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El árbol caído

Del árbol caído todo el mundo hace leña, dice un refrán, pero en lo que voy a narrar, un árbol que cayó no sirvió para hacer leña sino que hizo leña de una vida.

En la urbanización Vista Hermosa, ubicada al Sur de la capital, hay una calle, llamada El Socorro, muy bella a cuyos lados hay casas también muy bellas y muy bien cuidadas por sus dueños. Está rodeada de altos chaguaramos en cuyos topes se posan guacamayas todas las tardes, cuando regresan a sus nidos. Pero hay un chaguaramo, frente a la quinta Carmencita que se está muriendo, desde hace tiempo, por efecto de unos químicos que derramaron a sus pies unos obreros del servicio de agua de la ciudad cuando reparaban una tubería.

Los vecinos de la calle y, en particular, los dueños de la Carmencita, se habían quejado a las autoridades y, junto a otros vecinos, habían solicitado que se derribara el chaguaramo, con todos los cuidados del caso para evitar daños. La autoridades encargadas de solucionar el problema habían hecho caso omiso y, para colmo, habían negado la autorización para que los vecinos procedieran, por su cuenta, a derribar el árbol.

Rigoberto, era dueño de un Toyota Corolla, que le servía de taxi, y que había comprado hacía años, cuando los precios de los vehículos eran abordables. A diferencia de muchos que cuando tienen un automóvil lo que hacen es ponerle gasolina y rara vez revisan los niveles de aceite del motor, y solo lo reponen cuando se enciende la luz de advertencia y casi nunca hacen que se le preste el servicio recomendado en el manual de mantenimiento, era muy cuidadoso con su Corolla. Cada vez que llenaba el tanque de gasolina, hacía revisar el nivel de aceite, la liga de los frenos, la presión de los neumáticos, cosa que hacía prácticamente todos los días porque hay que ver le kilometraje que rueda a diario un taxi. Nunca había dejado de prestarle el servicio en las oportunidades exigidas. Siempre lo tenía muy limpio y pulido y, a  pesar del largo tiempo de uso parecía recién salido de la fábrica. Lo quería como a un hijo y lo cuidaba porque era el sostén de su vida y de su familia.

Esa mañana de noviembre había ido a la casa de su  madre, en la calle El Socorro, para llevarla a la clínica donde debían tratarla del cáncer que padecía desde hace meses. Había estacionado el Corolla justo en frente del chaguaramo podrido y tenía minutos, dentro del vehículo, esperando que su madre saliera. Por la radio oía las noticias sobre las muertes por homicidio el día anterior, sobre la falta de alimentos y medicinas, los pésimos servicios públicos y todos los males que padecía el país. De repente, se oyó un crujido y el alto chaguaramo podrido cayó sobre el Corolla, aplastándolo y dejando a Rigoberto aprisionado entre el volante y su asiento, haciendo muy difícil que pudiera respirar y produciéndole mucho dolor en las costillas. Su madre y los vecinos salieron muy alarmados y se aterrorizaron al ver como había quedado el vehículo y cómo estaba Rigoberto. Después de muchos intentos lograron comunicarse con el 911 que, como casi siempre estaba ocupado y lograron pedir el auxilio de emergencia que se requería ante un accidente ante el cual ellos solos no podían hacer nada. Al cabo de más de una hora llegaron los bomberos, justificando su tardanza por el hecho de que casis todos sus vehículos  estaban dañados y no había ambulancia. Se dieron  cuenta de que era poco que podían hacer porque les faltaban las herramientas necesarias y pidieron el auxilio de jun a grúa que tardo casi un hora en llegar. Se pudo sacar del vehículo a Rigoberto, muy mal herido y, como no había llegado la ambulancia, unos vecinos lo colocaron en la parte de atrás de un a camioneta pick-up que, después de que algunos centros de atención a la salud habían manifestado que no podían recibirlo porque las emergencias estaban copadas, lo pudieron recibir en el Hospital Universitario. Por el camino, Rigoberto, todavía consciente, pensaba “que va  a ser de mí, nunca podré pagar las reparaciones de mi carrito, sin él no podré mantener a mi familia ni atender a las necesidades de tratamiento de mi madre, ¡qué desgracia que esto me esté pasando a mí¡ A pesar de todos los esfuerzos de los médicos y enfermeros del Hospital Universitario por salvarle la vida, Rigoberto murió.

Rigoberto y su familia son unos de los tantos que sufren tragedias en un país en crisis, donde hay desidia de un gobierno ineficiente, corrupto y sin piedad frente al sufrimiento de los ciudadanos, incluso de aquellos que lo apoyaron o a aún lo apoyan.

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