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El asquerosito

Hay que hacer una aclaratoria: no existe una bala fría “ligera”. No, de todas-todas, imposible, además de inadmisible. Los popularmente llamados “asquerositos”, tienen su razón de ser al estar diseñadas malintencionadamente para convertirse en pequeñas bombas de colesterol aderezadas con mezclas imposibles de carbohidratos, contenidos pobres en proteínas y con alguna delicia del chef mezclada en el aceite de freír utilizado en las noches anteriores y que vuelve a debutar radiante y chirriante en las noches subsiguientes.

Así, como si fuera un juego de la ruleta rusa gastronómica, o un salto en benji culinario, usted mismo decide los ingredientes que taponarán sutilmente sus arterias día tras día, o que harán que sus valores hematológicos vacilen entre los extremos de la muerte súbita o el coma diabético.

Por si fuera poco, tenemos también esas malévolas apuestas por parte del vendedor callejero para que el viandante arriesgue su dinero, su autoestima, y cómo no, la integridad de las paredes de su estómago, para desafiar la imponente muralla de ingredientes, que conforman el omnipresente plato-imposible-de-comer de cada carrito a lo largo y ancho del país, sibilinamente dispuesto con todos sus adornos por parte del cocinero, para que nadie se lo coma.

Aunque por tradición y nombradía resulta bastante difícil clasificarla como “asquerosito”, la arepa rellena puede considerarse como parte de la nobleza de la comida callejera. Si bien ya no sorprenden las mezclas de salsas y rellenos disponibles, aún la capacidad de asombro puede ser rebasada al presenciar la irresponsable propuesta del negocio, incompatible además con la vida humana, de hacer una arepa, que junto con mezclar al mismo tiempo jamón, queso, mortadela, tocino, carne, pollo o chuleta, ensalada, y las consabidas salsas rosada, tártara, de queso y ajo, tiene como bandera insignia un flamante huevo frito que coronará triunfante el desatino gastronómico.

Y dentro del repertorio, existe uno de los misterios nunca develados en el arte de la comida callejera venezolana: por alguna razón que no conocemos, resultará imposible reproducir en nuestras casas ese sabor entre dulzón, salado y ácido de la comida de carrito. Las investigaciones realizadas han tratado de replicar en condiciones de laboratorio exactamente el mismo patrón de trasvase de los ingredientes: pan de perro/hamburguesa, salchicha/carne/pollo/chuletón, repollo, lechuga, cebolla, papitas y huevo (vuelta otra vez), quedando el queso rallado y las salsas a discreción del comensal.

Los autores no se ponen de acuerdo todavía con respecto a algunos detalles, tales como: si la cebolla va antes del repollo; si el óxido de la lata incide en el sabor del huevo frito en plancha; si el cubito se echa al agua de las salchichas desde el comienzo o al hervir; si debe dejarse parte de esa grasita que hace chisss-chisss cuando le pasan la espátula a la plancha caliente; si el corte de las cebollas debe hacerse en el mismo pote mal lavado donde se echa el agua del balde; o si hay que limpiar con más frecuencia el cuchillo con el que se cortó al mismo tiempo el pan, la bolsa de las papitas, el mecatillo del cartón de huevos, el papel de envolver, y de paso, con que se destapan los refrescos.

Pensamos que la respuesta está en el trapo sucio del carrito, que es el mismo que se utiliza para limpiarlo, agarrar el pan, sacar los refrescos de la cava, y secarse las manos.

@ElMalMoncho

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