Domingo de Ramos
El Domingo de Ramos los cristianos celebramos la entrada de Jesucristo a Jerusalén. Los judíos lo acompañaban con loas y alabanzas, poniendo sus mantos y ramas de olivo en el camino. Él, sentado en un pollino, hacía su entrada triunfal a Jerusalén sabiendo que, apenas unos días después, sería humillado, torturado y sacrificado.
A pesar de tener todo el poder, humildemente y con todo su señorío, cumplió con su misión. Una misión que consistía en ofrecer vida eterna incluso a aquellos que lo habían traicionado, juzgado y condenado, siempre y cuando hubiera un verdadero arrepentimiento, un deseo de transformación y una aceptación.
Quién pudiera seguir ese maravilloso ejemplo de humildad y de rectitud. Podemos tratar de seguirlo, entendiendo que nuestras limitaciones nos harán fallar pero que es en Él en quien confiamos, en quien creemos y en quien ponemos nuestra fe. Mantengámonos seguros en Él independientemente de las circunstancias que nos rodean. Y cuando digo en Él, recordemos siempre que los cristianos creemos en la Trinidad…Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Una combinación perfecta en unidad.
Mantengámonos en equilibrio, balanceados, tratando de ser constantes, de ser ecuánimes y de buscar nuestra propia transformación después de haber diagnosticado nuestras debilidades. Las circunstancias, los juicios de otros y la manipulación de la información, entre otros factores, nos pueden afectar. Sin embargo, no debemos dejarnos mover fácilmente de nuestro modo de pensar, ni conturbarnos por espíritu ni por palabra. No debemos permitir que nadie nos engañe en ninguna manera…” (2 Tesalonicenses 2:2-3). Actuemos en forma consistente en nuestra vida y sigamos el ejemplo de quien fue capaz de dar su vida por nosotros.
¡Prendamos una vela y pasemos la luz!. ¡Vivamos cada día como si fuera el último!.