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El (muro) porvenir de Trump

Juan C. Gordillo Pérez

En el acuerdo se contemplaron 1350 millones de dólares que el presidente de los Estados Unidos dispondrá para la seguridad fronteriza, esto es, para destinar a la construcción del tan añorado muro entre México y el país norteamericano. Al mismo tiempo, en una conferencia de prensa en los jardines de la Casa Blanca, Trump declaraba la situación en la frontera sur como de emergencia nacional y con ese recurso constitucional hacía posible desviar una serie de fondos adicionales (hasta 8000 millones de dólares) para el mismo fin.

En los días previos, políticos de ambas orillas, expertos y la prensa especializada conjeturaban sobre la pertinencia (o no) de que Trump echara mano de esa herramienta —aprobada por el Congreso en 1976 bajo el título de Acta de Emergencias Nacionales— si y solo si las dos Cámaras no llegaban a un acuerdo. Demócratas y republicanos alcanzaron el consenso horas antes de un nuevo cierre parcial de la Administración y aunque Trump expresó su descontento, anunció que firmaría el presupuesto. Las sombras que proyectaba la declaración de emergencia parecían desvanecerse en el horizonte… Pero solo por unas horas, pues más tarde el presidente declararía de todos modos la emergencia nacional arguyendo «la invasión del país —a través de su frontera sur— de drogas, traficantes, toda clase de criminales y pandillas».

Varios artículos explican qué es una emergencia nacional, cuántas veces antes los presidentes norteamericanos han echado mano de esta acta o bien qué características distinguen la declaración de Trump de otras anteriores. En este me gustaría, en cambio, plantear algunas interrogantes y señalar algunos rasgos que este gesto traza en la vida democrática del país norteamericano, de cara al futuro inmediato y más lejano.

1. Se sabía de antemano que la invocación de una emergencia nacional abriría un conflicto entre el poder presidencial y el parlamentario. Trump usurpa con este acto, al menos temporalmente, el control presupuestario al Congreso, santo y seña del poder legislativo. En la historia de los Estados Unidos es posible rastrear la tensión entre ambos poderes (el judicial en tercer término), y también un cierto equilibrio entre ambos. Estados Unidos está orgulloso de sus presidentes como líderes de la nación (es el único país que conozco que le dedica una celebración nacional al año) y al mismo tiempo ha fortalecido y protegido el trabajo de sus legisladores desde sus inicios democráticos. Las declaraciones de emergencias anteriores (muchas de ellas siguen, de hecho, vigentes) no parecían contravenir este equilibrio —por más que sea un recurso por el cual el presidente esquiva el proceso de aprobación parlamentaria—. A escasas horas de que Trump declarara la emergencia, 16 estados federados —casi todos gobernados por demócratas— presentaron una demanda penal contra la acción presidencial. No se trata de la única demanda activa (dos organizaciones públicas han presentado sendas demandas y se esperan otras más) lo que llama la atención sobre la naturaleza anómala de esta y, lo que es más importante, el desprecio que la actual Administración tiene ante el equilibrio democrático. En palabras de la senadora republicana por el estado de Maine: «Si el presidente puede reasignar para sus propósitos miles de millones de dólares en fondos federales que el Congreso ha aprobado para propósitos específicos y que se han convertido en ley, eso tiene el potencial de hacer que el proceso de apropiación no tenga sentido».

2. Durante el anuncio del viernes pasado Trump reconocía la batalla judicial que su declaración de emergencia enfrentaría. En realidad, no es la única vía de enfrentamiento disponible aunque sí la más plausible. Y es que aunque la Constitución contempla un recurso para contravenir la declaración —que se conoce como resolución conjunta de término para que venza el estado de emergencia—, dicho movimiento requiere del apoyo en ambas Cámaras y aun entonces el presidente podría vetar dicho recurso —en una enmienda al Acta de Emergencias Nacionales que data de 1981… de nuevo, la tensión entre ambos poderes—. Por ahora, los republicanos respaldan la declaración del presidente, mientras que los demócratas estudian si presentar una demanda propia o sumarse a alguna preexistente. ¿Los republicanos se han convertido en rehenes de la intemperancia de su presidente o defenderán a su pesar la separación e independencia de poderes? ¿Podrán los demócratas escapar de la caracterización de inmovilistas, con la que los califica Trump implícitamente con este movimiento —él, el presidente, actúa y mantiene sus promesas, mientras los demócratas están ocupados en el juego político?

3. La batalla en los juzgados que la declaración de emergencia enfrentará es opaca en cuanto a los resultados que deparará. Por más que el presidente norteamericano se jacte de que perderá las batallas en los tribunales locales pero ganará la guerra en el Tribunal Supremo de Justicia —donde recientemente asignó jueces conservadores cercanos a su persona—, no está claro que así sucederá. Se tratará, sin duda, de una larga pelea en los ámbitos del derecho administrativo y del derecho constitucional, pero Trump parece acostumbrado a vivir en medio de cientos de juicios en su contra sin que ello le quite el sueño. La mala noticia es que es imprevisible lo que sucederá si el caso llega al Tribunal Supremo, y lo que en el largo camino hasta allá modifique, resquebraje, debilite a su paso. Como dice el profesor de Derecho de la Universidad de Texas, Robert Chesney: «sabíamos que el presidente estaba tomando un camino arriesgado e impredecible. Resulta que está arrastrando a los tribunales con él».

4. El lunes 11 de febrero Trump se presentó en un acto de campaña en El Paso (Texas) en donde se podía leer una gran pancarta con el eslogan Finish The Wall (‘termina el muro’), que apuntaba ya la dirección que tomaría más tarde. Más allá de la pertinencia real de un muro como elemento nuclear y efectivo de la seguridad fronteriza, más allá de que Trump construya, solo alcance a renovar o añada algunos kilómetros más a la barda ya existente, la persistencia en el tema tiene el fin de situar el muro como narrativa central de su batalla contra el establishment político y su sincera obsesión por la seguridad nacional. Como he dicho en otra parte, Trump no está interesado en la realidad, los hechos o los datos concretos, sino en la percepción que sus gestos logren inocular en quienes lo apoyen. En una encuesta del canal de comunicación Fox News tras el anuncio de emergencia, el 63 % de los encuestados consideraron que la situación en la frontera es problemática o de emergencia. El 87 % valoraron la adicción a los opioides como de gravísima crisis de salud pública. El presidente norteamericano fue un paso más allá (del crimen y el flujo de drogas que en su narrativa conlleva la inmigración) y vinculó la construcción del muro con la bonanza económica: la positiva marcha de la economía norteamericana atraerá a miles de migrantes más, solo se podrá detener el inevitable efecto llamada de la bonanza económica mediante un muro total. El muro también como guardián de las esencias nacionales, presentes y futuras… Sea el caso que sea, Trump está siendo muy exitoso —entre sus bases y en la agenda electoral de cara al 2020— en speaking the wall into existence.

Antes de finalizar este texto me parece pertinente señalar tres breves apuntes más:

1. Trump ha sido consistente en el continuo desprestigio de las instituciones gubernamentales existentes, de las que depende el trabajo presidencial —sea el líder que sea quien ocupe la Oficina Oval—. Al afirmar, en el anuncio de emergencia, que los demócratas mentían al decir que el flujo de drogas se lleva a cabo principalmente a través de puertos de entrada establecidos y que un muro sería poco efectivo para atajar este problema, Trump no estaba siendo preciso. La información proviene de la oficina de Customs and Border Patrol (CBP), a la que solapadamente deja en descrédito.

2. Junto con la declaración de emergencia el presidente que la invoca tiene que explicar al Congreso de dónde piensa obtener los fondos para apuntalar dicha acción. En el caso actual, los 8000 millones de dólares mencionados saldrían de Departamento de Defensa (2500 millones), de un fondo para construcciones militares (3600 millones) y unos 600 millones adicionales del Departamento del Tesoro. Si a esto sumamos el uso del vocabulario castrense (la invasión que se avecina) en el anuncio, Trump caracteriza el muro como un fenómeno bélico. Solo Bush hijo recurrió a la declaración de emergencia bajo el mismo precepto, tras los ataques del 11S. Junto con la economía, la retórica militar y de seguridad nacional es el otro gran eje sobre el que pivota la administración actual. ¿De qué clase de nuevo militarismo estamos hablando ahora?

3. La larga discusión sobre si Trump invocaría o no la emergencia nacional para obtener los fondos que requiere la construcción de su particular muro fronterizo, al final ha tenido dos efectos perturbadores: si se tratara de facto de una emergencia, no habría tomado tanto tiempo tomar dicha decisión; pero también, y al mismo tiempo, esta discusión ha tenido un efecto somnífero entre los ciudadanos, a quienes no les parece interesar las consecuencias legales, políticas, éticas y sociales que desencadene este nuevo fantasma que recorre Estados Unidos.

Diálogo Político – Fundación Konrad Adenauer Uruguay

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