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El abajofirmante

Impulsado por su vocación intelectual, además de una tenacidad a toda prueba, el abajofirmante se caracteriza por adornar con su rúbrica toda suerte de remitidos, panfletos, cartas abiertas y públicas, además de toda suerte de manifiestos, donde sea indispensable una cohorte de firmadores que se encarguen de refrendar un documento de importancia para la ocasión.

Quizás los antecedentes de la situación se remonten a los tiempos del colegio de curas, cuando llegaba a nuestro pupitre una hojita de cuaderno mal rasgada, donde se detallaban una a una la serie de peticiones, cada cual más loca que la anterior, refrendadas por una temblorosa hilera de firmas apoyando irrestrictamente las pretensiones expuestas, transcritas en letra ladeada por causa del apuro y de la espalda mal apoyada del compañero sobre la que fue escrita.

Por lo general, estos precoces intentos de exposición a la opinión pública terminaban con un regaño general, plantón en el patio a pleno sol del mediodía y citación urgente a los padres para conversar de un asunto de su absoluta competencia, preocupados como estaban nuestros preceptores de la salud espiritual e intelectual de los muchachos bajo su cuido… claro, con las debidas acotaciones sobre la imperiosa necesidad de donaciones para ampliar el salón de usos múltiples del colegio.

Ya en la universidad, las cosas mejoran un poco para nuestros afanes libertarios, pues la vigilancia parental se relaja por esas cosas de la ley de la vida y la distancia geográfica, amén de que ya somos grandecitos como para discernir entre lo bueno y lo malo, o por lo menos eso nos hacen creer. He aquí entonces que se multiplican de la nada las oportunidades para estampar nuestra rúbrica en cualquier papelito que rondara los pasillos del claustro universitario.

Casi sin pestañar, marcábamos a fuego en el papel nuestros nombres y apellidos, además del número de cédula faltaba más, para expresar nuestro rechazo a las semillas transgénicas, al uso de embriones humanos para fines de experimentación y a la utilización de hormonas en los alimentos destinados a la población mundial.

Y todavía nos quedaba tiempo para declarar persona no grata, al profesor de turno, por causa de sus procederes, “que incidieron negativamente en la formación profesional y humana de los estudiantes de la sección 02 de tercer semestre, ocasionando un innecesario estrés emocional”, generado todo por una raspazón de pronóstico reservado.

Claro, tampoco estaremos exentos de los chascos y marramucias a los que se ven expuestos aquellos que prestan su nombre y reputación para cerrar los conocidos remitidos públicos, que es una de las formas más sutiles y expeditas para mandar nuestra vida completa al traste o enviar nuestra reputación en vía expresa camino al infierno.

Quizás caigamos en el juego diabólico del amigo que papelito en mano, nos hablará parado en la puerta de la casa sobre la gravedad de un cierto tema que genera preocupación mundial, pero del que no tenemos la más mínima idea. El amigo en cuestión nos acariciará el ego con las más sibilinas argumentaciones, sellándolas al final con un contundente “es que sin tu firma el documento carece de peso”. Y listo, caemos redonditos.

A la vuelta de unos días, para nuestro estupor, nos damos cuenta que el tan cacareado tema de interés colectivo, se trata de una maltrecha y lamentable argumentación sobre la legalización de la marihuana y las drogas recreativas; la propuesta de creación de un partido neonazi; o el establecimiento de penas de cárcel menos severas para los sentenciados en casos de pedofilia. Sí, a veces pasa eso.

@ElMalMoncho

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