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El hombre que no debía morir

De siempre se ha dicho que el temor es el principio de acción de la tiranía, como el honor lo es de la monarquía y la virtud de la república; ninguna de estas formas de gobierno está exenta del asesinato político, pero sólo en el totalitarismo el terror es absoluto y el asesinato masivo.

En este particular la diferencia entre un régimen constitucional y una tiranía sería mero procedimental, puesto que en aquel el asesinato se inscribe en procedimientos legales mientras que en ésta depende de la voluntad del tirano que lo ejerce arbitrariamente, como cualquiera de sus asuntos.

Aunque el asesinato político se considere como una prerrogativa regia a la que el gobernante puede echar mano en caso de necesidad, no obstante, debe admitirse que a veces pueda equivocarse y no sólo no logre el fin que se propone sino todo lo contrario, que el crimen se vuelva en su contra e incluso acabe con su régimen.

Sirva de ejemplo Rafael Leonidas Trujillo, por la prolijidad y extensión de sus crímenes y cómo estos lo conducen a su trágico final. El ocaso de la Era Trujillo comenzó con la desaparición de Jesús de Galíndez, un político de origen vasco exiliado primero en República Dominicana y luego en Nueva York, donde fue secuestrado para llevarlo de vuelta a RD donde se esfumó en 1956. Unos dicen que fue echado en la caldera de un buque, otros, al foso de tiburones que Ramfis Trujillo alimentaba periódicamente con carne humana.

Chapita se dio a eliminar a todos los implicados en el affaire Galíndez que pudieran desandar la madeja hasta él, incluyendo al piloto norteamericano Gerald Lester Murphy y al dominicano Octavio de la Maza, asesinado en cautiverio el 07 de enero de 1957.

Así perdió el apoyo de EEUU y firmó su sentencia de muerte pues Antonio de la Maza juró vengar la muerte de su hermano, lo que consiguió el 30 de mayo de 1961, al descargar su arma contra Trujillo para constatar que un tirano, como cualquier mortal,  también se desbarata ante la gris simplicidad del plomo.

Pasaron cinco años desde la desaparición de Galíndez hasta la ejecución de Trujillo y no hay ni un historiador o comentarista que no vincule los dos hechos, encadenados con los crímenes intermedios, como si fueran escenas de un mismo drama.

Nicaragua brinda otro ejemplo de circularidad del crimen político. La saga de los Somoza se inició con un asesinato múltiple que incluyó a Augusto César Sandino el 21-02-34 y finalizó con el del menor de los Somoza en Asunción, Paraguay, perpetrado por los sandinistas el 17-09-80.

El ocaso comenzó con el asesinato del periodista Pedro Joaquín Chamorro, director del Diario La Prensa, el 10-01-78, en Managua, del que poco importa si fue ordenado o no por Somoza porque de todas maneras todo el mundo se lo atribuyó de inmediato.

En el ínterin, su Guardia Nacional asesinó al periodista norteamericano Bill Stewart, el 20-01-79, ejecución registrada en un impactante video transmitido por la cadena ABC que causó conmoción, dando fin al apoyo que EEUU le había prestado tradicionalmente a la dinastía Somoza, derrocada seis meses más tarde, el 17-07-79.

Sería extenuante reseñar los asesinatos políticos de la tiranía de los Castro en Cuba, tan innumerables que es imposible determinar cuántos y cuáles se les devolverán, como el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en 1996, millares de fusilamientos, de los que bastaría recordar el del general Arnaldo Ochoa en 1989, que abrió una fisura en la élite dominante y el de tres humildes trabajadores que trataron de huir en una barcaza desafortunadamente ocupada  por turistas franceses en 2003, que abrió otra grieta esta vez en la masa oprimida, ambas imposibles de cerrar; lo que quizás hizo abandonar la táctica del fusilamiento para intimidar a la población, a favor de otros métodos clásicos como el “suicidio” o el “accidente” para eliminar opositores.

Sobresale el caso de Oswaldo Payá, asesinado junto a Harold Cepero, después de un provocado accidente de tránsito en Bayamo, el 22-07-12, del que se acusó al conductor, el español Ángel Carromero, condenado a cuatro años de prisión por homicidio culposo, para librarse de los cuales aceptó los cargos para ser deportado de vuelta a España.

A otro acompañante, el sueco Jens Aron Modig, devuelto rápidamente a su país mediante un pacto de silencio, parece habérselo tragado la tierra, luego de ser el primero que comunicó a su familia el ataque del que eran objeto. Ofelia Acevedo, viuda de Payá, reveló que la primera noticia la recibió del exterior por un mensaje diciéndole que su marido y otras tres personas habían sufrido un atentado.

El boomerang se devuelve, porque al salir de Cuba Ángel Carromero denunció el juicio en su contra como una farsa, apremiado a defenderse por la posición tan deslucida en que lo colocaron, atacado a su vez por la izquierda española, cómplice de los Castro.

El asesinato político del periodista venezolano americano Eduardo Tomas “Eber” Flores Aponte, fue perpetrado en Caracas el 15-06-15, pero sus autores están en La Habana. Un indicio inocultable es la tan deliberada como unánime conspiración de silencio que encubre al caso.

La respuesta de Castro, cuando algo realmente lo incomoda, es un ofensivo silencio.

La función del periodismo

La función del periodismo debe ser romper el silencio dondequiera que trate de imponerse. Su extremo opuesto es el “escándalo” tan cotidiano en los medios de los países libres como notoriamente ausente donde reina el silencio del totalitarismo.

Pero para poder cumplirla en una sociedad libre, los periodistas tendrían que despojarse del chip comunista que insertan en las escuelas de periodismo que conciben el ejercicio del periodismo como una lucha por la hegemonía, en contra de las ideologías llamadas “burguesas”, esto es, la concepción del periodismo como lucha, ideológica y política.

A la pregunta apremiante: ¿Qué hacer? Lenin habría respondido: ¡Funda un periódico! Con una doble finalidad, primera, organizativa, no sólo para hacer el periódico sino para distribuirlo; segunda, de propaganda, como una herramienta de lucha política contra la ideología burguesa dominante, prescindiendo de todo compromiso con la verdad.

Es la línea que siguió Antonio Gramsci con su periódico L’ Unitá, órgano oficial del Partido Comunista Italiano, que sería el más grande de occidente, seguido por el Partido Comunista Francés y su  L’Humanité. Ambos todavía influyentes en Venezuela, tanto en el gobierno como en la llamada alternativa democrática.

Pero para que la visión comunista de la historia pueda imponerse deben cumplirse dos condiciones sine qua non: la primera, que todo el mundo crea la propaganda oficial; la segunda, que olvide lo que  pasó realmente. Afortunadamente, ambas son imposibles de alcanzar en la práctica.

Por ejemplo, para creer que el presidente sin votos y general sin batallas Raúl Castro es el héroe que pretende ser, habría que olvidar que mientras él estaba cómodamente instalado en sus mansiones en Cuba, resguardado de todo riesgo, era “el negro” Arnaldo Ochoa quien le peleaba las batallas en el exterior, desde la invasión a Venezuela en 1967, la revolución sandinista en Nicaragua en 1979, las aventuras en África y la triangulación con el Panamá de Noriega, que al final le costó la vida en 1989, por una mezcla de intriga palaciega, rivalidad política y envidia personal.

Los asesinatos políticos de Oswaldo Payá y Eber Flores entrañan la complicación de tener aquél nacionalidad española y éste la nacionalidad norteamericana, lo que implica a la Unión Europea y a EEUU, aunque no quieran y traten de evitarlo por conveniencias políticas circunstanciales, en la promoción de una investigación independiente de ambos asesinatos perpetrados por el régimen de La Habana.

Adicionalmente, ambos son católicos practicantes, incluso Eber fue corresponsal de un periódico católico de Arlington Virginia en la guerra de Marruecos y el Sahara Español, lo que le impide a la Iglesia Católica desembarazarse del asunto, desasistir a las familias de todo consuelo y apoyo, sin condenarse moralmente por su silencio cómplice.

Para los judíos el recuerdo es el fundamento de todo pensamiento, esto ya bastaría para llamarlo “el pueblo de la memoria”, al punto de que una pensadora tan poco ortodoxa como Hannah Arendt se atreve a escribir provocativamente que los hechos “podrían desaparecer si todo el mundo los olvidara”; quizás por esto el arma distintiva de los antisemitas es el olvido, apoyado en la incapacidad humana para probar lo que ha sido.

Pero basta que alguien recuerde para que un mundo de mentiras se desintegre; de este modo la función principal, además de esclarecer, es dejar testimonio.

El ignorante voluntario

No hay cosa que un transeúnte pueda saber con sólo consultar al doctor Google que no sepan con más profusión y detalle los cuerpos de inteligencia de las grandes potencias, que seguramente conocen más de cualquier individuo de lo que éste pueda saber de sí mismo, de manera que más importante que saber es qué hacer con lo que saben.

El problema no es que no sepan sino: qué dejan de lado, a qué le restan importancia, qué deciden ignorar, como si no hubiera ocurrido. Uno de los grandes aportes del socialismo del siglo XXI es su pretensión manifiesta de declarar lo que existe, así sea una falsedad, e ignorar los hechos así sean manifiestos, pero que para ellos no existen.

No se tomó en serio a la rectora del CNE Tibisay Lucena cuando dijo que “nadie” ha cuestionado ni puesto en duda la imparcialidad, transparencia y confiabilidad del CNE, ignorando no sólo a cientos de instituciones y expertos que han rendido informes muy pormenorizados sobre el sistema fraudulento, sino a millones de electores que no creen en el proceso ni en sus resultados. Para ella, estas personas realmente no existen.

Tampoco se toma en serio la profusión de manifestaciones según las cuales Bolívar vive, Chávez vive, Alexis vive y una larga sucesión de muertos que viven, sin detenerse a considerar la tremenda rebelión contra los hechos que estas afirmaciones implican.

Los movimientos que creen en la omnipotencia de la voluntad siempre han tropezado con la invencible tozudez de la muerte, que les opone una barrera que no pueden franquear. Una frase tan sencilla como “murió mamá” desvirtúa la férrea convicción de que la voluntad todo lo puede, la prédica engreída de que “todo es posible”.

Entonces surge la rebelión de la voluntad, el convencimiento de que si alguien cree firmemente que algún otro vive, en consecuencia vivirá, en su mente, en su espíritu, que es el único lugar donde todas las cosas humanas pueden ocurrir.

Lo extraño, lo paradójico, es que quienes hacen esto no son idealistas extremos sino que pretendan ser materialistas dialécticos, devotos de Marx, cuya doctrina apunta exactamente en sentido contrario: el desenvolvimiento de la historia ocurre de manera completamente independiente de la voluntad, en virtud de potencias irresistibles, como fuerzas productivas, relaciones de producción, etcétera.

Este pasticho ideológico y filosófico no sólo genera confusión y desconcierto, sino unas situaciones realmente bizarras que han vuelto la realidad venezolana incomprensible, imposible de interpretar con los métodos tradicionales de investigación y reflexión que se enseñan en las universidades.

De hecho, la Universidad es la primera que ha capitulado en su función esclarecedora y testimonial sucumbiendo al embate del populismo y la demagogia, no sólo respecto a la política “clasista” de ingreso a la educación superior sino cuando afirma, por ejemplo, que los asesinatos en masa son producto de “la violencia” o “el hampa”, contribuyendo a encubrir una política de Estado para someter a la población mediante el terror y hacer que quienes puedan huyan del país.

En medio del inmenso gamelote de muertos cotidianos los ocupantes comunistas cubanos siembran algunas víctimas que les interesan con la certeza de que pasarán desapercibidas, sin que nadie indague nada, siendo imposible llamar la atención sobre ningún caso en particular con el argumento de que, ¿por qué éste sí y aquéllos no?

Otra vez el caso del periodista Eber Flores sirve de ejemplo, porque su nombre no ha sido mencionado en público por ningún comentarista en ningún medio, ni aparece en el informe presentado a la ONU sobre violaciones a la libertad de expresión en Venezuela, ni reseñado entre los casos de violencia contra los periodistas por ninguna ONG, el Colegio Nacional de Periodistas no ha condenado el hecho, mostrado la más mínima preocupación ni publicado siquiera un obituario, no hay forma de interesar a Reporteros sin Fronteras ni Amnistía Internacional, que tienen casos políticamente más rentables sobre los cuales poner el foco de la atención pública.

Los venezolanos hemos perdido por completo el derecho de petición que es la garantía de todos los demás derechos, también perdidos. Nadie  puede atreverse a dirigirse a un funcionario para pedirle explicación alguna ni cuentas de nada, aun siendo interesado legítimo, personal y directo, so pena de terminar también preso e incomunicado.

El vector del servicio público se invirtió por completo y ahora los supuestos servidores públicos no responden ante el ciudadano, que pasó a ser súbdito, sino “hacia arriba”, el funcionario está al servicio del jefe y no del público, que pasó a ser nadie y a no valer nada, como en Rusia o Cuba.

Venezuela dejó de ser una “sociedad de cómplices”, que era un pacto de élites para lograr el recambio en el poder garantizando a los salientes que no habría retaliaciones ni recuperación de lo robado; para volverse una “sociedad del ignorante voluntario”, un pacto más difuso donde no puede aspirarse al recambio en el poder sino que se permite picotear migajas mientras se aparente no saber nada de lo que pasa alrededor.

Esta política no es nueva, ya la aplicaron no sólo los alemanes, polacos, franceses, italianos, en verdad, toda Europa bajo el nacionalsocialismo, sino también todos los obsecuentes comunistas antes del derribo del muro de Berlín: nadie hizo, sabe, vio, es testigo ni culpable de nada.

Probablemente es la actitud que tienen preparada los agentes cubanos si uno de estos días cae el telón de hierro de Cuba y sus satélites, sólo que si en los primeros se trataba de hechos sobrevenidos, ahora luce como algo más premeditado y cínico.

El ignorante voluntario es el equivalente perfecto del cómplice necesario.

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