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El mayor afrodisíaco

El poder. Lo decía Winston Churchill: el mayor afrodisíaco es el poder. Por él hay quienes están dispuestos a todo para atornillarse en el dominio de una sociedad. Lo vemos entre nosotros: una mano de hierro que ha ido cerrando todos nuestros espacios cívicos a lo largo de 16 años, con la meta de llegar al control total de la sociedad.

A través de una Asamblea Nacional (AN) que obedece al Ejecutivo o por vía de un Tribunal Supremo de Justicia que lo mismo refrenda leyes inconstitucionales o interpreta la Constitución a su antojo, más el contubernio de otros cuerpos estatales que debieran ser constitucionalmente independientes, el régimen rinde culto al ropaje de la ley para luego desvestirla y violarla en la práctica.

Así la AN se asume «legal» para destituir diputados a su antojo y apoyar cambios en circuitos electorales en aras de forjar una mayoría espuria, impedir votaciones populares al Parlatino y truculencias mediante, derribar cualquier obstáculo en el objetivo de perpetuar a la nomenklatura en el poder. Como decía Martin Luther King, el gran luchador por los derechos civiles que pagó con su vida el arrojo: «no olvidemos que todo lo que hizo Hitler fue legal».

Lejos los tiempos en que a finales del siglo pasado, los mismos personajes clamaban por más y mejor democracia y justicia social, más escrúpulo en el manejo de la cosa pública o más eficiente desempeño oficial. Luego de 16 años, el resultado no puede ser peor: una supuesta democracia respaldada en el voto popular, argumento de los alcahuetes internos y foráneos para seguir justificando al régimen, y una visible carencia de ejercicio democrático que lo desnuda ante el mundo: el totalitarismo siglo XXI de novedosa factura, que a través de los mecanismos democráticos de elección popular dinamita desde adentro su esencia. Democracias imaginarias, al decir del mexicano Jorge Volpi.

La impunidad como norma de vida. El tejido social quebrantado, la delincuencia desatada, la criminalidad en los niveles más altos. Un aparato de milicias, colectivos armados, patriotas cooperantes, para silenciar por intimidación lo que no puede ser torcido por manipulación de las leyes. Represión de cualquier protesta social ante la escasez de alimentos, medicamentos, materiales de construcción, repuestos, nunca antes vivida en el país.

La corrupción sin límites, la inflación galopante, la falta de cumplimiento de obligaciones contractuales del gobierno hacia sus funcionarios, la persecución y prisión sin fórmula de juicio a líderes sindicales, estudiantiles y políticos, el cierre de medios de comunicación por vías perversas, completan un cuadro de desolación injustificable bajo el paraguas democrático.

Mientras carezcamos de un sistema en el que los derechos humanos no estén protegidos, hablar de democracia nos quedará grande. De allí la lucha que debemos asumir todos para lograr ese mejor país que forma parte de nuestros sueños. Votar unitariamente en las elecciones parlamentarias es un primer paso en esa dirección. Desaprovechar la oportunidad sería un suicidio político.

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