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¿Dosis de socialismo o de patria?

La demagogia siempre ha sido permanente razón de engaño de la cual se vale toda dirigencia político para encauzar voluntades. O como popularmente se dice: “arrimar la brasa a su sartén”. Particularmente, cuando esa población se torna endeble de carácter, formación y educación. Sin embargo tan rastrera praxis política, se logra con el auxilio de una deliberada manipulación mediante la cual se hace sencillo oscurecer el pensamiento y por tanto la capacidad personal de discernimiento. De esa forma, se mediatizan actitudes y se confunden expectativas.

De su perversa incidencia no hay duda. Sobre todo, cuando quien gobierna tiene trazado enquistarse en el poder toda vez que se ha creído irreemplazable y necesario. Craso error por cuanto al final del tiempo del ejercicio de gobierno, apelan a recursos maliciosos. Pero que tienden a garantizar el estancamiento de la política en curso. Es ahí cuando invocan a la demagogia, como conducto para seducir. Aunque alevosamente disfrazada de la idea de brindar amparo. Ello, a sabiendas que debajo de tan umbrosa intención se apertrechan  planes de destrucción. Especialmente, de todo cuanto evidencia lo contrario a los discursos pronunciados asistidos por la demagogia. Es el momento en que la población, tardíamente, comienza a concienciar el efecto de tan siniestras medidas y procede a rechazar las mañosas argucias de esos gobernantes direccionando distintas formas de protestas públicas. 

Cuando un gobierno armado de ideologías retrógradas, apuesta a lograr una gestión que reivindique valores trascendentales que dignifiquen libertades y derechos humanos, su propósito se convierte en un “tiro al piso”. O sea, en meras promesas  que en el tiempo se descomponen y se disuelven. Por supuesto, sin que las realidades tengan la posibilidad de corresponderse con la oferta declarada. Es la situación en que la palabra se distancia de la realidad provocando no sólo un grave divorcio entre el deber, el poder y el hacer. También, induce el caos con la fuerza suficiente para ahogar y hacer que sucumban esperanza, sueños y necesidades clamadas.

Es exactamente el problema que viene padeciendo Venezuela. Más aún, en el terreno de la crisis provocada por imposiciones manchadas de socialismo. Y particularmente, luego de observar y comprobar la miseria que ha venido adueñándose de los terrenos donde habría podido cultivarse un país en consonancia con un desarrollo alineado con las capacidades y potencialidades de una sociedad consciente del significado de vivir en democracia. Sin embargo, todo se complicó por cuanto los compromisos gubernamentales se quedaron en sólo: “canturreo de chicharras”. 

A esto cabe agregar con tristeza, el efecto perverso de la pandemia del Covid-19, la cual ha servido al régimen oprobioso para encauzar pérfidos planes de enquistarse en el poder. Todo se ha visto como una recargada dosis de ficción que recurrió a las apetencias de gobernantes demagogos. O acaso todo esta apesadumbrada situación vivida, ha sido una grosera y repugnante ¿dosis de socialismo o de patria?

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