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Dos enseñanzas muy antiguas

Tazajal es una comunidad al este de Naguanagua que me parece un ejemplo de civismo.  Allí, un grupo de líderes se ha dado a la tarea de optimizar la participación de los vecinos en la vida cultural, el ornato de la zona, la conservación y mejora del ambiente, y en un mejor conocimiento de las políticas nacional, regional y local.  La asistencia a marchas y concentraciones también están en la programación.  Recientemente, como parte de esas actividades, se llevó a cabo un conversatorio (como se dice ahora) con cuatro dirigentes de muy buena estatura moral y formativa que analizaron diferentes aspectos de la agenda actual.  Se abordó extensamente lo de la transición que se nos viene encima.  Y, no podía soslayarse, se arguyó lo del acomodo de ciertos personajes del régimen dentro de ese proceso.  Tema espinoso.  Muchos de los presentes no podían entender, aceptar, que algunos pillos notorios “se fueran con la cabuya en la pata”.  Los cuatro participantes asomaron que en otros procesos parecidos, en otras latitudes y otros tiempos.  Entre otros, nos hicieron recordar que el primer presidente de la transición chilena, Patricio Alwin, se tuvo que calar cuatro años a Pinochet como comandante del Ejército.  Y que en Colombia, para poder firmar la paz con las FARC, hasta senadurías tendrán que concedérseles (sin ir a elecciones) a algunos de sus líderes que tienen prontuarios penales como asesinos y narcotraficantes.  Vale decir, que eso de la “justicia transicional” tiene sus bemoles.

A eso es a lo que quiero referirme trayendo dos enseñanzas que tienen siglos de vigencia.  Es un par de precisiones, de mandatos, que le ha permitido a la Iglesia perdurar por dos mil años, sin importar cuán procelosos sean los mares por los cuales le toque navegar.

La primera está acotada por un mandato no escrito pero que rezuma sabiduría: Omnia videre, pauca corrigere, multa dissimulare”.  En castellano macizo: verlo todo, pero corregir poco y hacerse los locos en lo mucho.  No propone que se deje sin castigo todas las faltas, sino una parte grande de ellas.  Presumiblemente, las menos importantes.  Y que les den hasta con el tobo a los que cometen pecados de orden capital.  Si se penara todo, probablemente el mundo no fuese vivible; civilizado, menos.  Y algo de eso deberá estar planificado dentro de lo que será la transición.  Así nos sea difícil de entender a algunos.

Pero en lo que no creo que deba haber transigencia es en eso —que ya están asomando algunos— de  un perdón que sea otorgado sin que haya sido pedido por el culpable.  Por eso, debo traer a colación la segunda enseñanza.  Que casi todos nosotros aprendimos en los años que nos tocó asistir a la Catequesis.  Es lo referido a las cinco condiciones que deben ser reunidas para que el sacramento penitencial sea válido.  Las desglosaré más adelante pero, por lo pronto, solo las enumeraré según aparecían en mi Catecismo: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, confesión de boca y cumplir la penitencia.  Si faltaba una sola de esas estipulaciones, pues no valía la confesión.

Al igual, no debe concedérseles el perdón a ciertos personajes sin que estos hubiesen manifestado su deseo de obtenerlos y la aceptación de algunos requisitos que deben serles impuestos.  Pero lo primero (y hasta primordial) es que ellos hayan hecho una introspección y reconozcan que no lo hicieron del todo bien.  Después, sentir una contrición por el mal realizado y afirmar que no volverán a incurrir en esos hechos dolosos.  Y por último, hacer una manifestación verbal de las cosas en las que fallaron groseramente contra la letra y el espíritu de la constitución.  Contra la decencia, contra el bien general, contra la ética.  Solo después de que se haya cotejado el cumplimiento de esos pasos, es que una comisión de alto nivel, de personas por encima de reproche alguno, podría recomendar a los poderes judicial y legislativo, al ministerio público y al órgano contralor la absolución del sujeto y su reingreso a las esferas social, económica y política.  Nada de indultos, amnistías, absoluciones d’amblée.  Que se cumpla lo que dice en el Evangelio de San Mateo: “pedid y se os dará”.  No antes…

Ya en el pasado, la oposición venezolana demostró ser muy benévola con quienes fueron furibundos adversarios hasta que decidieron saltar la talanquera. Viene a mi mente el nombre de Ismael García, saltimbanqui que ha estado como en media docena de partidos, que se pasó del oficialismo más uña-en-el-rabo a la oposición y fue recibido por esta que casi con palmas parecidas a las que sacaron en Jerusalén el Domingo de Ramos.  ¡Pues no!  En esa ocasión escribí que ni él ni ninguno de los que cambiaban de bando podía gozar del Paraíso sin haber pagado un Purgatorio, haber superado pruebas y demostrado con hechos comprobables, por años, que merecía ser reconocido como un líder válido de la alternativa democrática.

Algo así será lo que deba imponerse en la etapa de transición, luego de que cese la usurpación que nos atormenta con robos al Tesoro, con ineptitudes en el desempeño de los cargos y, últimamente, con apagones dizque causados por el imperio meeesmo mediante ataques electromagnéticos lanzados desde el espacio exterior.  ¡Válgame Dios!  En todo caso, habrá que tragar grueso y recordar que “politics makes strange bedfellows”…

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