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Dugarbín también se acaba

Carolina Jaimes Branger

 

Continúa el cierre de instituciones que en su momento fueron iconos de excelencia. ¡Qué dolor siento cuando veo que al país caer pedazo a pedazo! Pensar en todo el esfuerzo, el trabajo y la dedicación que quedan tras esas puertas cerradas. Lo que pierden quienes las fundaron, trabajaron y las hicieron crecer y quienes fueron beneficiados por ellas.

Ahora le toca el turno a Dugarbín, un colegio para niños con retraso en el desarrollo, un auténtico diamante que fue pulido día a día por sus dueñas y quienes las acompañaron en su empresa. La educación especial requiere de mucha preparación. Improvisar puede resultar muy caro. Integrar niños con dificultades en colegios regulares no puede hacerse mediante un decreto, como se ha intentado frustrante y dolorosamente aquí en Venezuela. Tiene que hacerse con profesionales especializados, atentos y conscientes de lo que tienen en sus manos.

Hace más de 30 años, las psicopedagogas Lillian Ducharne de Vera, Thamar García de Manrique, Rebeca García de Cottin y Maritza Rubín de Franchi -una composición de sus apellidos forma el nombre, Dugarbín- con muchos sueños y muchas ganas de trabajar fundaron el colegio especializado en niños de un sector desatendido, hoy más que nunca. Y después del cierre de Dugarbín será peor.

Conozco muy bien la institución: mi hija Tuti estudió allí dos años. Tuve la dicha de conseguir cupo – mi vecinito estudiaba allí también- y Mariela Guzmán de Pulido la acogió bajo su ala. Pude ver de primera mano la mística, el entusiasmo y el amor con que trataban a los niños. También cómo les exigían, los guiaban, los aupaban. En Dugarbín los pequeños logros se celebraban como grandes. Los niños no eran felicitados, eran “felicitadísimos”. Eran corregidos con firmeza y cariño a la vez. Eso les permitió a muchos consolidar su autoestima y poder seguir a cursar el bachillerato una vez terminado el sexto grado. Y quienes no podían, eran orientados sobre dónde y cómo ir. Como madre de una niña especial sé cuán valiosos son esos aportes, pues uno va aprendiendo sobre la marcha y Dugarbín era esa especie de hogar donde uno se sentía seguro y podía volver cada vez que necesitaba sentirse apoyado. Yo regresé muchas veces a buscar consejo y orientación. Tuti también regresó a ayudar con los más pequeñitos cuando nos mudamos de nuevo a Caracas.

Dugarbín siempre estuvo a la vanguardia de los avances en el mundo de la educación especial. No sólo en la parte atinente a la psicopedagogía en sí misma, sino en psicología, fisioterapia, rehabilitación, estimulación temprana y en el área de las artes, donde la música, la pintura y las manualidades eran usadas para mover y conmover a los niños. Recuerdo cuando instalaron el Lumatron, un artefacto que estimulaba el nervio óptico para que éste a su vez estimulara el cerebro mediante ondas de colores, toda una vanguardia en su momento. Tanta confianza tenían las dueñas en lo que estaban haciendo, que sus propios hijos cursaron sus primeros años en el Dugarbín.

En julio, ese tesoro se convertirá en un buen recuerdo en las mentes y en los corazones de quienes lo conocimos. El éxodo de maestras y niños, aunados a las enormes dificultades que significa tener una unidad educativa privada en estos tiempos de revolución hace que sea imposible seguir con la obra. Un destrozo más que añadir a la cuenta del chavismo.

Mis queridas Lillian, Thamar, Rebe y Maricita. Mariela, Adri, Alicia, María Elena, Mary Carmen, Claribel, Waldon y todos los demás, desde el fondo de mi corazón, gracias.

@cjaimesb

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