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Disfrazado de “demócrata”…

Antonio José Monagas

El término “inmunidad” tiene entre sus acepciones, dos de capital trascendencia. La que compromete su significado con la ciencia médica. Y la que explica la ciencia política. Tanto así, que se habla inmunidad natural, activa, pasiva, congénita, artificial, adquirida y adaptativa. Aunque son tipos justificadas por la Medicina, en aras de justificar respuestas orgánicas, igualmente la Política ve en cada tipo una razón para considerarlas como pertinentes del ejercicio político. O sea, son determinadas en razón de los momentos a que corresponde su aplicación. En un todo, según la situación que en lo particular requiere su manejo o beneficio.

Cualquiera de sus acepciones, supone protección contra adversidades. Ya sean las mismas de naturaleza orgánica o fáctica. Es decir, relacionadas con la salud o con la política. Pero siempre, alcanzadas en la cotidianidad bajo la cual el hombre busca desarrollarse en términos del afianzamiento de sus funciones, capacidades y potencialidades.

En el ejercicio de la política, la “inmunidad” nace como necesidad de ordenar la regulación del poder político a los fines de garantizar la separación o independencia de poderes. De hecho, su consideración como factor de equilibrio de los procesos que articulan la institucionalización de la democracia política, hace que sea vista como principio que caracteriza el llamado “Estado de Derecho”. Así que en la “inmunidad”, particularmente en la “inmunidad parlamentaria”, se tiene el mecanismo político que fija la organización que del Poder Público Nacional. De ahí que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, lo asume cuando refiere lo atinente al Poder Legislativo Nacional. Su artículo 187, parágrafo 3, dictamina entre las funciones de la Asamblea Nacional, la “de control sobre el Gobierno y la Administración Pública”. Asimismo, los artículos 222, 223 y 224, son enfáticos a ese mismo respecto: funciones de control.

En virtud de tan necesarias consideraciones, el artículo 200 constitucional destaca la condición de “inmunidad” de la cual gozarán los diputados a la Asamblea Nacional “(…) desde su proclamación, hasta la conclusión de su mandato o la renuncia del mismo”. En caso de delito cometido por el legislador, el Tribunal Supremo de Justicia, ordenará “(…) previa autorización de la Asamblea Nacional (…)”, su detención y respectivo enjuiciamiento. Más aún, dicho precepto es enfático cuando establece que cualquier funcionario que viole la inmunidad de algún parlamentario, “(…) incurrirá en responsabilidad penal y será castigado de conformidad con la Ley”

Entonces, ¿qué ha pasado con la interpretación del articulado constitucional toda vez que busca ser categórico al momento de instar los debidos controles y contrapesos responsables de hacer más iguales los distintos poderes sobre los cuales se cimienta un sistema de gobierno de talante democrático? ¿O es que estos gobernantes de marras no entienden lo que suscribe el Estado democrático y social de Derecho y de Justicia referido por el artículo 2 constitucional? ¿Acaso la ignorancia de la ley consiente o avala que estos gobernantes hagan lo que estiman como provecho personal, o según lo dicten las circunstancias?

Cuidado pues con interpretar la Constitución en contra del propio texto constitucional. Aunque pareciera que es lo que hacen pues no se justifica aprobar lo que el país entero observa con estupor. En medio de esta situación, pueden observarse resultados tan absurdos, como absurdo luce un revolucionario jugando a la justicia y la verdad. Frente a tan contraproducente paradoja, es fundamental insistir en contrarrestar los desequilibrios causados por contingencias azuzadas por la impunidad propia de desordenes inducidos por la anomia que reina en Venezuela desde que el régimen, en 1999, se da a la tarea de trastocar derechos humanos y libertades fundamentales. Sobre todo, en aquellos casos en que las realidades se encubrieron de mentiras para justificar medidas represivas que han sobrepasado la cordura y la armonía de la que tanto exponen discursos políticos colmados de visos populistas.

La represión, en los últimos tiempos, ha recrudecido en virtud del temor del régimen a verse defenestrado a causa de la ausencia de legitimidad de desempeño y de origen que pesa sobre su funcionamiento. Esto, induce a activar ideales que en otrora marcaron hechos libertarios. La historia política contemporánea, es fiel testigo de todo cuanto sucedió. Incluso recientemente, cuando los hecho retrataron acciones que se dieron en aras de cuajar reivindicaciones dirigidas a consolidar la democracia como sistema político. Pero las tendencias  torcieron esfuerzos apuntalados sobre crasas motivaciones de poder político.

Lo que viene caracterizando el discurrir político venezolano, evidencia el carácter controvertido de los eventos que se depararon de la inercia revolucionaria. O sea, la represión convertida en lugar común o punto central de la agenda diaria del régimen ante el temor de verse aislado del poder. Por razones de simple egoísmo, entendido cual venganza de cobarde intimidado, dejó de considerarse la Asamblea Nacional como instancia deliberante y representativa por excelencia de la soberanía popular. Desde entonces, pretendieron sustituirla por una entelequia con el remoquete de “Constituyente”, sin que su praxis respetara el ordenamiento jurídico nacional al saltarse (a la torera) el ejercicio democrático de la voluntad popular.

En la actualidad, las deliberaciones que ocupan el tiempo de tan manida Constituyente, se ajustan al odio cual cólera de los débiles. Es así que sus turbadas actuaciones y decisiones, pusieron al borde de cualquier descalificación el cuadro militarista adelantado por las chapucerías del régimen. En consecuencia, sus ejecuciones, siempre equivocadas y desnaturalizadas, desconocieron el alcance del concepto de “inmunidad parlamentaria”. Razón por la cual, el régimen quedó al descubierto al dejar que se hicieran públicas sus marranadas. O sea, procedió a que sus decisiones y acciones se vieran al desnudo. Que se evidenciara su perversidad. Todo, porque el régimen ha estado disfrazado de “demócrata”.

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