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El búnker (o ¡Páguennos! Vol. 2)

Comencemos realizando un ejercicio de  narcoficción, qué digo, de ficción en el narco (cualquier semejanza con la realidad ojalá fuera coincidencia). Arranquemos, pues.

La convocatoria resultó taxativa. La reunión debía efectuarse en el búnker supremo, cuya localización era secreto grado 33. “¿Por qué no utilizar la videoconferencia a través de Skype o Zoom?”, preguntaron algunos, sin disimulo de temor ante la posibilidad de contagio. Pero no, con virus o sin virus, el encuentro debía ser presencial.

A la hora señalada, los jefazos empezaron a llegar a la quinta localizada en cierta lujosa urbanización del sureste de la otrora sucursal del cielo. Dentro de sus Audis, Mercedes y camionetotas blindadas, los jerarcas no temían ser apercibidos por ojos indiscretos. Las residencias aledañas habían sido adquiridas, por las buenas o por las buenas (¡ejem!), para luego ser demolidas y dejar únicamente la mansión que nominalmente pertenecía a un connotado enchufado pero que, en realidad, albergaba de cuando en vez a la pareja del comandante Topochote y la suprema comandanta, obligados por el “bloqueo criminal” a no pernoctar dos noches seguidas en la misma covacha.

Luego de los saludos de rigor entre los selectos concurrentes, se dio comienzo formal al cónclave. Topochote lo presidía, flanqueado por la comandanta y por R. Castro.

“Debo decirles, compatriotos y compatriotas, que el motivo de esta reunión es que debemos cambiar para sobrevivir. Tenemos que aportar para mantenernos porque los imperialistos quieren despescuezarnos y, como decía el inmortal galáctico, pescuezo no retoña.

“El pueblo y la puebla están comiéndose un cable. Y a la gente cuando le da ambrosio se le vuelan los tapones, como decían en mi nativo Norte de Santander. Se ponen violentos. Antes de que vengan y nos tumben, hay que engrasarles la mano para que tengan cómo comprar la papa.

“Así las cosas, promulgo este edicto con rango, vigor y potencia de ley para recolectar la contribución especial que paso de seguidas a enumerar”.

El comandante Topochote carraspeó. Sabía que lo que venía era la parte más difícil del rollo.

“Tú, comandante El Alzheimer”, espetó y el aludido se despercudió detrás de su mascarilla de seda de Damasco. “Según nuestros cálculos, tú te has soplado 300 millones de verdes. Tu contribución será de 30 milloncetes, es decir, el diez por ciento.

“Comandante Cachete Liso Zeta de Zorro. Lo tuyo son doscientos cincuenta millones. Te tocan veinticinco palos con la cara de Benjamín Franklin. Ah eso sí, y esto va con todos, el ñereñere hay que aflojarlo cash.

“General de diez soles Corleone López, te calculamos doscientos millones. Brinca con veinte. ¡Caifás, Barrabás!

“Comandante Seniato de Troya, ídem doscientos melones. Echa p’acá veinte millones”.

Así fue con todos, uno a uno, hasta que le tocó el turno a la hijísima del finado supremo sideral. Antes de que la susodicha pudiera chillarla, Topochote le largó:

“Mijita, para preservar la herencia del galáctico todos tenemos que sacrificarnos. El difunto espalilló trescientos millardos de lechugas, o sea que te tocan treinta millarditos. ¡Brinca la tablita!”

De improviso un murmullo invadió el búnker. El comandante Topochote, la suprema comandanta y el cubiche Castro se miraron turbados hasta que un grito desgarrador les congeló el sistema linfático.

“¡Con mis reales no te metas!”

Y en menos de lo que espabila un malandro en su colectivo, el famoso súper jerarca Jehová Entregado extrajo una pequeña honda de su faltriquera, la cargó con una semilla de mamón y le asestó un pepazo a Topochote entre ceja y ceja. En seguida, con agilidad de pran en los penales, les aplicó sendos chinazos a la comandanta y al habanero.

“No hay nada más delicado para un choro que le jurunguen la chácara”, exclamó Jehová Entregado. Lo cual, traducido al buen castizo, significa: no te metas con la plata de un bandolero.

Listo. Hasta aquí la ficción.

Pero queda la moción en el aire para que procedamos a interrogarnos: ¿es o no de justicia reclamarle a los jerarcas y enchufados que nos devuelvan a todos y cada uno de nosotros lo que nos han birlado en sus negociados? ¿No debería ser esto una bandera de lucha a la hora de convocarnos a la obligada resistencia?

Sí Perú pudo hacerlo con plata robada por Fujimori y por Montesinos, si Filipinas pudo lograrlo con caudales sustraídos por Ferdinand Marcos y su inefable Imelda, ¿por qué no podremos hacerlo los venezolanos?

Pero, como de costumbre, ya estamos escuchando voces provenientes del colaboracionismo y de ciertos lideretes de la oposición dialogante y electoralista que nos dicen: hay que perdonar, hay que cohabitar, la praxis nos indica que eso que propones es irrealista, esos reales son irrecuperables, nuestro sistema judicial no podrá probar nada de eso. ¡Ay, canastos!

A nosotros eso nos suena a ingenuidad pura. ¿O tal vez a cuánto-hay-pa-eso?

Así como proponemos que la dictadura china nos compense a todos los habitantes del planeta por su negligencia a la hora de combatir los primeros estragos de la pandemia, así también declaramos que los venezolanos no debemos dar nuestro brazo a torcer en cuanto a la indemnización pecuniaria y judicial que nos merecemos por los latrocinios de esta “dirigencia”.

¿Cuánto nos tocaría a cada venezolano por cabeza de lo robado por estos gandules? Ojo, no estamos proponiendo que el gobierno futuro recupere este dinero y lo administre a nombre nuestro, como se ha hecho históricamente con la renta petrolera.

No, señor, lo que demandamos es que se le incaute esta plata a esos truhanes y se la distribuya directamente a todos y cada uno de los venezolanos.

Tan simple como eso.

¿Cuántos dólares te tocarían directamente, querida persona que me lees? ¿Cuántas necesidades solucionarías con ese dinero recuperado para ti y que bien te lo mereces?

¿Qué hace falta en cuanto a voluntad política y fuerza real para lograr esto?

Mientras los venezolanos fallecemos de mengua, los enchufados, bolichicos y jerarcas del rrrégimen, los chinos del chavismo, los rusos de Putin, los cubanos castristas, los elenos, farrucos y paracos, los colaboracionistas y ciertos lideretes de la oposición dialogante y electoralista están gordos y cachetones como cochinos rumbo al matadero.

[email protected]

@QAlbuerne

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