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El guerrero que remontó la montaña

No siempre la teoría política ha sabido descubrir o revelar formas intrínsecas que comporten actitudes y reacciones, personales y colectivas, de marcada diferenciación entre los componentes o variables que formalizan una realidad difícil de ser comprendida. Como en efecto ha sido la situación que se ha jugado la oposición democrática venezolana al apostar por el reto que ha significado la movilización de Juan Guaidó asumiendo el histórico papel de representante de la Venezuela digna ante el concurso de las naciones democráticas del mundo libre.

El periplo, lleno de mayúsculos desafíos y difíciles adversidades, constituyó el objetivo primario a alcanzar. Otras riesgos y claras amenazas, rozaron el camino que cruzaba este guerrero en su ruta hacia la victoria que contemplaba no más lejos que lo que su férrea voluntad decidiera. A medida que el montañoso ascenso se tornaba más exigente, el camino asomaba algunos parajes que mejor parecían un recorrido sorteando la brecha entre un lado escabroso, y otro fangoso. 

Interpretada tan azarosa situación desde la política, pudiera decirse que la grieta a sortear estaba marcada por la distancia entre un discurso que exaltó expectativas por doquier, y las realidades que acusaban cuantas dificultades caracterizaban un demandante curso azaroso y fragoso. A fin de cuentas, eran como andurriales de orillas aglomeradas de limitaciones que debían ser superadas u obviadas al momentos de avanzar en pos de la meta.

Tal fue el desempeño del diputado y presidente encargado de la República de Venezuela, Juan Guaidó, quien en apenas pocos días, volvió a impulsar, exaltar y persuadir disposiciones y actitudes de venezolanos. Disposiciones y actitudes de quienes se sumieron en la resignación de verse desmoronados en los lodos putrefactos del descompuesto “socialismo del siglo XXI”. Así, se convertirían en “carne de cañón” de las baterías (rojas) cuyos disparos, según agenda revolucionaria, serían dirigidos hacia el corazón del pueblo venezolano. 

Solamente, la presencia de Juan Guaidó en la Casa Blanca, por invitación presidencial del ato gobierno norteamericano, o del  stablishment estadounidense, constituye la cima que configuró la meta de tan excelso periplo. Periplo éste cuyo curso se dio entre duras críticas y sonadas aclamaciones que exaltaron los ánimos no sólo de todo un país (Venezuela) que pide a gritos la recuperación de la democracia. También, de todo un abanico de más de cincuenta países. Países, cuyas sociedades y gobiernos -hoy más que nunca- apoyan el cese de la usurpación incitada por la dictadura venezolana, el establecimiento de un gobierno de transición que proceda al desmontaje de la tiranía en ejercicio. Y de elecciones libres que apunten a la consecución de la democracia secuestrada. 

Este guerrero, armado de voluntad, ideas y poder de convocatoria, ha sabido desde un principio, que ascender tan escarpada montaña no iba a ser de fácil trepada. De ahí que haber comprendido tamaño compromiso, le permitió entender que el camino estaría interpuesto por dificultades de todo tipo. Pero que un malogro, no debía verlo como el final del recorrido. Así que siempre ha estado convencido que la naturaleza es profundamente cambiante. Y por tanto, cada día es un  escenario nuevo, diferente del anterior. 

Y precisamente, así ocurre al interior del discurrir de la política toda vez que su dinámica se bandea entre circunstancias cuyo panorama lo caracteriza la incertidumbre. Pero aunque la incertidumbre no luce de inmediata resolución, el ejercicio de la política pone a prueba distintos procesos que se atienen al hecho riesgoso de tantear o pulsar proximidades al hecho siguiente. Y que el político, debe jugárselas todas a fin de dar con la respuesta que mejor pueda cimentar las realidades más inmediatas y seguras. Tan inmenso riesgo, lo corrió Juan Guaidó al decidir ser la voz cardinal que bien habló en nombre de Venezuela, sus necesidades y problemas. Al mismo tiempo, refirió su visón ante la inminente necesidad de recuperar la democracia. 

Sabe que la democracia venezolana es también una apuesta a consolidar la democracia de la región. Y reivindicar tan honroso valor político, traduce la vida de un continente en sana paz, decisivo desarrollo y rotundo progreso. Mucha más, cuando no siempre ha sido fácil reconocer que la política es el arte de unos pocos en función de trabajar por el bienestar de los ciudadanos de una nación. Y asimismo es el montañismo pues como la política, es igual el deporte de unos pocos en función de reconocer la naturaleza en toda su dimensión y manifestaciones. 

Por eso, cabe la sinonimia de la que se valió esta disertación para destacar, en su justo valor, el eximio periplo de Juan Guaidó quien supo honrar los símbolos patrios de Venezuela al investirse en su condición de presidente encargado de la República de Venezuela. Tan honorable representación, situó a Venezuela en la palestra internacional. De ese modo, pudo clamar en función de la ayuda que requiere la ardua empresa de rescatar las libertades y derechos fundamentales de tantos millones de venezolanos.  Y que además le son propios a toda nación, ya bastante entrado el siglo XXI. Esto hace ver que la democracia es más que nunca, ineludible al momento de justificar el esfuerzo que compromete a la educación, la economía y a la política ejercida con la debida magistratura. 

Es la razón para reconocer en Juan Guiadó, la representación del valiente venezolano que ha sabido dirigir sus decisiones convencido que cada día es una parte del puente que se construye para acercar el país al “Estado democrático de Derecho y de Justicia” del cual habla la teoría política. Pero que además, exhorta la Constitución Nacional como objetivo inquebrantable de vida política, jurídica, social y económica. Es la razón para ver en la persona del diputado-presidente Juan Guaidó, el guerrero que remontó la montaña

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