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El dilema de seguridad Israel-Palestina

El dilema de seguridad se define como la situación enmarcada por un espiral de violencia constante, en la que un Estado emprende todas aquellas medidas que considera pertinente para garantizar su seguridad y que ocurre en detrimento de la seguridad de otro Estado, lo que ocasiona que ese Estado busque defenderse por sentirse amenazado, comenzando el ciclo una vez más.

En el caso Israel- Palestina existe un dilema de seguridad agudo, al ser un interés vital para Israel su seguridad nacional y para las autoridades de Palestina conformar su Estado, representando la violencia una forma de comunicación. Para el primero su seguridad se establece por mantenerse ante todo como un Estado judío, sin consideración al retorno de los palestinos exiliados, exigiendo para la formación de un Estado Palestino ninguna fuerza militarizada y haciendo caso omiso a las fronteras de 1967, componentes que indefectiblemente no consideran ni en su mínima expresión los intereses de las autoridades en Palestina para conformar su Estado, obteniendo así ambas partes regiones inseguras e indefendibles.

Con el partido Likud y especialmente con Netanyahu en gobierno, quedaron atrás los días del reconocimiento mutuo y concesiones de paz sembrados por Yitzhak Rabin en los acuerdos de Oslo I, intensificándose la intransigencia en la administración actual, desencadenándose batallas para demostrar su fuerza y que solo servirían para mantener el conflicto vivo, pues entre mayor sea su ofensiva, mayor será la defensa de los grupos armados en los territorios palestinos, convirtiendo la situación actual, de acuerdo a expertos en la materia en “un estancamiento mutuo y doloroso”, sin expectativas de una victoria militar para ninguna de las partes.

Gracias a ello, tanto Israel como Palestina deben replantear su estrategia de seguridad, donde no solo se pueda buscar ésta en términos militares; debiendo incluir el aprender a tratar con su entorno, controlando los extremismos domésticos y dejar de representarse uno al otro como una víctima de su posición geográfica sitiada por terribles vecinos hostiles.

Es necesario para tal cometido, que en Israel se puedan respetar los procesos de unificación política en Palestina, ya que pudieran dar espacio a un posible escenario de un Hamás mayormente desarmado y sometido a la vida política sin el ejercicio de la violencia (que es el objetivo que debería perseguir la Autoridad Nacional de Palestina).

Adicionalmente, ya con todas las partes involucradas con reconocimiento en el proceso de diálogo, es necesario examinar opciones para la paz, como el obtener un compromiso mutuo para dar cabida a una fuerza internacional (con credibilidad para ambas partes) para el mantenimiento de la paz en los territorios y capital en disputa, además de contemplar la indemnización y reparación de las víctimas del exilio forzoso después de la toma de las fronteras de 1967 por parte de Israel, como también  políticas de asimilación y tolerancia entre palestinos y judíos.

 

Finalmente, las autoridades de Israel y Palestina deben comprender que mantener sus conceptos de seguridad total implica un precio costoso de pagar, donde solo fluye la sangre, debiendo ambos recordar las palabras del académico Barry Posen “lo que uno hace por beneficiar su propia seguridad causa reacciones que al final lo pueden convertir a uno en menos seguro”.

La rivalidad religiosa y sus áreas de influencia:

En Medio Oriente la religión mayoritaria es el islam, sin embargo dentro de ella existen dos tendencias contrapuestas (debido a las disputas secesionistas por el heredero de Mahoma y la distinción entre el rol de la religión y la política), representados por los chiítas y sunitas, teniendo cada tendencia países que las representan y que buscan un poderío mayor dentro de la región, buscando socavar al contrario cuando la oportunidad se presenta.

Los países con gobierno chiitas son Siria, Irán, Irak y con gobiernos o reinos sunitas países como Jordania y los del Golfo pérsico, compuestos por: Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, y Kuwait (el reino de Omán es del movimiento Ibadí dentro del islam).

No obstante, la población en algunos casos no coincide con la religión de sus gobiernos o reinos, trayendo consigo protestas susceptibles a ser reprimidas, como es el caso de Siria donde una élite Alawita gobierna a un 70% de la población sunita, o Bahrein, donde su población mayoritaria es chiita y experimentó fuertes reprimendas en el albor de la primavera árabe en 2011. En los demás países del Golfo, la población minoritaria es chiita.

Sus rivalidades se observan en temas como el apoyo de Irán a las revueltas de la  primavera árabe, el apoyo de los países del Golfo a la insurgencia sunita en Siria e Irak, sin embargo, sin ofrecer éstos un apoyo total en la conformación de califatos extremistas; la alineación de los países del Golfo con las posturas de Estados Unidos en aspectos comerciales, de seguridad, y en contra del programa nuclear Iraní (Omán, Emiratos Árabes y Qatar de manera más tibia); y en la firma de tratados de paz con Israel como es el caso del reino de Jordania.

La cultura y la democracia:

La región ha sido estigmatizada como un espacio ajeno a la democracia y a las ideas liberales, que se diferencia de la cultura occidental en temas como el rol de la mujer, la secularización, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el cómo llevar la ola de globalización y los aspectos materiales que rodean la vida del hombre, por dar algunos ejemplos.

Sin embargo, no por ello se puede pensar que los ciudadanos que enarbolan el islam, tienen un espíritu incapaz de adoptar ciertos sistemas de gobierno o instituciones de carácter más democrático que el que ya poseen, (recordemos las protestas electorales de mayoría jóvenes en Irán en 2009 y la primavera árabe en 2011), pero si debe reconocerse que sus gobernantes están operando en un contexto de cómo llevar la modernidad que rige hoy y las prácticas del islam, lo que ocasiona conflictos internos constantes entre los conservadores y quienes buscan reivindicación, respeto a la minoría y sus derechos humanos, mejoras en su calidad de vida y una nueva conducción de la nación.

Lo que debe entenderse desde Occidente es que, tal como dijo el analista George Friedman al expresar su opinión sobre la primavera árabe, “no serán estas nuevas realidades claramente democráticas y por consiguiente claramente liberales”, pero si será un paso (de prosperar las reclamaciones) hacia el desarrollo de un gobierno propio y que sea capaz de expresar el sentir de sus ciudadanos y no el de un sistema impuesto de manera arbitraria por sus élites ni Occidente.

El denominador común de estos tres escenarios que ayudan a comprender el Medio oriente de hoy, es que hasta tanto no exista el reconocimiento, la reconciliación y la aceptación como una práctica natural de sus ciudadanos en materia religiosa y política, se alejará el sueño de la paz para esta región, ya que ni el país más poderoso del mundo, como ya la historia enseña, podrá impartir  dichos valores.

@morrisjamie

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