El canciller en la ONU
Sobre el discurso del Canciller en las Naciones Unidas, comenzaré por decir que no hay mucha tela que cortar, no hay nada sorpresivo, es otro del montón y ha podido ser mucho peor.
La mayoría de sus palabras estaban dirigidas contra el Imperio (que mucho las ha facilitado), pues el atacarlo y asumir su papel de víctima, le ha permitido además evadir explicaciones sobre acciones indefendibles del régimen, que lo mantiene en la picota internacional.
Asomó su condición de Presidente del Movimiento No Alineado y aludió tímidamente al documento con los clichés acostumbrados, que habían aprobado un par de días antes. Frente a las parrafadas del discurso guyanés, estuvo acertado al no responder, pero exageró al dedicarle unas líneas demasiado almibaradas y quizás lo mejor de la intervención, sin pecar de originalidad, fueron las referencias al cambio climático. De resto cumplió con el acostumbrado ritual de falacias chavistoides, alabó su propio queso, ensalzó al difunto y aduló al viviente, pero se le ocurrió rematar con una fraseología que lo deja a uno perplejo al no poder determinar, con exactitud, si son más cursis que ridículas o viceversa. Por supuesto, que ya comenzó el torneo de alabanzas que suelen dedicarse recíprocamente entre ellos, pues de otra manera escasearían en demasía.
En cuanto a las cuestiones de forma, debo confesar que ha sido agradable notar de inmediato el cambio de acento al hablar, pues no utiliza el sonsonete cubano de sus antecesores, aunque de todas maneras se evidencia la influencia antillana en sus palabras.
Es extraño que nadie le haya indicado al Ministro ciertos detalles prácticos, que es bueno tener presente al hablar en la Asamblea General. Así se hubiera evitado que comenzara su presentación con una descarga decibélica, al manipular sin cuidado los sensibles micrófonos del Podio, particularmente irritante para intérpretes y delegados que estén utilizando sus audífonos. Tampoco al parecer se le dijo que debía leer pausadamente y como la duración de sus palabras casi duplicaba el tiempo límite sugerido hasta para los Jefes de Estado y de Gobierno, pronunció el discurso a una velocidad tal, que resultó en una atropellada traducción simultánea.
El joven Canciller no lo hizo tan mal, tiene a favor una traza juvenil que, a diferencia de sus compinches, inspira simpatías y hace casi olvidar que es chavistoide; se maneja bien en inglés, lo que le permite cierta soltura en los ambientes de la ONU. Seguramente la próxima vez lo hará mejor, pero no se sabe si tendrá tal oportunidad, pues su predecesor duró tan solo cuarenta días y treinta y nueve noches en el cargo, aparte de que, por supuesto, es difícil que un naufragio dure tanto tiempo.