan Duque y Petro. Más allá del sensacionalismo, el clamor es apenas lógico, en tanto los resultados del 11 de marzo (032.736 Duque y 2.848.868 Petro) parecen sugerir que ningún candidato sin alianza tiene oportunidad de llegar a una segunda vuelta; dejando a Colombia a merced de los extremos.
  • El Factor miedo: Desde mucho antes de las postulaciones internas de los candidatos presidenciales para las primarias en cada partido, el Uribismo viene adelantando una estrategia que le ha resultado altamente efectiva: la explotación del miedo de la clase media (un sector identificado ideológicamente con el Centro y que históricamente ha inclinado la balanza en los procesos electorales). Con argumentos certeros y otros no tan ortodoxos, el mismo expresidente Álvaro Uribe, líder del Centro Democrático, se ha encargado de alertar de los peligros que representan las aspiraciones presidenciales de Gustavo Petro para Colombia, visto su vínculo personal con Hugo Chávez y su afinidad por el modelo político venezolano. Ha sido particularmente mordaz al declarar que, de resultar electo presidente el exguerrillero, el país se convertiría en una segunda Venezuela; planteamiento que ha calado profundamente en los sectores que aprecian en las estatizaciones propuestas por Petro un claro reflejo de las expropiaciones ocurridas en Venezuela durante el gobierno de Chávez y continuadas por el actual presidente Nicolás Maduro.
  • Los debates presidenciales: El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa señala en su obra La Civilización del Espectáculo que la política es una prolongación del show business; un terreno en el cual triunfa quién se ve mejor y suena mejor, independientemente de la solidez de su propuesta. ¿Quién puede olvidar el histórico debate entre los candidatos a la presidencia de EEUU John F. Kennedy y Richard Nixon en 1960? Hasta el día de hoy hay quienes señalan que el auge de la televisión como medio de comunicación de masas vino a otorgar el triunfo al joven demócrata frente a un agotado pero más elocuente republicano o, por lo menos, esa fue la percepción de la audiencia.

Algo muy similar ocurrió en el debate presidencial entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus en 2010, resultando este último perjudicado por su mal manejo ante las cámaras; lo cual echó al traste meses de esfuerzo y crecimiento sólido en las encuestas. De manera que hoy por hoy, las nuevas tecnologías de la comunicación y la información TICs (redes sociales) poseen un impacto tan significativo que tienen el poder influir en la decisión del electorado; cuya demografía es precisamente la misma que, por antonomasia, se vuelca a las TICs: los millenials y adultos jóvenes, quienes representan más del 40% de la población.

Así las cosas, ¿habrá sorpresa con respecto a quién llegará al Palacio de Nariño? ¿O se impondrá la polarización? El cálculo de este humilde servidor es que Duque se alzará con el triunfo el 27 de mayo pero será necesaria una segunda vuelta entre él y el Petro, por cuanto las alianzas de Centro que pudieran equilibrar los votos, y hacer frente a la polarización, no se habrán materializado. En todo caso, amanecerá y veremos.

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