OpiniónOpinión Nacional

El derecho a la nostalgia

“Niñito llanero, Indio soberano
Dámele cariño, dámele ternura al venezolano…”
Simón Díaz

No sé si la afanosa inminencia de la Navidad y la convicción de que el país no está ahora para irresponsables jaranas, es lo que a menudo se mal junta para otorgarnos esta íntima sensación de naufragio con la que trajinamos los venezolanos por estos días. “La navidad ni se siente”, anuncia más de uno, arrastrando la nostalgia. Demasiada despedida, demasiado desmedro, demasiado alfilerazo de realidad nos descoloca ante lo que solía significar el fin de un año en Venezuela: diciembre y su sabor a encuentro, a vapores de hallaca y largo abrazo, al aguinaldo que se nos antojaba alivio dulce e infantil; a arbolito y pesebre, a bienvenida, respiro hondo y recomienzo, memoria buena y verde promesa. La crisis parece haber mermado ese paisaje amable de nuestra identidad que por momentos luce hoy como una postal desdibujada.

Venezuela cambió, sin duda. La cultura nacional también terminó siendo carne para depredadores. Y aunque algunos expertos insisten en que “siempre se puede estar peor”, de momento es duro imaginarse un sótano con mayores honduras.

“Trompo serenito, que baila en la mano
bríndale la calma, que tanto le falta al venezolano…”

Buena parte de esa cándida noción de Patria, ese “fondo de memoria” que resumía nuestro gentilicio, encontraba poderoso espejo en los medios de comunicación, especialmente en la TV local (no en balde la televisión, innegable ámbito de cultura, amén de proporcionar un “instrumento precioso de interpelación de las mayorías” contribuye con la construcción del consenso y la identidad nacional, tal como anuncia Jesús Martín Barbero.) La TV pública de los 70-80, con todo y sus importantes omisiones y restrictivos alcances en cuanto a participación e inclusión amplia de minorías, ofrecía lugar de encuentro para esa parte no menos aglutinante de la cultura popular que nos arrimaba al ineludible y multicolor talento de artistas como Simón Díaz, “Serenata Guayanesa”, “Un solo Pueblo”, “Los Tucusitos”, Cecilia Todd, María Teresa Chacín, Gualberto Ibarreto, entre muchos otros. En país que sabíamos imperfecto -estaba también menos lastimado – fuimos niños habituados a esas expresiones de la tradición venezolana: y en diciembre nos conmovía el dulce acento del “Niño Jesús Llanero” de Tío Simón, o nuestro espíritu galopaba al ritmo de “Mi burrito sabanero”. Previo a una era de intensa ideologización en la que la identificación política de un artista ya junta razones para promoverlo o descalificarlo (es el caso reciente de Chino y Nacho en el Festival “Suena Caracas”) Diciembre era una inflexión definitiva en el gesto múltiple de ese imaginario que permitía reconocernos en misma gavilla de coincidencias. Eso, insisto, antes de que la Revolución Bolivariana comenzara a dividirnos en bandos, y la “nueva inclusión” que sataniza la expresión de toda producción cultural anterior, terminara mutando en otra forma de exclusión.

El Gobierno ha hablado de impulsar “una revolución cultural y comunicacional, una revolución de los valores», para construir una sociedad de paz. Pero intuimos que el proceso ha producido más quebrantos que contribuciones. Aun cuando toda revolución supone el cuestionamiento del status quo, de los valores heredados y el orden preexistente en atención a una visión ajustada al “espíritu de la época”, un cuestionamiento que atiende a prácticas democráticas no debería implicar barrer con todo lo anterior, sin filtros ni evaluaciones que permitan conservar y defender aportes legítimos a la identidad; ni mucho menos utilizarse para “justificar un desplazamiento en las relaciones de poder de los decididores y legitimadores que definen los nuevos lineamientos de la cultura” como sugiere Vicente Ulive-Schnell.

En ese caótico barrido, la identidad cultural ha resultado penosamente fraccionada. Lejos de vigorizar un sentimiento que por encima de la distancia ideológica nos vincule como nación, la narrativa comunicacional del Estado sólo ha hecho visible el imaginario ideológico de sectores afines, sin que ello entrañe, por cierto, transformaciones profundas en formas o contenidos criticados previamente. Parece que la “nueva cultura” sólo implica abrir el espectro popular de acceso a una “cultura de siempre”, y no la incorporación activa de minorías o de reales expresiones de lo “multiétnico y pluricultural”.

Y si el cambio no es para mejorar, ¿sirve de algo?

“Alpargatas de oro, cogollito blanco,
no lo desampares, vuelve tu mirada al venezolano”

Hablo desde mi legítimo derecho a la nostalgia: hace falta reencontrarnos en la urgencia de que, más allá del área de paso que implica el espacio político, pertenecemos a un país que de tan borroso, ya no enamorará a nuestros hijos. Ojalá los últimos días de un año particularmente espinoso nos alerten contra esa impensable pérdida: y que ese niñito Jesús al que cantó Tío Simón aliente cada esfuerzo por sanar cada herida, por rearmar lo que a todos nos pertenece.

@mibelis

Los comentarios, textos, investigaciones, reportajes, escritos y demás productos de los columnistas y colaboradores de analitica.com, no comprometen ni vinculan bajo ninguna responsabilidad a la sociedad comercial controlante del medio de comunicación, ni a su editor, toda vez que en el libre desarrollo de su profesión, pueden tener opiniones que no necesariamente están acorde a la política y posición del portal
Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba