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Donald Trump acaba con el G7 y el TLCAN

José Luis Ortiz Santillán

Quienes pensaron que el presiente de los Estados Unidos, Donald Trump, jamás llegaría al poder, que era un desequilibrado mental y nunca concretaría sus promesas de campaña, se equivocaron. Nadie como el presidente Trump tiene más claro lo que quiere hacer; los resultados de la Cumbre del Grupo de los 7 (G7) muestran cuan equivocados están los que dudan de sus promesas y, sobre todo, de su idea de poner fin al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y construir su muro fronterizo en el sur de su país.

Donald Trump sonríe y muestra su amabilidad frente a sus socios del G7 y dice al embarcarse hacia Singapur que la Cumbre ha sido un éxito, para luego darles la espalda, jugar a la política de la silla vacía y engañar a sus socios, además de neutralizar a la Organización Mundial del Comercio (OMC). El presidente Trump no comparte con los países industrializados varios temas, entre ellos las reglas del comercio internacional actual, la liberalización de los mercados y las medidas para luchar en contra del calentamiento global.

Se trata de un rompimiento total de la visión del mundo, entre un hombre que ve los efectos negativos de la globalización, de la liberalización de los mercados, de la integración regional, traducidos en perdida de empleos y deslocalización de las empresas estadounidenses, en grandes déficits comerciales con sus principales socios; un hombre que no entiende la necesidad de la modernización de la fuerza de trabajo de su país, de su recalificación, como condición para adecuarse a la nueva industria y a las exigencias de la revolución industrial actual, lo que ha llevado a miles de empresas de su país a solicitar a países emergentes como China, la India o México a que maquilen parte de muchos procesos de producción que requieren fuerza de trabajo altamente calificada; se trata de un hombre que no le interesan las ventajas comparativas de su país respecto a Canadá o México.

Pero la globalización les está pasando factura a todos los países. México con un crecimiento promedio anual de apenas 2.5%, desde que en 1994 entró en vigor el TLCAN y con un incremento de la pobreza de 27 millones a más de 55 millones actualmente. Mientras que el club de los países ricos está sufriendo una mutación gracias a la profundización de la internacionalización de los mercados, en la etapa actual de la globalización de la economía mundial.

Ya no se trata solamente de la crisis de la deuda soberana, la desintegración de los países ricos será una característica más de la actual crisis del capitalismo. Pareciera una novela la que estamos viendo en los países industrializados; primero eran ocho con Rusia, luego volvieron a ser siete cuando se produjo la invasión y anexión de Crimea en 2014; hoy ya solo son seis, aunque por muchos años fueran siete y quizá al final solo queden cuatro o tres.

El club de los países desarrollados fue creado en la década de 1970, orientado a poner orden en el sistema monetario internacional, socavado por la decisión estadounidenses unilaterales al romper los equilibrios basados la vinculación del dólar al precio del oro; más tarde, fue convirtiéndose en el espacio para delinear los horizontes del desarrollo económico y las políticas de los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), en manos de los europeos, y el Banco Mundial (BM), en manos de los estadounidenses; hoy dicta los lineamientos del Grupo de los 20 (G20).

Sin embargo, este club se ve amenazada desde dentro ahora, por decisiones de los Estados Unidos y la disidencia del presidente Donald Trump del libre comercio y las normas de la OMC, quien ha decidido romper con el G7 al negar firmar la declaración conjunta de la Cumbre del G7 que concluyó este sábado, como respuesta al primer ministro Justin Trudeau, quien calificó los nuevos aranceles impuestos por los Estados Unidos a las importaciones de acero y aluminio de insultantes; lo que llevó al presidente Trump a calificarlo de deshonesto y débil.

Pese a que el presidente Trump había calificado de exitosa la cumbre del G7 y la delegación estadounidense negociado la declaración conjunta de 28 puntos, con Canadá, el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón, al final el presidente ha querido indicarles a sus antiguos socios quien manda en el planta, en un arranque de soberbia.

El comunicado conjunto del G7, entre otros puntos, plantea la necesidad de que el comercio en el mundo sea libre, justo y mutuamente beneficioso, priorizando el papel de un sistema de comercio internacional basado en normas y proponiéndose luchar contra el proteccionismo comercial, según el comunicado; donde los países del G7 se proponen a hacer todo lo posible para reducir las barreras arancelarias, las barreras no arancelarias y los subsidios, proponiéndose modernizar la OMC para hacerla más justa; solicitando el inicio inmediato de las negociaciones sobre los subsidios industriales que distorsionan los precios en los mercados; así como luchar contra el cambio climático, tema en el que los Estados Unidos se desmarcaron, tal como lo hizo el resto de los países de su solicitud para reincorporar a Rusia.

Ahora el mundo esta polarizado nuevamente. Pero no entre países ricos y pobres o entre países capitalistas y socialistas, o entre países desarrollados y en desarrollo, ¡no!, el mundo se ha dividido entre los países que ven en el libre comercio la vía para su desarrollo y los países que quieren volver a instaurar medidas proteccionistas para proteger sus mercados, sus empresas y productos de la competencia internacional.

Está claro que el TLCAN tiene sus días contados. El presidente Trump es consciente de lo que hace, llevó a los negociadores de Canadá y México a renegociar el Tratado para acorralarlos y después culparlos del fracaso de las negociaciones por su intransigencia; para así proponer un acuerdo comercial bilateral a cada país a la medida de sus necesidades, forzándolos a aceptar sus condiciones; frente a una OMC paralizada por su renovación y bloqueada por los Estados Unidos.

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