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El gentilicio de La Pepa

Mientras los políticos se debaten acerca de las formas de gobierno, de las ideologías que deben regir y el pueblo se debate entre seguirlos o dejarlos que se gasten frente a las pantallas de televisión, Sara Baras taconea briosa.

Un espectáculo que sí, que ya ha estado en cartelera y que de verlo, se llena el alma, se asume el gentilicio como una lucha, como un bastión de orgullo, haciéndonos partícipes de su hacer, de su familia, de su compañía de baile, del orgullo de ser gaditana, de su también amor por Madrid.

A la manera de los autos sacramentales, en que cada escena es en sí misma una obra de arte flamenco, un trascender que rompe con las fronteras de lo andaluz y se convierte en baile universal en canto por la libertad, en cómplice manejo del público, en sentido acompañamiento por parte de sus músicos.

La Pepa, la primera constitución española luego de la salida de Napoleón de estas tierras, es un canto profundo a un Estado, a una forma de ser, a un Estado de Derecho, a las libertades necesarias en proclama, en blasón, en esa forma de ver que el pueblo, ese el sencillo, se siente protegido por sus leyes, por sus acuerdos, por lo que el constituyente de su tiempo creó.

Se cante jondo, que sale de las entrañas del cantaor, que inunda el espacio en ese aparente lamento que clama por más libertad, que va narrando una historia de pasiones, de guerra, de ideales elevados convertidos en sueño de país y materializados en Constitución, en baile, en escenario, en los detalles que hacen que sea la gente la artífice de sus vidas, desde las marionetas del carromato que emulan las pasiones de hombre y mujer que se miran en giros sobre sus pies que, emocionados taconean determinados a ser tierra, siembra y siega.

Sara Baras, con esa sonrisa que inunda a los teatros nos lleva a un reconocimiento de su propia esencia, de esas lecciones que seguramente tuvo de sus maestros de escuela sobre ese origen maravilloso de España plasmado en La Pepa. Se le puede imaginar con su uniforme planchado, abstraída en sus propios pensamientos de baile, de faldas, de zapatos de tacón, de guitarras, esos pensamientos que se van dibujando, que se van sintiendo dentro, profundamente. Un dibujo que se fue creando con las palabras de sus mentores, esas que la iban transportando a ese portento de esperanza e ilusión que encierra entre sus páginas esa ley de 1812.

Que el cante y baile de Sara Baras siga llevando ilusión de patria, esa que tantas naciones carecen, esa que a veces los políticos olvidan, esas pasiones que nutren a los pueblos y arman el alma de ese orgullo de país.

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