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El lenguaje

Sin lugar a dudas ha habido muchas cosas malas en los llamados tiempos previos a la llamada revolución chavista, no solo en el periodo de la denostada cuarta república, sino en todas las repúblicas anteriores, incluso en los tiempos de la Capitanía General de Venezuela. De igual manera hay cosas buenas en estos  tiempos del socialismo del siglo XXI. Como es de suponer no habrá coincidencias unánimes, ni siquiera ampliamente mayoritarias, sobre cuáles fueron mejores o peores al comparar el tiempo chavista con todos los periodos anteriores, excepción del lenguaje político, el respeto y consideración para con todos los venezolanos, en los tiempos del socialismo del siglo XXI.

Con inusitada rapidez otrora defensores de las comunicaciones respetuosas entre oposición y oficialismo salieron a justificar y dispensar el escatológico lenguaje de finado presidente. El lenguaje propio de la majestad presidencial de todos los presidentes anteriores al chavismo fue sometido al molino implacable de la revolución. La buena expresión, el respetuoso lenguaje, propio de la primera magistratura, fue rápidamente abandonado y en su lugar se impuso la descalificación, el insulto, la vulgaridad en el mensaje presidencial. Para con los propios usualmente un lenguaje expansivo, cordial en oportunidades y la mayor de las veces burlón, socarrón, irónico; reflejando al mismo tiempo un evidente menosprecio a quien se dirigía. Desde la presidencia, en abierta consciencia de lo que se hacía, se procedió a solicitar no prestarle atención a las palabras sino a los hechos.

No en balde es usual referirse al presidente de la  república como el primer magistrado de la misma. Pero magistrado no es otra cosa que maestro, a él le corresponde enseñar a sus gobernados mediante su palabra, su ejemplo. Los gobernados seguirán en mucho, al igual que los alumnos, la palabra, el ejemplo del primer magistrado nacional. El mal uso del lenguaje, la impresionante idiotez de usar para todo el masculino y el femenino olvidando el genérico, el lenguaje vulgar, ofensivo, descalificador, ramplón, grosero. El insulto previo a cualquier observación, idea, se hizo pronto presente en el lenguaje político oficial.

Los colaboradores más cercanos del primer magistrado aprendieron rápidamente y procedieron a modelarlo con sus particularidades, unos abiertamente prestos y felices de aplicarlos y otros más comedidos en su uso. El oficialismo celebraba este descalificador, chabacano lenguaje presidencial, lo alentaba a ser duro y cruel con sus opositores. Festejaba el insulto, etiquetaba de escuálido, apátrida a quienes no hacían causa común con ellos.

El lenguaje descalificador, grosero, chabacano fue igualmente y lamentablemente copiado por vastos sectores de la población, los medios, algunos de ellos que lucían hasta pacatos, pronto se hicieron eco, hicieron suya esa nueva y lamentable forma de expresión. La calificación o descalificación hacia una persona o institución se hizo trivial. Muchos medios oficialistas, opositores y otros perdieron el respeto por sus lectores, escuchas o televidentes. Muchos líderes opositores hicieron suyo esa nueva forma de comunicación.

Llamar asesino a un venezolano sin prueba alguna, o endosarle etiquetas de narcotraficante, corrupto, enchufado, traidor a la patria, apátrida, ladrón, tierrúo pareciera no tener importancia o significación alguna, mostrando con ello una impresionante pérdida de valores.

No es posible imaginar un diálogo entre partes hasta tanto ellas no decidan tener un mínimo de respeto y consideración la una por la otra. No posible dialogar mientras en el lenguaje de las partes todas estas expresiones se mantengan presentes.

El primero en mostrar el camino hacia un mayor respeto para con sus gobernados opositores, oficialistas, neutrales ha de ser el presidente de la república y sus ministros. Le corresponde ser el primer magistrado, el primer maestro de todos sus gobernados y muy en especial de sus colaboradores y su partido. A él y solo a él le toca limpiar el lenguaje de todos los medios oficialistas, de respeto para todos,  para de esa manera poder reclamar ese respeto de todo el país.

No puede pedir respeto y consideración quien no está dispuesto a hacerlo.

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