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El G 20: Beijing, Washington y la avenida del medio

 Jorge Raventos

La reunión del G20  en Buenos Aires se concretó en paz, incluyó una impactante gala en el Teatro Colón que hizo llorar a Mauricio Macri, concluyó  con un plausible comunicado final que incluye algunos consensos (y, como era de esperar, posterga otros), dejó un balance más que positivo para el país y también para el gobierno de Macri. Y mostró una actitud comprensiva de toda la oposición.

Del fútbol al G20
Quien puede lo más, no siempre puede lo menos. Argentina organizó exitosamente  una  cumbre mundial, con la presencia de los máximos jefes políticos del planeta aunque una semana antes no había podido garantizar que Boca y River disputaran en Buenos Aires el último capítulo de un torneo regional de fútbol. La final de la Copa Libertadores de América se disputará ahora, irónicamente, en Europa, en la capital de la madre patria.

Sin duda la frustración de aquel  encuentro deportivo había rodeado de expectativas ominosas la realización del gran encuentro del G20. Custodias deficientes, complicada coordinación entre las fuerzas federales y porteñas aplicadas al operativo, mal diseño del recorrido de los vehículos que debían  ser mejor cuidados, agresión al equipo boquense, jugadores lesionados, destrucción en las calles de Núñez, partido suspendido.

El gobernador porteño, Horacio Rodríguez Larreta -siempre sospechado de ser blando en materia de control del espacio público- tuvo que asumir responsabilidades por aquellos hechos y aliviar  así las del gobierno nacional (gratuitamente autoinvolucrado  en un tema que en principio no lo interpelaba). El fusible fue el ministro local de Seguridad y Justicia, Martín Ocampo, un protegido de  Daniel Angelici, sucesor de Mauricio Macri en Boca y, según Elisa Carrió, operador de la Casa Rosada en la Justicia.

Después del Waterloo futbolístico era menester divorciar ese capítulo de los preparativos del G20. Y eso se consiguió: el encuentro mundial fue un éxito, tanto en materia de seguridad como en materia política.

La reunión del G20 merecía  (y consiguió)  tranquilidad interior. Y la obtuvo.

Se sabe que hay sectores que consideran que las presencias de los líderes del planeta es la mejor oportunidad para protestar (y también para alborotar).  No se trata de una manía local: las mariposas son atraídas por la luz en todas las latitudes. Y, dado que una reunión de estas características convoca a los medios de todo el mundo y concentra  iluminación y  flashes,

los cuestionadores acuden en enjambre para compartir algunas partículas de ese efímero resplandor y, eventualmente, producir sus propias chispas.

Orden y consenso
Pero, por comparación con lo ocurrido en cumbres anteriores, la reunión del G20 en Buenos Aires fue un dechado de tranquilidad. El dispositivo encargado de garantizarla tuvo – a diferencia del que fracasó en el episodio futbolístico de una semana antes- un despliegue eficiente y convincente. Hubo protestas, hubo “contracumbre” pero no hubo violencia.

La oposición política acompañó con comprensión este momento. El propio kirchnerismo (al menos sus principales jerarquías) pareció asociado a este instante de tranquilidad: la señora de Kirchner, que asistió a eventos análogos durante su gestión, no podía coherentemente sumarse  ahora a los sectores que impugnan al  G20. Además, algunos de sus aliados más recientes (y hasta algunos de sus asesores más próximos) se lo reprocharían. Así, en este aspecto  la señora exhibió una consistencia que muchos de sus críticos más rústicos suelen negarle.

Aliadófilos y avenida del medio
Era de interés nacional que la reunión tuviera el mayor éxito posible. Los visitantes representan las dos terceras partes de la población del planeta, el  85 por ciento de su producción y las tres cuartas partes  del comercio internacional. Como emisores de inversión externa directa, en conjunto fueron en 2017 responsables por más de 1,2 billones de dólares de colocaciones.Para la Argentina la mayoría de los visitantes representan socios actuales o potenciales de enorme interés, sea en materia de inversión o de comercio.

En 2017 el país exportó más de 35.000 millones de dólares (60 por ciento de sus ventas externas) a países del G20 y casi el 80 por ciento de la IED recibida por Argentina está originada en esos países.

En vísperas de la cumbre, algunos analistas exhortaron al Presidente a “tomar partido” en la competencia que se libra entre las dos primeras potencias, Estados Unidos y China. No parece que ninguna de ellas necesite de Argentina en esa pulseada, ni el país tiene fuerza o relevancia suficiente para dirimirla. Más bien su mejor aporte es la asociatividad con ambas y la apuesta a encontrar con una y con otra puntos de conveniencia mutua, que contribuyan a mejorar la situación del país y la cooperación colectiva.

Los Estados Unidos que preside Donald Trump están creciendo vigorosamente, mantienen su hegemonía estratégica y su ventaja en la decisiva carrera tecnológica. La China que preside el secretario general del Partido Comunista, Xi Jinping, ha realizado en las últimas cuatro décadas el mayor milagro económico,se ha convertido en segunda potencia mundial, aporta la tercera parte del producto mundial, desafía a Estados Unidos en el terreno de la alta tecnología, ha crecido durante cuarenta años a ritmo vertiginoso (y sigue haciéndolo, ahora “modestamente”, al 6 por ciento anual), se apresta a erradicar por completo la pobreza.

El respaldo de los Estados Unidos de Donald Trump fue decisivo para que Argentina consiguiera los dos sucesivos aportes del Fondo Monetario Internacional, sin los cuales la economía del país habría recaído en el quebranto. Washington ha decidido cooperar con el país dando alicientes a empresas estadounidenses que inviertan en Argentina y exceptuando al país de barreras proteccionistas que ha decidido imponer a otras economías.

En cuanto a China, el propio Xi Jinping ha hecho un recordatorio de su importancia para Argentina: “Hoy por hoy, China es el segundo socio comercial y primer destino de la exportación agroalimentaria argentina. El comercio bilateral alcanzó los 13.800 millones de dólares  en 2017, multiplicándose por casi 2300 veces respecto a la cifra cuando se iniciaban las relaciones diplomáticas. A los consumidores chinos les encantan las frutas, la carne vacuna, el vino y los mariscos, entre otros productos argentinos. Superan los 10.000 millones de dólares las inversiones chinas en Argentina, que abarcan infraestructuras, energía, comunicaciones y agricultura, y crean decenas de miles de empleos locales. La cooperación financiera, que incluye el intercambio de monedas (swap) ampliado y la apertura de filiales de instituciones financieras chinas en Argentina, están al servicio del desarrollo socio-económico del país”.

Las dos grandes potencias, que compiten por prevalecer en el terreno estratégico de las tecnologías más avanzadas, libran también una competencia de prestigio mundial. Beijing, convertida en paladín del comercio libre y sin restricciones, describe implícitamente a los Estados Unidos de Trump como responsable de obstrucciones a la cooperación mundial tanto en materia de intercambio como en relación con aspectos ambientales. Washington, por su parte, explota en su beneficio desde las clásicas aprensiones sobre el comunismo hasta la inquietud que puede despertar una potencia del tamaño y el formidable crecimiento y poder de China.

En el inicio de la reunión del G20, después del primer encuentro entre Trump y Macri, la la vocera del presidente de Estados Unidos  pretendió afiliar compulsivamente a los conceptos de Washington y afirmó que “ambos presidentes” habían coincidido, entre otros puntos, en considerar la conducta económica china como “predadora”. Fue un mal paso de la diplomacia de Washington, que obligó a una desmentida. Primero tomaron distancia el canciller argentino, Jorge Faurie y el embajador en Beijing, Diego Guelar. Al cierre del encuentro, lo hizo el propio Macri:  «Argentina – dijo-  no ve la presencia de inversiones China como una amenaza, sino como una oportunidad de trabajo y desarrollo para todos los argentinos». De paso, el Presidente tomó distancia de quienes lo presionen para que opte por una u otra potencia (preferentemente por una): “He escuchado estos días – comentó-  que uno iba a tener que elegir (Estados Unidos o China). Argentina ha demostrado especialmente que somos capaces de tener muy buenas relaciones con todos los países. Hoy podemos decir que tenemos una excelente relación con Estados Unidos, y también con China, que vamos a tener una bilateral mañana y vamos a pasar varias horas con Xi Jinping, que cada vez se hace más fanático de la Argentina”. A su manera, Macri se pronunció en este tema de tan grande importancia, por la avenida del medio.

Hacia el fin del aislamiento
El  gobierno de Macri inició un proceso de revinculación con el mundo sobre el que, si bien se mira,  existía un consenso básico ya en la campaña electoral en la que él resultó triunfante (consenso que se ha ido expresando durante su presidencia en leyes fundamentales que no hubieran prosperado sin el apoyo de fuerzas opositoras).

Hoy, así sea con matices (incluso matices importantes)  ese consenso parece haberse ampliado. Lo corrobora la actitud del conjunto de las fuerzas políticas ante la ocasión del G20.

En todo caso, el debate que podría desarrollarse después de esta cumbre y con vistas a la próxima competencia electoral pasa, no ya por una disyuntiva entre apertura o aislamiento, sino por las estrategias de apertura, por las proporciones en que el poder atenderá la voz de los mercados y los de la sociedad sobre la que se asienta; las voces del mundo y las de la nación, que no siempre son coincidentes. No son diferencias superficiales, pero pueden procesarse con menos tensión que un River-Boca.

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