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El campesino y el nuevo rico

En la finca, el campesino se preguntaba por qué al cabo de tantos años trabajando para la familia que lo contrató en su juventud, cuando era un brioso caporal, no gozaba de ciertas condiciones como un buen vehículo, una casa más grande y dinero en el bolsillo para costear sin sobresalto las demandas elementales del hogar. Estas reflexiones se paseaban con puntualidad al final del día, cuando sacaba las cuentas pendientes y repasaba deudas que le estaban costando mucho tiempo, y mucho sudor, cancelar adecuadamente.

En un hato vecino, un amigo cuidador de ganado había levantado en poco tiempo algunos recursos que, comparados con la estrechez del campesino, parecían la realización material, el “nuevorriquismo”. Este amigo era oficialista. Se había procurado su prosperidad tras pasar por el Consejo Comunal del pueblo, hace unos siete años, cuando el dinero para acometer las obras bajaba a las arcas de la organización sin que nadie lo detuviese, y también, sin que nadie lo controlase. Por todo aquello de los “Cinco Motores”, el “Poder Comunal” y la “democracia protagónica”, el amigo se sentía muy inflado. Convirtió el Consejo Comunal en una suerte de empresa particular, en la que solo se escuchaba la voz de sus familiares y allegados. La pegó del techo un día que el Presidente mencionó al pueblito, incrustado en el corazón de una región llanera, y con eso le echó la bendición para que los recursos siguieran llegando en estampida… hasta que vinieron los cortes programados y no programados del nuevo Presidente.

El campesino le dijo a su amigo:

–Compita, y ¿cómo le parece que ya no hay comida?

–¿Cómo me va a parecer manito? Eso es la oposición apátrida –respondió.

–Compita pero si no hay arroz, no hay caraota, no hay harina.

–Mire manito, la oposición quiere que nos quedemos friendo piedras pero aquí estamos rodilla en tierra.

–Está bien compita, pero es que los centavos no rinden, la muchachita se me enfermó y no hay ni pa’ la fiebre en la medicatura.

–Manito, la oposición ha hecho todo pa’ que no haya remedio por ningún lado.

–Ajá compita, pero ¿y la inseguridad? Usted estaba conmigo el día que los motorizados le cayeron a plomo a titirimundi en el pueblito robando la bodega y también violaron a una jovencita del liceo.

–Manito, las bandas armadas son culpa de la oposición.

–Bueno compita, será. Y ¿qué le parece la inauguración del nuevo estadio de béisbol?

–Ahí está manito, eso es orgullo revolucionario. Nosotros sí tenemos moral. Aquí este gobierno ha hecho todo lo bueno, antes no existía nada, sólo el esterero. Quedó bonito y lo hicieron rápido. Eso se llama “ética patriotista”.

–Ah caramba, eso de “ética patriotista” sí que no lo había escuchado. Bueno, y ¿vio que se vino abajo una pared del estadio y le cayó encima a unos niños que iban a inaugurar la Copa? Se supo que la pared casi no tenía cabilla porque como no hay, los albañiles se la llevaron por la pica del bachaque’o, y el maestro de obra, que es rojo rojito, estaba en la cantina con una fría en la mano, tenía una semana sin ir a la construcción. Llevaron a los niños al hospital pero estaba cerrado porque los malandros lo saquearon y no había ambulancia. Un muchachito se murió, que Dios lo tenga en gloria. ¿Eso también fue culpa de la oposición compita?

–Bueno manito, los caminos de Dios son inciertos.

–Ah sí, cómo no. Usted es bien bravo. Yo no voto por su gente ni que me paguen, y váyase de aquí con su camioneta, con sus reales y con su “ética patriotista”. Yo creo que hasta eso está mal dicho. Aquí la gente se muere de hambre y usted anda es jugando gallos, pega’o en el whisky y echando pinta. Mientras nosotros andamos prendiendo una vela a la Virgen para rendir los cobrecitos y que no nos mate el hampa.

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