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Economía para Politiqueros

Antonio José Monagas

La economía que moviliza las finanzas y los recurrentes negocios en un país asediado por la incertidumbre resultante de la crisis que cunde sus realidades, no es la economía que suscribió Adam Smith en su obra: La Riqueza de las Naciones. Tampoco es la economía que enseñan las universidades autónomas toda vez que fundamentan la divulgación del conocimiento en la crítica, la pedagogía y en la búsqueda de la verdad. O también, centros de estudio que dedican esfuerzos a la apasionante disciplina de la economía, entendida, primeramente, como una ciencia moral que comprende al hombre como un ser espiritual y ético.

Sin embargo, la economía no es tan sencilla como pudiera pensarse.  No por conocer que estudia métodos eficaces cuya interpretación hace posible satisfacer necesidades humanas materiales mediante el empleo de bienes escasos, su aplicabilidad es inmediata. Entre su discurso y la realidad que demanda su atención, hay una brecha en la que caben múltiples consideraciones. Desde conjeturas, hasta falsedades. Y de estas, se valen los politiqueros o aficionados de la economía en cargos de gobierno, para disfrazar sus patrañas y marramuncias.

Es un tanto la idea de mostrar que bien se puede redactar un Manual de Economía para politiqueros arrogantes. Pero asimismo, para insensatos, necios e insulsos. Aunque también, para absurdos, burdos y curdos. Y no porque esta sea una idea probable. Sino porque es propia de elaborarse dada las condiciones observadas. Así se tiene, por ejemplo, que según son las tendencias que pautan las coyunturas imperantes en Venezuela, la elaboración de un Manual en esa dirección, cabe exactamente en su contexto fáctico. Particularmente, como resultado de políticas económicas tan improvisadas, que ni siquiera alcanzan a ser trazados de acciones económicas, ni nada que se les parezca. Pero no tanto para que lo sigan los actuales gobernantes que ya acometen este tipo de criterios económicos. Sino para que se esgrima como una válida referencia de lo que no debe hacerse en economía, finanzas o en negocios. O también, en materia de administración de gobierno.

El sabio Demócrates, un filósofo griego de quien poco se sabe, había manifestado “todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo, y los buenos de mofa”. En situaciones así, se vivifican gruesos problemas cuyas soluciones se tornan tan pesadas y difíciles de hallar, que las realidades se vuelven cómplices de las crisis que, por dichas causas, comienzan a enquistarse.

Una economía para absurdos, no es más otra guía para convulsionar las realidades. Hasta el punto, que cada una de sus consideraciones incita un conflicto recurrente antes que una salida paliativa o de “medio pelo”. Una economía para absurdos, conduce irremediablemente a transgredir el orden natural de la dinámica que establece la relación propia entre la oferta y la demanda.

En lo incoherente y en el mundo que su mediocridad construye, esta economía no atina a resolver problemas económicos que tengan incidencia sobre el crecimiento, el desarrollo y el progreso de las naciones. Por lo contrario, decisiones tomadas desde el enfoque de lo absurdo, apuntan a desatar problemas como la desestabilización de precios, la reducción del nivel de empleo. Coadyuva a precipitar la inflación, a actuar sin criterio alguno de lo que es la escasez de recursos, a desestimar el costo de oportunidad creciente, a engorronar el sistema monetario, a entrabar los mecanismos de mercado, a abultar los gastos del gobierno sin ningún criterio serio, a prevaricar la función económica del Estado, a hacer del monopolio gubernamental un recurso de represión política, a despotricar de los bienes públicos, a descompensar el valor de los salarios analizados con base en los mercados de trabajo imperfecto.

Esto yerros son característicos, en una economía de lo absurdo y para absurdos. Así, entre otras condiciones y consideraciones que sólo lo irrazonable es capaz de pasar por alto. Sin análisis alguno que pueda medir o mediar efectos o consecuencias. Solamente, dictaminándose desde la arbitrariedad y la improvisación. Por no decir, que desde la avaricia, el odio, la revancha y el resentimiento.

Sin duda que una realidad modelada bajo criterios tan irracionales, es forzada a torcerse mientras no sea rebatida por la misma dinámica con la cual la economía se maneja en condiciones de franca normalidad. Todo esto, sólo ha sido concretado, en medio del derrape tal como lo figura Venezuela. Como en efecto  viene sucediéndose. Más, cuando sus gobernantes se empeñan en subordinarse a las pautas que establece un Manual así que contenga preceptos horriblemente desquiciados. Es decir, que configure realidades montadas sobre conceptos fundamentados en lo que es una Economía para politiqueros.

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