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El atentado contra Betancourt y sus ramificaciones

Hacen hoy exactamente 57 años, el 24 de junio de 1960, ocurrió un intento de magnicidio a través de la explosión de una poderosa carga de dinamita y termita, colocada dentro de un vehículo Oldsmobile 54, estacionado en el canal derecho de la avenida de acceso al Paseo Los Próceres, en Caracas, donde se celebraría un desfile militar para conmemorar la batalla de Carabobo y el día del Ejército. Aquel viernes el presidente Rómulo Betancourt salió desde la quinta “Los Núñez” en Altamira, en el segundo de tres vehículos Cadillac negros que conformaban la caravana, y en aquella limousina, manejada por el chofer oficial Azael Valero,  le acompañaban su Jefe de la casa Militar, el Coronel Ramón Armas Pérez, en el asiento delantero, a la derecha del conductor. El Ministro de la Defensa General Josué López Henríquez y su esposa, iban con Betancourt en el asiento trasero. Cerca de las 9.30 am ya estaba la caravana circulando por el inicio del Paseo Los Próceres, hacia el tramo central donde se producen los desfiles militares (y otras actividades, como competencias de vehículos a alta velocidad), para lo cual tiene gradas de concreto, y partes techadas, destinadas a albergar a los asistentes más importantes. Fue diseñado para servir como sede de desfiles militares y espectáculos de masas, algo similar a las funciones de los Coliseos en el imperio romano.

Betancourt fue parte de la generación estudiantil del año 1928, enfrentada a la dictadura cerril de Juan Vicente Gómez, camada que sufrió persecución, cárcel y destierro, incluso con López Contreras, el sucesor del gomecismo, aunque permitió los tímidos inicios de la transición, que se amplió gracias a la bonhomía de Medina Angarita, también militar, pero menos comprometido que su directo antecesor con el cerrado esquema militar y andino que pretendía eternizarse en el poder, desde la muerte del “bagre” en diciembre del 35. La transición estaba programada para seguir ocurriendo en cámara lenta, oficialismo y oposición habían logrado un candidato presidencial de común acuerdo, Diógenes Escalante, que supuestamente estaría dispuesto a satisfacer las exigencias de ambos bandos, pero el cisne negro de su sorpresivo desequilibrio mental (seguramente de vieja data, pero oculto, porque las funciones diplomáticas de Escalante le mantenían lejos de Venezuela y del escrutinio cotidiano), generó una modificación crucial en el tablero de juego, y los jóvenes de la oficialidad militar y de las organizaciones políticas aprovecharon el vacío que produjo la “súbita” locura del candidato de consenso, para dar un golpe y tomar el poder, rompiendo bruscamente con los esquemas que privilegiaban al generalato y al procerato derivados de las tradicionales montoneras que regían en el país desde 1830, los “acreedores y buitres” que pasaban factura por sus servicios a la paaaatria, secuelas de la guerra de Independencia.

Durante el trienio Oct 45 Feb 48 la Junta cívico-militar presidida por Betancourt logró producir un clima de distensión política -en las antípodas de la falta de libertades vigente durante el gomecismo y la primera etapa de transición-, que a su vez preparó el terreno para el plato fuerte de superar el sistema electoral indirecto y excluyente, para establecer elecciones libres, universales, directas y transparentes, en las que participarían todos los mayores de 18 años y, por primera vez, las mujeres. Por supuesto que siendo el partido AD el principal gestor de esos trascendentales cambios, y Betancourt su abanderado y promotor, el candidato adeco llevaba eso en su favor, y Rómulo Gallegos, el más prestigioso escritor venezolano del momento, fue electo presidente por la absoluta mayoría de los nuevos y alborozados electores. Pero a la oficialidad golpista le quedó el gusto por el mando, y no veían con buenos ojos tener que regresar a sus cuarteles y a sus funciones exclusivamente militares, mientras los civiles se hacían cargo del país, su democratización, su crecimiento económico, su movilidad social en sentido vertical, buscando beneficiar a todos los sectores. El patrioterismo ofrece diversas maneras de justificar un zarpazo armado, y los militares lo integran a sus discursos para maquillar su vuelta a las andadas, su adicción al poder. Con apenas nueve meses en la presidencia, Gallegos fue derrocado y empujado al exilio, al comenzar la anterior dictadura militar, que duró desde noviembre del 48 hasta enero del 58. Nueve años y dos meses de prepotencia basada en la amenaza de las armas, desarrollismo compulsivo que además de construir calles, avenidas, autopistas y edificios, dejaba comisiones de cada contrato, apretaba el cerrojo a quienes se atrevían a pensar distinto, perseguía, encarcelaba, torturaba, enviaba al exilio o al cementerio a los más inconvenientes, formando parte del Club de dictadores latinoamericanos (Perón, Rojas Pinilla, Somoza, Batista, Duvalier, Stroessner, Trujillo) que eran la contribución del subcontinente a la parte más obtusa de la guerra fría. Venezuela vio crecer su infraestructura en inversa proporción al disfrute de las libertades y la honestidad en la administración de los dineros públicos. A los rencores del gomecismo se suman los del perezjimenismo, desplazados factores que seguían intentando retomar el poder perdido, por cualquier vía, prefiriendo los métodos de la violencia y el inmediatismo (a los que luego se agregarían los encandilados por la falsa épica revolucionaria de Fidel Castro, los ortodoxos del comunismo -ya denunciado en sus excesos criminales, por Nikita Jrushov en el Congreso de 1956– y los “cabezacalientes” de AD, que se separarían para formar el MIR y luego jugar a los guerrilleros rurales y urbanos, en su patético afán de imponerle al pueblo el colectivismo igualitarista que sólo ha provocado enormes tragedias doquiera ha sido implementado). Gomecistas, perezjimenistas y comunistas fueron los tres factores que -por separado, pero en paralelo- le pusieron enormes trabas a la democratización de Venezuela.

Los equipos usados por los complotados para detonar a distancia los 65 kilos de explosivos que escondía el verde oldsmobile modelo 54, eran modernos para la época, el modus operandi había sido probado con vehículos y víctimas humanas, pero por aumentar sus márgenes de seguridad, ubicándose lo más lejos posible del punto cero de la explosión, elevaron el margen de error humano, por depender de imprecisas señales visuales y gestuales. Segundos marcaron la diferencia, que proyectó la porción más destructiva de la onda explosiva sobre la mitad delantera de la limousina presidencial (lo demuestran las abolladuras en la puerta y el guardafango delanteros derechos). Uno o dos segundos más tarde los mayores daños le habrían ocurrido a la mitad posterior del vehículo, invirtiendo el saldo de un muerto y un herido en el asiento delantero, trasladando las bajas a los ocupantes del asiento trasero. El Coronel Armas recibió el mayor impacto de la onda explosiva, por ser quien estaba a menor distancia del carro-bomba, falleció en el acto. El conductor sufrió graves heridas, quemaduras que abarcaron bastante superficie epidérmica. El Ministro y su esposa salieron casi totalmente ilesos, el Presidente tuvo además de quemaduras en manos y cara, lesiones en el ojo y el tímpano derechos, y un corte en el labio inferior. Las lesiones en oído y boca le dificultaron por un tiempo la expresión oral, sin embargo esa misma noche dio una rueda de prensa, y al otro día se dirigió al país en cadena nacional de radio y TV, para demostrar que estaba vivo y lúcido, en total capacidad para seguir cumpliendo las funciones de su alto cargo.

Aunque era ancho el abanico de enemigos de Betancourt, desde el primer instante él tuvo la certeza de que este atentado -trágico pero sin lograr su objetivo esencial- fue patrocinado por el déspota “chapita” (por la excesiva cantidad de medallas que adornaban su chaqueta militar), lo cual fue corroborado en tiempo récord por las investigaciones que comenzaron por la placa del carro-bomba, prestado a uno de los complotados, Manuel Yánez Bustamante, quien una vez detenido delató al resto de la banda. Los militares Eduardo y Ángel Morales Luengo, trajeron desde República Dominicana los equipos de transmisión remota, Luis Cabrera Sifontes fue el encargado de hacer detonar la carga, a la señal del sombrero de Yánez. Todo fue planificado en Madrid, en la residencia de Napoleón Graziani, un grupo de perezjimenistas, respaldados por la primitiva dictadura quisqueyana, contra la cual había actuado Betancourt, solidario con los opositores a chapita Trujillo. En este crimen se juntaron el hambre y las ganas de comer, dos pandillas vinculadas a dictaduras, una ya derrocada, otra a punto de colapsar, como lo vaticinó certeramente el propio Betancourt: “No me cabe la menor duda de que en el atentado de ayer tiene metida la mano ensangrentada la dictadura dominicana, pero esa dictadura vive su hora pre agónica, son los postreros coletazos de un animal prehistórico incompatible con el siglo XX”. La dictadura de Trujillo fue condenada por la mayoría de los países de la OEA, y desde entonces adoptaron la “Doctrina Betancourt”, que compromete a los países miembros a repudiar todo régimen que se aparte del ejercicio democrático y el respeto a los Derechos Humanos, razones que luego justificaron la expulsión de Cuba (esos principios han sido muy prostituidos, hoy prevalece la doble moral de los levantabrazos, comprados con dólares y petróleo barato, recursos que son propiedad del pueblo sometido por la pandilla que reparte a esos esquiroles para que incumplan sus deberes y den la espalda a las mayorías reprimidas que luchan por recuperar su país, su democracia, sus libertades, su futuro). Once meses después del fallido atentado contra RB, chapita conoció en carne propia un genuino y exitoso atentado, y en el planeta hubo una alimaña menos.

Ahora paso a señalar los elementos de este episodio con los que estoy indirectamente vinculado; El malherido chofer de la limousina del presidente Betancourt fue trasladado al Hospital Periférico de Coche, donde mi madre fue una de las enfermeras que lo atendieron. En similares circunstancias que el Coronel Armas, por estar dentro del círculo de mayor efecto de la onda explosiva, el otro fallecido era un joven que caminaba cerca de la limousina presidencial, vivía en Arvelo, en una calle paralela a la calle donde yo vivía con mi madre y hermano, en la vecina Artigas, ambas urbanizaciones son contiguas. En Artigas, a menos de cien metros de nuestra casa, vivía una señora que era la madre de tres hijos del Coronel Armas (mucho después se mudaron a El Paraíso). En la única visita que hice -años 60- al edificio de la PTJ que estaba cerca de la Plaza Carabobo y mi recordado Liceo Andrés Bello, descubrí una sala dedicada a mostrar memorabilia de crímenes famosos, y allí vi una maqueta -sobre una mesa- reproduciendo a escala lo esencial del atentado en Los Próceres: La información escrita decía que “la bomba era tan poderosa que tenía un efecto mortal en un radio de 500 metros a la redonda”, lo cual entonces me pareció exagerado, y mantengo ese criterio, a la luz del saldo de apenas dos personas muertas y dos vehículos destrozados, en un día feriado con mucha gente dirigiéndose a ese lugar para presenciar el espectacular desfile militar, ajenos todos –excepto los sicarios confabulados– al peligro potencial del carro-bomba y un magnicidio fallido, para fortuna de Venezuela y Latinoamérica. En junio de 1960 la naciente democracia venezolana apenas tenía dos años y medio de edad, gateaba entre los formidables obstáculos puestos en su camino por los representantes de los totalitarismos que estábamos tratando de superar, dos férreas dictaduras que habíamos dejado atrás, y un proyecto disfrazado de redención proletaria comunal, derrotado en los años 60, pero reapareció disfrazado de ovejita populista, constituyentista y retrechera, puro aaaamor y paaaaz. En este desastre la culpa no es de la vaca, ni de la Constitución. Fumea por el PSUV, el TSJ, el CNE, la corrupción y el castromadurismo.

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Un comentario

  1. yo,mi madre y dos hrmanas entramos a l pais por la Isla de Margarita ;habiamos salido 3 meses ntes Por el CANAL DE LA MONA a PutoRico, de alli el PRD Partido Revolucionario Dominicano de Juan Bosch nos trasladopor TODA las Antilllas Menores:Viaqus,Sant croix, St kith,Monserrat,Dominica,Martinica,Santa lucia ,San vicent Granada e Isla de Margarita.
    Llegamos axactamente a una semaana de la Bomba a RomuloBetancourt. Esta qu aqui describen.

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