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El Enigma de Barbados y el Hambre en Venezuela

Egildo Luján Nava

La incertidumbre y la confusión sobre lo que hoy se desarrolla en Venezuela, bajo ningún parámetro, es medible. No hay bola de cristal, tabaco o borra de café que se pueda utilizar para dar un pronóstico o vaticinio sobre el futuro de dicha situación.

Escuchando las declaraciones negativas de los radicales, tanto de la oposición como del Gobierno, en función de un posible acuerdo, sólo se puede concluir en que ambos bandos, en atención a la presión internacional, convinieron en trabajar en una  posible negociación. Pero esa luz, que se creía ver al final del túnel, no era tal luz, sino la incandescencia de un imprudente cocuyo titilando.

La Comunidad Europea amenaza con imponer más sanciones, de no llegarse a un acuerdo en Barbados. La Organización de Estados Americanos, por su parte, y especialmente los países del Grupo de Lima, igualmente, condenan al régimen. Pero ahora lo hacen con más contundencia, luego de haber sido presentado el Informe sobre la permanente violación de derechos humanos en Venezuela, de parte de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (DDHH), Michelle Bachelet. Y lo hacen presionando para que se impongan sanciones a funcionarios del régimen, como a sus familiares, a la vez  de amenazar, sancionar y hacer críticas verbales cada vez más severas sobre el Gobierno venezolano.

Los ciudadanos venezolanos, mientras tanto, a diario y por miles, siguen emigrando hacia al mundo entero, especialmente a los países vecinos, donde ya hay centenares de miles de connacionales.  Pero lo están en condiciones convertidas ahora en grandes problemas sociales, toda vez que son países que no están en posibilidades de recibir esa avalancha de refugiados en forma abrupta.  Desafortunadamente, dicha permanencia se ha convertido en motivo serio para que se presenten casos de xenofobia en contra de los venezolanos, o en motivo de exclusión laboral, al ser señalados de estar desplazando a los trabajadores locales.

Lamentablemente, los radicales de ambos bandos, ciegos ante los graves peligros de esta situación de intransigencia, se niegan a aceptar que la gran mayoría de los venezolanos quiere vivir en un ambiente de paz en su propio país. Inclusive, se inclinan a favor de una salida negociada y rechazan desenlaces  violentos. Sin embargo, esa mayoría reclama una sustitución de Gobierno, como punto de partida para ir a un verdadero cambio. Ella está convencida de que la actual política socioeconómica ha sido un fracaso, a la vez que lo asocia como prueba de su afirmación, al hecho de que está sufriendo y padeciendo de hambre, miseria, pobreza, mientras que manifiesta su convencimiento acerca de que tampoco  hay  posibilidades de mejorar su sistema de vida, si el país continúa  por la senda del Socialismo del Siglo XXI.

El intento de diálogo o negociación que se inició y efectuó en República Dominicana, y  que culminó en un gran fracaso, se reinició hace pocas semanas en Oslo-Noruega. No hubo   ninguna conclusión, pero la reunión se trasladó a Barbados. Los asistentes han dicho que ha sido para continuar la negociación, quizás por su cercanía con Venezuela. Sin embargo, después de dos semanas de reuniones bajo un gran hermetismo, no hay humo blanco. Y todo apunta a que pudiera convertirse en un nuevo gran fracaso, de no corregirse las intenciones y descartar las ambiciones particulares e intereses mezquinos de ciertas individualidades en contra de la nación y de sus ciudadanos, Pero, como si fuera poco, de no sopesarse  la gravedad de las posibles terribles consecuencias que pudieran emerger del problema, de no llegarse a acuerdo alguno.

La oposición venezolana, la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos  y más de 50 países, entre los que sobresalen algunos de los más desarrollados del globo, exigen un cambio de Gobierno. Pero no como expresión de una situación espontánea, sino como el producto de unas elecciones generales coordinadas por un ente electoral confiable. Sin embargo, anticipadamente, varios voceros del régimen han declarado no estar dispuestos a aceptar elecciones anticipadas, salvo si tienen que ver con la culminación del actual período constitucional que mantiene a Nicolás Maduro Moros en Miraflores. Y eso, desde luego, lo que plantea es que, anticipadamente,  a partir de las razones por las que hoy Juan Guaidó se desempeña como Presidente Interino de la República, en razón de su elección a comienzos del año en curso como Presidente de la legítima Asamblea Nacional,  cierra toda posibilidad de entendimiento.

Bajo esa gran incertidumbre, en cuanto a un imposible entendimiento y sufriendo el país de un continuo deterioro en todos los aspectos, sin duda alguna, se está propiciando una explosión social de posibles graves consecuencias. Pero, además, un desconocido final que, en el mejor de los casos, podría justificar razones y condiciones para que, muy a pesar de aquello en lo que pudiera traducirse,  concluya en una intervención bélica internacional.

Actualmente, Venezuela  no tiene forma de detener el galopante deterioro de que es víctima, bajo el vigente régimen. Vetada como está por gran parte de la comunidad internacional, sin acceso al crédito y sin recursos económicos propios, el aparato productivo paralizado, la inflación más alta del mundo y una población sufriendo de un permanente empobrecimiento, no puede concluir en un final feliz. No obstante, el actual Gobierno se aferra tercamente al poder. Poco le importa, inclusive, que  los principales funcionarios del Gobierno, civiles y militares, estén sometidos a nivel internacional a señalamientos, acusaciones y hasta  indicios de corrupción, como de tráfico de drogas y blanqueos de capitales mal habidos, amén de acusaciones por violación de derechos humanos. Cree, seguramente, que el ejercicio del poder es suficiente para eso y mucho más, y que  si bien, en ciertos casos, existen algunos delitos que no prescriben, la comprobación de los hechos, sencillamente, hace posible la disponibilidad y uso  de tiempo suficiente, para que los juicios se oxiden  y las culpas prescriban. ¿0 es que, acaso, no es a eso a lo que siempre ha jugado Cuba?.

Venezuela no quiere una guerra interna y mucho menos con intervención internacional.  No obstante, eso puede suceder si no se acuerda una solución pacífica o civilizada.  Si se produjera el hecho bélico, el costo-insistimos- sería de proporciones ilimitadas.

Para negociar, las partes tienen que estar conscientes de que hay que hacer concesiones. La única salida es ir a elecciones sin ventajas y con un árbitro electoral confiable, con observación estricta internacional. Debe ser un conjunto de instituciones decididas  a permitirle al soberano -el único dueño del circo- a que decida y escoja su destino y su gobierno. Pero, además, que lo haga  con participación en la contienda de todos los partidos, sin excepciones y sin presos políticos. La pretensión de permanecer en el poder por la fuerza, no es posible. Hay que buscar la forma de propiciar el cambio y la salida menos traumática de los que tengan que salir. Y aquellos que tengan asuntos pendientes con la justicia, que los enfrenten.

La prolongación en el tiempo de esta lamentable situación es inútil y sólo incrementa el sufrimiento, el odio y el ya creciente deterioro. Barbados es una tribuna que podría echar las bases de un Acuerdo. Y si bien la comunidad internacional tendría que tener una participación importante en estas reuniones, la responsabilidad no es únicamente de Noruega.

En esta confrontación, hay muchos intereses en juego. Abundan los países que están sufriendo consecuencias. Pero también hay otros que pretenden obtener dividendos o continuar obteniéndolos.  Y servirle  al juego a su favor desde las sombras, definitivamente, se puede convertir en una justificación para que la negociación pase a ser una nueva frustración.

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